ARMERÍA.- La sal es un producto que no puede faltar a la hora de preparar y consumir los alimentos. Hay personas que incluso, antes de degustarlos ya están tomando una pizca de esta sustancia blanca y cristalina para acentuar el sabor de lo que van a consumir.

Pero hay de sal a sal, y la de Colima, concretamente la de Cuyutlán, en el municipio de Armería, tiene gran tradición y predilección por paladares exigentes y algunos reconocidos chefs la prefieren, como Nico Mejía.

La sal ha sido denominada en ocasiones como el Oro Blanco de Colima, y sí lo es para quienes la producen porque es así como ellos la valoran, como algo muy preciado, a la que le tienen mucho amor y por la que vale la pena levantarse durante tres o cuatro meses, todos los días a la una o dos de la madrugada.

Quienes trabajan en esta tarea artesanal, están enamorados de lo que hacen, a pesar de que la retribución esté tan castigada en el mercado, y como suele pasar en muchos de los productos del campo, el menos beneficiado es el productor.

Sin embargo, esto no los desanima, esperan cada temporada para trasladarse al Playón, estas hectáreas de tierra que pudieran semejar un desierto, pero que simplemente son el piso firme de la Laguna de Cuyutlán que se ha secado para dar paso a la pizca de sal.

Adrián Sánchez es uno de los que cultiva este producto por tradición y herencia de su familia, lo aprendió de su padre, quien es miembro de la Sociedad Coperativa de Salineros de Colima.

De tres de la madrugada a nueve de la mañana trabaja en las salineras, regresa a Cuyutlán y por la tarde vuelve a «aventajarle», así tiene que hacerlo si quiere recuperar lo invertido.

«Es un vaso de la Laguna, hay una compuerta que la cierran y se comienza a secar, ya que se seca entramos, primeramente hacemos los estanques, para almacenar el agua ahí, ya que se tienen los estanques se comienzan a bordear lo que son las eras».

Las eras son las porciones rectangulares de tierra a las que se les sobrepone un plástico, en el que se vierte el agua que se acumula en los estanques. con ayuda de un pequeño motor y mangueras.

El agua sale del pozo a nueve grados, con el sol se comienza a poner más salada, se requinta, así le llaman.

Tienen que estar pendientes de medir la salinidad en el agua, ya que si está muy bajo no cuaja y si se pasan tienen que compensar con más agua del pozo.

«Con el sol se cuaja y sale la sal», este proceso puede llevar uno o dos días señala Adrián, quien en esta ocasión trabaja 55 eras, con las que obtiene de dos a tres toneladas al día.

El trabajo básicamente es en la madrugada, cuando se barre la sal y se saca, para volver a llenar de agua las eras,

«En la tarde uno viene a aventajarle, dependiendo de las ganas que traiga uno».

Mientas platica con nosotros, Adrián va y viene, caminando sobre las eras, rellenándolas con esta agua que extrae de los estanques, cuidando que no se pase la cantidad de agua, porque si no, «no cuaja».

Para protegerse del agua salinosa en los pies Adrián solo usa unos tines, hay quienes utilizan botas de plástico.

Su padre es quien lo enseño a trabajar la sal.

«Desde que tengo uso de razón, mi padre ha venido a trabajar a Cuyutlán, un tiempo mi papá estuvo trabajando con un tío para Nuevo Progreso, en otras salineras. De morrillo yo me iba con él, cuatro o cinco años».

Ahora Adrián también ya ha traído a sus hijos, una niña y un niño.

«Venían con otros amiguitos, pero yo no sabía que venían nomás a turistear y ya el año pasado mi hijo con un amigo le daba por ayudar», aprender cómo se gana el dinero trabajando, comenta Adrián, «porque no es nada más estar en el celular», agrega.

Un tiempo dejó de ir a Cuyutlán, se quedó en Colima pensando que allá le iría mejor, pero se dio cuenta que no, y regresó a hacer lo que tanto le gusta.

El trabajo principalmente se hace en la madrugada, se trata de la pizca, que es la recolección de la sal de cada era, el producto se acumula en montones al bordo y luego con una carretilla se va acumulando en especies de montañas donde pasan los camiones de volteo que son los que la transportan a las bodegas o a donde se almacena.

«Se trabaja con el sol, yo tengo dividido de dos soles», mientras se cuaja una parte, se pizca en la otra.

Adrián comenta que muchos de los que trabajan en la salinera son de Villa de Álvarez, por eso esperan a que terminen las fiestas de este municipio, en donde algunos también son constructores de La Petatera, esta monumental Plaza de Toros artesanal que año con año se monta a partir de diciembre y se desmonta antes de que comiencen las lluvias.

Es por eso que a finales de febrero, cuando concluyen los festejos a San Felipe de Jesús, se van a trabajar la sal a Cuyutlán, hasta mayo, y en ocasiones si se atrasa el temporal de lluvias pueden seguir la pizca hasta los primeros días de junio. Son como tres meses y medio de trabajo de la sal.

Adrián vive de pura tradición, pasa de La Petatera en la Villa, al Oro Blanco de Cuyutlán, aunque se cuestiona si realmente es tal, porque la tonelada de sal producida se las pagan alrededor de 230 pesos.

«Honestamente eso del Oro Blanco yo no creo, porque si le echa uno cabeza, te pones a comparar con lo que cuesta un kilo de azúcar, 24 o 25 pesos y el de sal, a lo mucho 5 pesos por muy cara que esté, eso hace que lo de Oro Blanco sea pura publicidad».

«Aquí si le chingas ganas, si no, cuando son liquidaciones no te va a llegar como tú esperas, si nomás vienes a turistear, a sacar cien, o pocas toneladas, ahí es cuando es la liquidación no vas a ver mucho dinero».

Por lo general cada uno de los socios o trabajadores lo hace solo, porque al pagar a un ayudante, ya no les sale la ganancia.

Quienes trabajan en la sal tienen la piel curtida, el sol y el contacto con estos granos cristalinos han hecho su trabajo, pero no están exentos de tener algún accidente que les deje alguna cortada, la cual tardará en sanar, mientras tanto tienen que seguir trabajando, no pueden descansar, por que el tiempo se pasa y las lluvias pueden adelantarse.

Esta actividad es el sustento de muchas personas, no solo de quienes trabajan en El Playón, también están los choferes que conducen los volteos, algunas personas que van a venderles alimentos, los que están vertiendo el producto en costales, los que pesan y también los que comercializan.

Al que le gusta esta actividad la disfruta, porque además de la satisfacción de producir la sal, tiene la oportunidad de estar en contacto con la naturaleza, al aire libre, ver amaneceres, las madrugadas estrelladas, ver alguna estrella fugaz o las lunas llenas que iluminan las eras, aunque cuando el satélite no está presente, se utilizan pequeñas lámparas que colocan con un cincho alrededor de sus cabezas, para tener las manos libres y poder trabajar.

La mayor parte del tiempo trabajan en solitario, pero existe camaradería con los vecinos, algunos llevan bocinas para amenizar y otros traen sus audífonos para escuchar las melodías con mayor fidelidad.

«Decirle a la gente que consuma, que consuma, porque entre más se consume el producto y se termine, más pronto se viene uno a trabajar y a seguir ganando», concluye Adrián.

Toda una vida viviendo de la sal

J. Jesús Bejarano Mojica se levanta a las 2 de la mañana a arreglar las cosas que se va a llevar, la gasolina o lo que vaya a necesitar.

«De todas formas a la una, uno ya está vuelta y vuelta en la cama, ya no puede dormir uno».

Aunque se quieran acostar temprano, por una cosa u otra se están yendo a la cama a las 9 de la noche, aunque aveces se reponen en el día, y logran hacer una siesta de dos horas.

El trabajo principal es la pizca, algunos tienen que estar batiendo las eras, para que no se pegue la sal, porque luego le sufren para levantar la sal.

«Todos aprendimos de los papás, es la herencia que nos dejan», señala quien tiene 55 años de edad y recuerda que desde los 15 años ya acompañaba a su papá y ahora él ya tiene 14 años de socio.

Algunos tienen dos trabajos, como el caso de uno de sus hijos, que labora en una cervecería y cuando tiene espacios libres o sus vacaciones va a ayudarlo.

«Lo más pesado es levantar los plásticos, se ponen pesados, en ocasiones los volteamos y los dejamos que se sequen y luego ya lo recogemos».

Reconoce que a las nuevas generaciones ya no les gusta el trabajo.

«Quieren menos esfuerzo y el dinero, ahorita a qué se tiran, a lo más fácil, ahorita ya no hay gente, muchos compañeros buscaban ayuda y no hay, no hallaron».

Presume, como cualquier persona que ama lo que hace, que su producto es el mejor, y no solo porque ellos lo digan, sino porque la gente lo prefiere.

«Yo estuve en ventas, y sale a distintas partes del país, a Monterrey, tengo familia que viene de Estados Unidos y la buscan, porque de esta no se vente allá, hay muchas que la echas a la comida y no se desbarata, se queda en grano».

«Hay muchos chefs que vienen y pronuncian esta sal de aquí, ellos la están promoviendo».

Invitó a la gente a que visiten Cuyutlán, que conozcan el esfuerzo que se hace para producirla, el trabajo que implica.

«Viene uno cansado, pero ya le gusta, yo he llegado a venir con gripa, con calentura, enfermo, pero cuando llego aquí me alivio».

Bejarano, como dice lo conocen todos, nos comenta que en Cuyutlán todos se ven como familia, todos conviven, platican.

Los salineros tienen su festejo el 3 de mayo, el Día de la Cruz, la noche del 2 de mayo hacen fiesta y al día siguiente muy temprano, participan en una procesión desde Cuyutlán hasta una explanada en la Laguna, donde hay una gran cruz, ahí se celebra una misa y luego viene la comida.

Sociedad Cooperativa de Salineros de Colima

Son 190 los socios que conforma la Sociedad Cooperativa de Salineros de Colima, organización que tiene casi cien años de fundada.

 

«Se fundó el primero de enero de 1925», señaló Mario Jiménez Cárdenas, dirigente de la Sociedad.

«Aquí llegaron los españoles, era un patronato, les pelean la concesión y luego no la venden a nosotros, desde antes de 1925 ya se hacía sal en Cuyutlán».

Recordó que inicialmente eran salineros de Colima, de Villa de Álvarez, El Progreso y del Colomo. Todos estos ya desaparecieron, solo queda los de Colima.

«Nada más nosotros somos la única cooperativa que está registrada, los únicos que pagamos seguro social, impuestos, a la fecha somos muchos los jubilados», agregó.

Mario señala que han platicado con el gobierno del estado para que se les apoye con la comercialización y la mercadotecnia, por que es lo que más les hace falta.

Asegura que su producto es de calidad, tiene muchas propiedades y es buscado por la gente. Resaltó que el agua que utilizan es del subsuelo, está filtrada y en otros lugares usan el agua de la laguna.

«Nosotros la sacamos del subsuelo, un filtro de arena y arcilla, nosotros hacemos estanques con plásticos y muchos de ellos no, utilizan el agua de la Laguna, la distribuyen con una zanja, hacen una compuerta y están rodando el agua a 100 o 150 metros, y la guardan en un pozo».

Refirió que se tiene capacidad para producir 70 u 80 mil toneladas de sal por temporada, pero no se tiene el mercado, por lo que solo se produce lo que se vende en el año, que son 40 mil o 42 mil toneladas.

«Para arriba (el norte del país) hacen también sal, pero no tienen las características que tenemos nosotros, el terreno que tenemos es muy apropiado para la producción de sal, le nombramos El Playón, porque no hay ningún árbol, es como un desierto».

Aguascalientes, Guanajuato, Michoacán, Jalisco, son algunas de las entidades donde se comercializa la sal de Colima, pero reconocen que les hace falta mercado.

Mario al igual que muchos de los socios y quienes trabajan la sal, iniciaron desde niños, él dice que fue cuando tenía ocho años, iba montado en una yegua a llevarles almuerzos a los que estaban en el Playón, destacando que en esos tiempos había cerca de 450 socios.

«Yo desde que pude anduve trabajando, llevando almuerzos y luego ya me metieron a trabajar al pozo, antes era muy duro, era todo a pulmón, sacábamos la sal en la cabeza, en chiquihuites, se echaba agua con un bote, antes se acarreaba en bestias, un costal por cada lado, pero antes se sacaba poquita, 800 kilos diarios o una tonelada, ahora se sacan 4 o 5 toneladas diarias».

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