El pez sin el agua
Por: Rubén PÉREZ ANGUIANO*
No entiendo los reclamos a España, ni las exigencias de disculpas históricas, ni siquiera los odios que suscitan Colón, el almirante explorador, y Cortés, el capitán conquistador. La historia no debería suscitar odios, sino enseñanzas, pero así son algunas pasiones, se vuelven traumas y se prolongan entre los pueblos como padecimientos heredados.
Debo confesar que uno de mis criterios íntimos para clasificar la madurez intelectual de cualquier persona es su actitud frente a los acontecimientos inevitables. Si toma partido frente a ellos, como si su opinión fuera determinante, le considero infantil. Si los analiza sin pasión le concedo una edad mental sensata. Ojo, no estoy hablando de inteligencia, pues la inteligencia es algo muy complejo de discernir y no creo estar capacitado para juzgarla. Hablo de madurez, que es otra cosa.
Así, cuando vi a hordas bárbaras protestar por la sola existencia del monumento a Colón en Paseo de La Reforma, en Ciudad de México, las clasifiqué como una banda de niños malcriados que no tienen la cultura suficiente para mirar a la historia sin aspavientos. Colón fue un personaje histórico inscrito en el pensamiento renacentista y de no ser él, otros habrían abierto las rutas por el mar de una tierra redonda encontrando de paso al nuevo continente. Odiarlo es tan insensato como odiar a la historia.
Me sucede igual con Cortés. Quienes dicen aborrecerlo en realidad niegan su mitad hispánica refugiándose en su mitad indígena, lo que me parece casi esquizofrénico. Es como si aborreciéramos a un antepasado por nuestro favor hacia el otro, lo que resulta demencial o al menos absurdo. Esos antepasados ya no están por aquí para escuchar nuestras penosas diatribas. Lo correcto sería mirar sin prejuicios y fanatismos nuestra historia para aprender de ella.
Como resultado de una visión parcial de nuestro pasado tenemos monumentos, calles, escuelas y pueblos llamados Cuauhtémoc, pero nada llamado Hernán Cortés, quizás porque miramos con desconfianza la historia victoriosa y nos refugiamos en la historia derrotada. Se nos olvida que Cuauhtémoc fue el héroe caído de un pueblo indígena, no de todos los pueblos indígenas que salpicaban este territorio. También se nos olvida que gracias a esa conquista existimos nosotros, un pueblo mestizo que construyó a lo largo de los siglos la nacionalidad que conocemos como mexicana.
En fin, estas reflexiones quizás no sean importantes. Lo que sí importa es que el ex presidente Andrés Manuel y su esposa, Beatriz, promovieron una nueva edición del odio irracional histórico al exigir que España, mediante su rey, pidiera disculpas a nuestro país por la dichosa conquista, como si los españoles de hoy fueran culpables de la historia. Las disculpas nunca llegaron, pero el disparate sirvió para seguir distrayendo a una opinión pública tan cercana a la infancia política y tan distante de la madurez histórica.
La presidenta Sheinbaum heredó tales ansias de disculpa, pero ya está sola con ellas. La señora Beatriz, esposa (todavía, según se dice) del expresidente Andrés Manuel, ya solicitó la nacionalidad española y —según la prensa ibérica— vive cómoda y hasta lujosamente en un exclusivo barrio madrileño. Mientras tanto, algunos entusiastas y embrollados polemistas infantiles se mantienen en la posición de exigir disculpas por lo que sucedió hace cientos de años. Lo suyo es el reclamo, no la reflexión. Quizás sigan así por la eternidad.
*Rubén Pérez Anguiano, colimense de 57 años, fue secretario de Cultura, Desarrollo Social y General de Gobierno en cuatro administraciones estatales. Ganó certámenes nacionales de oratoria, artículo de fondo y ensayo. Fue Mención Honorífica del Premio Nacional de la Juventud en 1987. Tiene publicaciones antológicas de literatura policíaca y letras colimenses, así como un libro de aforismos.