¿Qué hacer con Ignacio Peralta?

Crónica sedentaria

Avelino Gómez

Lo que haga o deje de hacer el gobernador Ignacio Peralta ya no cuenta. Quizás dejó de contar —y valer— desde casi la mitad de su sexenio. Tan mal se ha evaluado su gestión, o tan mal resultó como gobernante, que lejanas quedaron las expectativas que forjara como candidato. Si su juventud y preparación profesional fue acaso una buena credencial para sus electores, hoy en día sólo se le puede catalogar como un político tradicional, en el más amplio (o peyorativo) sentido del término:   es de lo que promete y no cumple.

Ante las fuertes demandas de una parte de la ciudadanía que parece haber perdido la paciencia ante su poco talento como gobernante, Ignacio Peralta respondió ayer con un cambio, o mejor dicho varios, en su gabinete. Previamente ya había hecho lo propio en la Secretaría de Seguridad, a donde llegó un hombre, un militar de carrera y con preparación, en el que ahora nos habremos de atener para combatir la inseguridad.

Y la respuesta del gobernador a la marcha del domingo, en la que se gritaron consignas en su contra, acaso el anuncio de ayer: Un cambio, o recambio masivo, de funcionarios. Una acción que, lamentablemente, nadie habrá de aplaudirle ni celebrarle ni agradecerle ni resaltarle. Porque a estas alturas ya ni él mismo sabe si la decisión de mover las piezas en el tablero servirá para levantar su administración. Si acaso servirá —y eso muchos ya lo saben— para configurar los tiempos de campaña que ya están encima.

En los últimos años, Colima no ha tenido buena suerte con sus gobernantes. En esa revoltura de políticos que llegan y se van, ya no sabemos en quién confiar. Ahora, a un año de las elecciones, la gran interrogante para los colimenses es: ¿Qué hacer con Ignacio Peralta? Dónde acomodar e un gobernante cuya administración fue tan desastrosa como el hundimiento de un barco, y no uno de carga, un barco de gente, repleto de gente. Una tragedia pues.

Y si es verdad aquello de que a un pueblo se le conoce por sus gobernantes, vayamos haciéndonos a la idea de que tampoco nosotros salimos bien librados.

Pero vuelvo a la pregunta: ¿Dónde poner a Ignacio Peralta? ¿En qué rincón? ¿Bajo qué foco de luz mortecina? ¿Servirá ahora como perchero, como desgastado cuaderno de notas, como silla a la que se le ha roto una pata y que es una lástima porque no tiene remedio? ¿A dónde llevar un político que pudo hacer y no hizo, que dijo estar y no estuvo?

Qué hacer con las cosas que nos vendieron como nuevas, como eficiente, como funcionales y que ya muy tarde descubrimos que no servían? Nada. ¿Nada?