Por amor al minimalismo

Por amor al minimalismo
Por: Carlos Alberto PÉREZ AGUILAR

En mi adolescencia pensé que a mis 41 años estaría cortando el listón inaugural de mi mansión, no sabía dónde, ni en qué lugar, pero debo decirles que, desde entonces, ya había dejado de lado la posibilidad de tener una vista al mar para no verme tan exigente con mis aspiraciones y, sobre todo, evitar parecer pretencioso frente a los demás.

También, en aquél proyecto de vida que tracé en una tarea escolar de la secundaria, me vi jubilado a los 45; hoy que estoy tan cerca de esa edad… no me siento frustrado porque verdaderamente amo lo que hago y porque aquella invitación a formar parte de una planilla política, en mis entonces 26, la dejé pasar porque la propuesta no me daba buena espina.

Hoy la vida me ha enseñado de estoicismo, de disfrutar lo más que pueda con lo que tengo. He sacado de mi mente aquella lujosa mansión para encontrarme con la posibilidad real de tener, a mis 41 años, mi primer crédito Infonavit que nos garantice a mi esposa y a mi un techo que, por lo menos, incluya un patio para nuestro perro “Pancho” y un pequeño jardín para las bugambilias y plantas que tanto nos gustan.

De verdad celebro el glorioso crédito Infonavit. Ése que durante veinte años, contando las interrupciones por algunos empleos me veían con cara de asimilado, vi descontarse puntualmente de mi nómina como si me estuvieran guardando un gran secreto feliz.

Ese secreto era que con ese crédito apenas me alcanza para lo que los desarrolladores antes llamaban “pie de casa”, que en términos urbanísticos debería presentarse como: “construcción mínima, habitable si trabajas todo el día y no tienes visitas por las noches”.

Cuando entré al simulador de crédito sentí una emoción muy parecida a la de la rifa de la pantalla en la posada del trabajo, esa rifa que, como el mismo simulador parecen, más bien, una ruleta rusa de las ilusiones.

Ingresé mis datos después de tres tutoriales en YouTube con la esperanza de ver una cifra que dijera “usted es millonario, ¡muchas felicidades!”, pero en lugar de eso, aparecieron imágenes de familias sonrientes, recién bañados, con camisas ultra planchadas, con rasgos finos, que podrían servir de publicidad para tratamientos dermatológicos y de ortodoncia; finalmente apareció un monto que me hizo dudar si verdaderamente me alcanzaría para una casa en algún lugar con drenaje y alcantarillado, pero sí, para todo hay.

Hemos indagado en Market Place, Mercado Libre, en grupos de Facebook de Ventas de Casa y Lotes 2025, Vende de Todo, así como en páginas de internet que se dedican a este negocio, pero las únicas dos propiedades que hemos visitado porque nos gustan, que están en zonas céntricas y a un precio que alcanza, sus dueños han salido casi con escopetas en mano para decirme que su propiedad no está en venta y que se trata de un fraude. Demasiado milagro para ser cierto.

En el mundo real puedo aspirar a un lote urbano “en crecimiento”, con vista panorámica a baldíos, potreros y accesos que alientan el espíritu aventurero; me emociona pensar que la ciudad crecerá mucho más, aunque, por el momento, a estos fraccionamientos no llegue el transporte público y, ahora que lo pienso, no he preguntado, si tienen recolección de basura.

De las opciones que tenemos nos ofrecen una casita en la orilla de la ciudad, con calles de concreto hidráulico que sí apantallan, sin muchos árboles, pero sí con muchas ilusiones y buena publicidad.

La otra opción es un terreno en “zona en desarrollo”, que es como decir “hay esperanza, pero no promesas”, donde suena tentador vislumbrar esas noches de acampado en una zona lejana de la ciudad.

Al final, seguro elegiremos una casa sencilla. Es decir, dos recámaras, un baño y un espacio “multifuncional” que en mi caso será recámara – sala – comedor – oficina – gimnasio y cuarto de meditación, porque voy a necesitar mucha paz interior para sobrellevar los 29 años de hipoteca.

Uno creció viendo películas, revistas y publicaciones donde las casas tienen dos pisos, tres baños, una chimenea, una cocina con isla (¡una isla!), y hasta un árbol genealógico enmarcado en el vestíbulo. Tal vez eso tenga que esperar un poquito más, ya que así como veo mi jubilación será por ahí de los 75 años, por lo que hay mucho más tiempo para trabajar y edificar los deseos.

Aun así no puedo evitar sentirme contento, seguramente como se han sentido felices tantas y tantos vecinos, de tantos y tantos fraccionamientos que han logrado tener su pequeña gran casita con mucho esfuerzo. Éste es un paso y como todo buen mexicano sabe, mientras haya piso firme y una esquina para el altar de la Virgen, ya es hogar, entendiendo el minimalismo no como un estilo, sino como una forma de vivir en paz.