OLVIDO GARCÍA VALDÉS

ARCA
Por: Juan Carlos RECINOS

 La poesía de Olvido García Valdés se sitúa en un territorio de extrema exigencia ética y estética, donde escribir no constituye un acto ornamental ni meramente comunicativo, sino una forma radical de conocimiento.
Su obra propone una escritura que desconfía del lenguaje heredado, de la retórica y de la elocuencia, y que busca, en cambio, una palabra despojada, casi balbuceante, capaz de no mentir. Desde esta perspectiva, su poética se articula en una tensión constante entre lenguaje y verdad, entre decir y callar, entre percepción y forma.

Uno de los ejes fundamentales de su poesía es la crisis del sujeto lírico. García Valdés rechaza la identificación simplista entre autora y yo poético: la voz que habla en el poema no se configura como un “yo psicológico” coherente y estable, sino como un punto de percepción, un lugar de irrupción del mundo. Esta concepción dialoga con la noción de enunciación de realidad desarrollada por Käte Hamburger, según la cual el poema no construye ficción, sino que ofrece una vivencia subjetiva dotada de densidad real, aunque no verificable empíricamente. En este marco, la verdad del poema no reside tanto en lo que se dice como en el modo de decirlo: en el tono, en la actitud desde la cual se enuncia.

El cuerpo ocupa un lugar central en su escritura. No hay en ella trascendencia metafísica ni consuelo espiritual: “no hay más alma que el cuerpo”. Este aparece como espacio de vulnerabilidad, enfermedad, desgaste y conciencia de la muerte. Lejos de empobrecer la percepción, esta precariedad la intensifica: cuanto más presente está la finitud, con mayor nitidez se manifiesta el mundo. De ahí que la mirada poética se vuelva extremadamente atenta a lo mínimo: un animal, un gesto, una voz escuchada al pasar, el latido de la sangre en el oído. El poema nace de esa atención radical, casi dolorosa, que transforma lo cotidiano en experiencia límite.

Otro rasgo decisivo de su poesía es la desconfianza hacia el “canto” tradicional. García Valdés cuestiona la concepción de la poesía como himno, armonía o exaltación, y propone, en su lugar, un canto aminorado, un canturreo: una voz baja que no busca convencer ni seducir, sino sostenerse en medio de la desdicha. Este tono menor no implica una renuncia estética, sino una ética de la contención: escribir desde la fragilidad, sin impostura, sin inflar las palabras. La poesía se convierte así en un gesto de resistencia íntima frente a la falsedad del discurso social.

La presencia de lo animal y de lo natural en su obra no responde a una visión idealizada ni a una sensibilidad ecológica convencional. El animal encarna lo “solo”, aquello que es sin justificación ni relato, lo que está en el mundo sin explicarse. Esta forma de estar —plena, muda, ajena a la retórica— funciona como modelo ético y perceptivo para la escritura. De igual modo, los objetos y los paisajes no operan como símbolos cerrados, sino como presencias que imponen su intensidad y obligan al lenguaje a reorganizarse.

En el plano formal, su poesía se caracteriza por la fragmentación, la sintaxis quebrada, los silencios, las repeticiones y los cortes abruptos. Esta configuración no responde a un experimento vanguardista gratuito, sino a la necesidad de dar forma a una percepción que no puede expresarse mediante estructuras narrativas o discursivas tradicionales. El poema avanza por aproximaciones y tanteos, como si cada palabra se colocara con cautela, consciente de su posible falsedad.

La poesía de Olvido García Valdés posee, además, una dimensión política profunda, aunque no explícita. Su política no es la del mensaje, sino la de la actitud: resistir la banalización del lenguaje, afirmar la atención, sostener la vulnerabilidad y preguntar —sin responder del todo— cómo vivir. En un contexto donde el discurso tiende a la simplificación y al ruido, su poesía propone una ética del cuidado de la palabra y de la experiencia.

Otro aspecto fundamental de su escritura es su relación problemática con el tiempo. En sus textos, el tiempo no avanza de manera lineal ni progresiva, sino que aparece como una superposición de instantes, recuerdos y percepciones que irrumpen sin jerarquía. El poema no narra una experiencia pasada ni proyecta un futuro, sino que se instala en un presente intensificado, frágil y a menudo inquietante, atravesado por la conciencia de la pérdida y de la finitud. La memoria no se manifiesta como evocación nostálgica, sino como residuo corporal, como huella sensible.

Esta concepción refuerza la idea de que la poesía de García Valdés no busca construir sentido desde una totalidad, sino habitar la interrupción. El poema se presenta como fragmento porque la experiencia misma es fragmentaria. No hay voluntad de cierre ni de explicación, y en esa renuncia reside una de las potencias más radicales de su escritura. El lector no recibe un significado acabado, sino que es convocado a una lectura atenta, lenta e incluso incómoda, que exige disponibilidad para el silencio y la ambigüedad.

La voz poética se mueve así en una zona de cercanía y extrañamiento. Habla desde lo íntimo, desde el cuerpo y la experiencia inmediata, pero evita cualquier deriva confesional. No se trata de “decir lo personal”, sino de despersonalizar la experiencia para convertirla en un espacio común y compartible. Esta operación ética impide que el dolor, la enfermedad o la precariedad se transformen en espectáculo. La poeta escribe desde el límite, con una sobriedad que intensifica, en lugar de atenuar, la fuerza del poema.

Resulta clave, asimismo, la manera en que su poesía problematiza la relación entre palabra y mundo. García Valdés asume la insuficiencia del lenguaje, su tendencia a llegar tarde o a decir de más, pero no renuncia a él. Por el contrario, escribe desde esa conciencia de fracaso. Cada palabra aparece cargada de duda, como si pudiera traicionar aquello que intenta nombrar. De ahí el uso de sintaxis quebradas, enumeraciones abruptas y repeticiones que no embellecen, sino que hacen visible la dificultad misma de decir.

En este punto, la poesía se configura como una práctica de resistencia frente a los discursos dominantes, saturados de claridad aparente y sentido inmediato. Leer a García Valdés implica detenerse, aceptar no comprender del todo y sostener la pregunta. Esta exigencia convierte la lectura en una experiencia ética además de estética: leer también es una forma de posicionarse frente al mundo.

La ausencia de consuelo constituye otro de los ejes de su escritura. En sus poemas no hay redención ni promesa de reconciliación. Sin embargo, esta ausencia no conduce al nihilismo. En la atención minuciosa a lo real —a lo mínimo, lo vulnerable, lo que apenas se sostiene— emerge una afirmación tenue pero persistente: seguir mirando, seguir diciendo, aun sabiendo que el decir es precario.

Desde esta perspectiva, la poesía de Olvido García Valdés puede leerse como una ética de la intemperie. El sujeto poético no se protege con certezas ni relatos cerrados; se expone, se deja afectar y permanece en contacto con lo que duele y desborda. Esta exposición no es debilidad, sino una forma radical de lucidez.

En definitiva, la obra de Olvido García Valdés constituye una de las propuestas más coherentes y exigentes de la lírica contemporánea en lengua española. Su escritura no busca agradar ni convencer, sino mantener abierta la experiencia, preservar la complejidad de lo vivido y cuidar la palabra como espacio de verdad frágil. Leerla implica aceptar una invitación difícil pero necesaria: habitar el mundo sin garantías, con atención extrema y con una ética del lenguaje que no renuncia a la belleza, pero tampoco la antepone a la verdad:

Entre lo literal de lo que ve…

Entre lo literal de lo que ve
y escucha, y otro lugar no evidente
abre su ojo la inquietud. Al lado,
mano pálida de quien convive
con la muerte, cráneo hirsuto. Atendemos
a la oquedad, máscaras que una boca
elabora; distanciada y carnal,
mueve el discurso, lo expande
y desordena, lo concentra, lo apacienta
o dispersa como el lobo a sus corderos.
El sonido de un gong. Es literal
la muerte y las palabras, las bromas
luego de hombres solos, broma y risa
literal. Todo sentido visible, todo
lo visible produce y niega su sentido.
Si respiras en la madrugada, si ves
cómo vuelven imágenes, contémplalas
venir, apaciéntalas, deja que estalle
la inquietud como corderos.