Narrativa detrás de un cubrebocas

Crónica sedentaria

Avelino GÓMEZ

La pandemia nos ha enseñado que la vida debe contarse, y vivirse, de otra forma. El espacio narrativo que conforma una ciudad, se redujo a un universo donde la mayoría de los personajes llevan, invariablemente, el rostro embozado. Salvo excepciones —nada honrosas— los hombres y las mujeres sales a las calles disfrazados de extras de una mala película apocalíptica.

El uso del cubrebocas —prenda que confirma sólidamente que el mundo es un pañuelo— nos recuerda la peligrosidad de nuestra propia saliva. Llegamos a la fase donde creemos, a pie juntillas, que el mundo se puede salvar si nadie abre la boca. Y esto, a pesar de que el máximo gobernante de este país asegura que ponerse un barbijo no hará la diferencia. La realidad nos contradice, y nos supera.

Y la historia pues, se cuenta y se contará, de otra forma. La posteridad habrá de recordarnos como la generación que padeció una epidemia originada por alguien que decidió comerse una sopa de un animal exótico. Para nuestra fortuna, no estaremos ahí para escuchar los chistes que contarán nuestros nieto sobre la infructuosa lucha que libramos contra el coronavirus. A lo sumo, y si tenemos suerte, viviremos para presenciar los efectos de una generación de niños que gozó el privilegio de no ir a la escuela sin perder el año escolar. Inquieta pensar que algunos de esos infantes oligofrénicos habrán de ser los futuros gobernantes de este país.

Percatarnos de que la vida es volátil y el universo perverso, nos lleva a ser permisivos y resignados: nunca como ahora la Ley de Murphy tuvo tantas aplicaciones prácticas. En una pandemia, toda acción y situación tiene el potencial para salir mal, e irremisiblemente saldrá mal. Como mayor ejemplo tenemos al doctor Hugo López-Gatell y su fallido modelo epidemiológico. Y la Organización Mundial de la Salud nos lo recrimina: el mundo no actuó a tiempo para frenar el virus.

No importa que nos aislemos ni la fe que tengamos en el futuro o en el avance de la ciencia. Un virus nos restriega en la cara nuestro optimismo y confianza en la humanidad. Será por eso que usamos el cubrebocas, porque se nos cae la cara de vergüenza.