Mi diario de la peste

Crónica sedentaria
Por: Avelino Gómez

No es la primera. Hace once años también afrontamos una peste. Aquella vez también hubo una cuarentena. Y salimos más o menos bien librados. ¿Qué cambió de aquella vez a esta? Todo y nada. Lo sé porque volví a mi archivo y recuperé esta crónica que se publicó en mayo del 2009. La releo mientras escucho a Andrés Manuel López Obrador decir que se protegerá de la peste con amuletos y estampitas.

Viernes: Hace un par de días el gobierno federal anunció el brote de influenza porcina: ¡Epidemia!, gritaron todos los medios de comunicación. Suspendieron clases en todo el país. En Colima, nuestro desorientado gobernador salió a declarar que en este pueblo no hay influenza y que, para mayor tranquilidad de todos, buscaría “una certificación” que nos avalara como estado libre de peste. Alguno columnistas tacharon al gobernador de nango, otros de imbécil.

Sábado: A las playas de Manzanillo llegaron decenas de camiones cargados de turistas provenientes del centro del país. Playas muy concurridas. Contemplo la siguiente escena: Un bañista, con tapabocas y cerveza en cada mano, posa para una foto mientras grita (con notable acento chilango): “salucita de la buena”; sus amigos celebran la gracejada con risas escandalosas.

Domingo: Fui al centro comercial. Todos los empleados de la tienda departamental usaban tapabocas. Entre los pasillos del establecimiento deambulaba una señora que cargaba a un perro chihuahueño en brazos; el perro traía puesto un tapabocas (que en su caso era tapahocicos).

Lunes: Recibo correos electrónicos de nuestros familiares radicados en Los Ángeles. Nos ofrecen ayuda humanitaria debido a que, según se enteraron, todos acá estamos enfermos de gripa porcina. Me ofendí. Contesté sus correos con palabrotas, pero de todos modos les mandé mi número de cuenta bancaria.

Martes: El gobierno estatal emite comunicados para informar que Colima sigue sin registrar ningún caso de influenza. Se anuncia que el gobernador se pondrá un tapabocas y que, en adelante, el único autorizado para hablar sobre la situación será el secretario estatal de Salud. Algunos columnistas opinan que el secretario tampoco es digno de confianza, que es medio nango, que ya ni modo, y que a ver cómo nos va.

Miércoles: A mi correo electrónico llegan muchos mensajes en cadena, explicando y demostrando que la gripe porcina no existe, que es una vil treta del Fondo Monetario Internacional, de la CIA y las transnacionales farmacéuticas. Otros mensajes dejan asentado que todo es una pantalla para evadir los verdaderos temas sociales. Observan el hecho “sospechoso” de que la peste se haya desatado luego de la visita de Obama a México y de la reunión que sostuviera a puerta cerrada con Calderón. Pura paranoia porcina. Por la tarde, la OMS eleva a fase 5 la alerta epidemiológica

Jueves: En la oficina donde trabajo se declara la fase 6 por anticipado y nos mandan a nuestras casas para prevenir contagios. Compungidos y contrariados nos vamos al Bar Social a solidarizarnos con otros tantos oficinistas que también corrieron la misma suerte. Por la noche, en el noticiero de televisión abierta se transmiten imágenes de un grupo de diputados atragantándose, como cerdos, con chicharrones y carnitas. El presentador de noticias dijo que era para demostrar que los cerdos no eran culpables de la peste. Pero de que eran cerdos, eran. Ni dudarlo.

Viernes: El virus mutó de nombre y dejó de llamarse influenza porcina; ahora se llama influenza humana. Se confirman tres casos en Colima y el dueño de una farmacia local declara a un reportero que se le acabaron los tapabocas y los antigripales. Por la noche se registran compras de pánico en los centros comerciales locales. Algunos restaurantes cerraron, pero las taquerías y cenadurías de la colonia están a reventar. Hago un recorrido para constatar que es imposible conseguir tacos de adobada. Tampoco hay pozole.

Sábado: Mañana aburrida y larga. Para quitarnos el tedio decidimos salir al centro comercial a hacer nuestras propias compras de pánico. En la tienda nos topamos con dos conocidos que siempre nos han parecido detestables. Traían puestos sus tapabocas. Nomás para echarles a perder el día insistí en saludarlos de mano y abrazo. Ellos se apartaron, horrorizados, y escaparon por el pasillo de los enlatados. Mientras se alejaban a toda prisa alcancé a gritarles: ¡podrán corren, pero no esconderse! Confío en que, después de esto, nos retiren la palabra.