Los mangos prohibidos de La Armonía
Por: Carlos Alberto PÉREZ AGUILAR*
Les puedo decir que estamos trabajando para que La Armonía sea un hogar de paz, descanso y sana convivencia; hemos avanzado y los problemas por el control remoto y la elección de canales de televisión se han terminado, por el momento, con santa paz.
Sin embargo, me lo habían advertido, que antes de las lluvias hay una temporada que rebasa toda lógica geriátrica: la guerra del mango.
Cada año, cuando los árboles de los patios comienzan a soltar sus jugosos tesoros, la tranquilidad se convierte en una novela tropical de índole policíaca, protagonizada por nuestros queridos abuelos. y una fruta prohibida.
Desde temprano, el equipo de cuidados y enfermería ya están entrenados. Si escuchamos el sonido de una andadera demasiado apresurada o el rechinido sospechoso de una silla de ruedas con rutas no habituales, sabemos que un dulce y amarillo acontecimiento, con probables secuelas estomacales habrá que investigar.
Lo más común: abuelitos escondidos en el baño con la puerta atrancada, mientras que adentro se oyen sonidos viscosos y murmullos delatores: “shh… enrolla las tecatas en el papel”, es uno de los tantos consejos para evitar los filtros que muchas veces no logran pasar gracias a las blusas o camisas embarradas con gotas amarillas.
Descubrimos que hay redes de contrabando, al mero estilo de Al Capone, que ya quisiéramos entender.
Sin decir nombres, descubrimos a quien trabaja como ‘mula’ del ala norte de mujeres: rellenando su cojín con mangos pelados, y cuando la sorprendimos, alega que eran compresas naturales para las reumas.
Tenemos varios líderes del grupo rebelde, que oculta los mangos en cavidades de los roperos, entre la ropa que separan con detalle e impiden llevar a la lavandería. Quienes tienen mayor arrebato cargan discretamente unos cuantos frutos en el asiento de su andadera, aseverando que son para consumo personal.
Lograron burlar cuatro inspecciones, al final fue con el diálogo que se puso a disposición más de una veintena de mangos y que, curiosamente, estaban a punto de caducar.
No dudo que exista la figura del “Mango Express”: un posible sistema creado con calcetines, con el que alguien puede enviar mangos desde el patio hasta el pasillo, ya que no entendemos cómo aparecen mangos que sólo existen en un área cerrada y de los que hemos encontrado evidencias como huesos chupados en pasillos, cestos de basura y hasta enterrados con huellas de ardillas que, no dudo, hayan sido implantados para desviar la atención.
Al final, más allá del azúcar elevada y las consecuencias digestivas, esta crisis nos ha dejado una gran lección: no importa la edad, el alma traviesa no se jubila. En cada plan maestro, en cada bocado furtivo, vemos a los niños que alguna vez fueron, que todavía sonriendo con jugo en la cara y culpa en los ojos.
Ante eso no puede más que suspirar, escuchar, aconsejar… y, ¿por qué no? comerse un mango con ellos, a escondidas también.
PD: Si gustan una caja de mangos a cambio de pañales se los vamos agradecer muchísimo, todavía nos quedan unas cuantas rejas cortadas con las que nos pueden apoyar y, sobretodo, no deseamos que se desperdicie el fruto que la naturaleza nos da.
* El autor es Director de la Casa del Adulto Mayor La Armonía, docente de Universidad UNIVER Colima y periodista. Contacto: carlosperez.col@gmail.com o en IG como @CarlosPeragui.