LORCA EN COLIMA

LORCA EN COLIMA

César Anguiano

Nos han acostumbrado -aunque el proceso no se ha completado del todo- a que William Shakespeare representa el máximo logro humano en lo que a literatura y teatro se refiere.

Cuando la hegemonía mundial pertenecía a España esa figura de titán de las letras la ejercía Miguel de Cervantes con su Quijote. Homero la desempeñó magníficamente en la antigüedad con la Iliada. Hay mucho de imperialismo cultural en esas aseveraciones tajantes y muchas veces no muy racionales.

Harold Bloom, en una de sus obras más extensas y significativas, llega al extremo de aseverar que lo verdadero humano no nació sino cuando el dramaturgo de Stratford-upon-Avon comenzó a escribir para la escena; cosa absolutamente absurda para quien tenga un mínimo de conocimientos de literatura universal o siquiera de literatura greco-romana. Insinuar que Sófocles, Esquilo, Virgilio o Platón eran o escribían para subhumanos es no sólo falso, sino aberrante.

Lo verdaderamente humano, o lo que se entendía por ello en el Renacimiento, nació precisamente en esa época y fue una recuperación de al menos parte del espíritu griego antiguo. Ese espíritu intenta y logra colocar al hombre como centro del universo. Recordemos que durante la edad media se puso en el centro de la vida humana la idea más bien ininteligible de Dios.

Así pues, Shakespeare fue una suerte de culminación del Renacimiento y es de todos sabido su fascinación por los poetas y los temas italianos. Hay una cosa sin embargo que es terriblemente cierta: la mayoría de los hispanohablantes jamás podremos hacernos una idea del poderoso impacto que el lenguaje y las obras de Shakespeare tienen sobre los angloparlantes.

O quizá sí, sí algún día surgiera un director genial que sepa reunir a los actores adecuados y logre que el público disfrute de la magnífica mezcla de retorica y verdadera poesía de que está hecho el lenguaje del dramaturgo isabelino. Claro que para montar bien a este autor hacen falta muchas otras cosas que sería largo enumerar. Pero para consolarnos de esa imposibilidad de disfrutar del todo a ese hijo de Stratford, los hispanohablantes tenemos los trabajos de García Lorca, entre ellos Bodas de sangre.

• Esta obra, al igual que Macbeth, Julio César o Romeo y Julieta, tiene el mérito de haber sido escrita por un estupendo poeta, por alguien que domina ya no sólo las formas, limitaciones y posibilidades del teatro, sino ese lenguaje sutil e invisible de la auténtica poesía.

• Bodas de sangre, igual que varias piezas del autor inglés, es oscura y angustiante. Cuando se lee o se le ve representada, uno no puede sino lamentar el asesinato del autor cuando tenía apenas 38 años. Hay autores de múltiples y maravillosas obras maestras, pero a Lorca no se le permitió escribir sino unas pocas: gente vil que se autoproclamaba decente ordenó su muerte.

Como algunas piezas de Shakespeare, Bodas de sangre está cargada de poesía y lenguaje simbólico; del sentimiento de honor de una España que ha sido ya despojada de su imperio ultramarino, pero que conserva así sea un remedo, una distorsión de esa honra en los pueblos y regiones de la España profunda.

• Las representaciones de las obras teatrales de Lorca fueron un verdadero suceso en muchos países hispanos. El propio autor recorrió en gira triunfal una buena parte del continente americano. Acá en Colima, hasta donde tengo noticias, sólo en tres ocasiones hemos tenido oportunidad de presenciar alguna de las ellas.

La primera vez fue La casa de Bernarda de Alba montada por el maestro Rubén Martínez González con sus alumnos del Instituto Tecnológico de Colima; la segunda, fue la profesora Cuquita Gutiérrez quién montó algunos fragmentos de Lorca con sus pupilos del CEDART. Aunque el montaje del granadino que ha dejado aquí más recuerdos es el de Yerma, donde participó el actor Jaime Velasco, de eso hace ya varios años.

• Por eso es importante que este jueves 29 de agosto, los colimenses acudamos al teatro de la Casa de la Cultura al estreno en la entidad de Bodas de sangre. Obra acometida con brío por el director Héctor Castañeda. Nada se logra sin verdadera ambición, sin tesón o esfuerzo, y Héctor ha resultado uno de los más empeñosos y trabajadores directores de escena en Colima.

Es loable su atrevimiento: no hay mejor manera de aprender. Se ha atrevido con el Tartufo de Moliere, se atrevió también con Puerco espín de David Paquet, y ahora –con el arsenal que ha reunido en el camino- se atreve con la obra máxima en idioma español.

• Tuve oportunidad de asistir a uno de sus ensayos en el memorable -aunque desastrado- Cine Colima. Lo que vi y escuché me conmovió varias veces casi hasta las lágrimas; de ningún modo por lo limitado de los recursos o la pobreza del lugar –que son reales-, sino porque varios actores se han apoderado verdaderamente del texto y logran transmitirnos mucho de lo que el autor español se proponía.

Quienes tengan la suerte de conseguir entradas para el estreno y las funciones subsecuentes se llevarán muchas sorpresas agradables.

Entre otras, la música que Sergio Fuentes y Huitznáhuatl Valencia han compuesto especialmente para el montaje. Música que interpretarán ellos mismos sirviéndose de sus guitarras, y acompañados de las estupendas cantantes Vania Thomas y Conchita Ocampo, quien como española y antropóloga se ha convertido en una asesora importante en este montaje de Héctor Castañeda. Conchita también se ha descubierto en Colima como una estupenda actriz y realiza el papel de la nana-criada de la novia.

• El elenco está integrado por Vianey Torres, Nelly Magaña, Iván Quiroz, Jaime Velasco, Nury Sandoval, Coty Campos (entrañable en su papel de esposa a punto de ser abandonada), Claudia de Luna, Alejandra Infante, Juan Manuel Sánchez, Huitznáhuatl Valdivia, Ana Carrasco, Adriana Espíritu, Sergio Martínez, Rocío Chávez, Evelyn Torres y Melissa Menchaca. A cargo del grupo de flamenco estará Ignacio Sánchez; en la iluminación, Enrique Jiménez. Acompañando a Héctor Castañeda en la producción ejecutiva, Marcela Flores.

• Hay mucha gente en Colima que ve mal la ambición teatral, para ellos todo debería ser pequeño y modesto. Si se les dejara conducir la cultura en Colima, todo continuaría siendo insulso y provinciano, pero quienes amamos de verdad la literatura y el teatro no podemos sino festejar el atrevimiento y la solvencia teatral cada vez mayores de Castañeda.

Quienes sepan descubrir la vida que palpita en todo arte verdadero -y Bodas de sangre lo es-, se conmoverán muchas veces acudiendo a verla. No es un esfuerzo pequeño el que la compañía Puerco Espín realiza en este montaje.

No es sólo un detalle aquí y otro más allá los que se pueden disfrutar, los hay de principio al fin de la representación. En el ensayo que presencié el día 20 del mes en curso, me llamó la atención el trabajo de Vianey Torres, de Coty Campos, de Nury Sandoval, el trazo escénico de que realiza Valdivia, y por supuesto la música y las cantantes.

¿Pero quién dice que el resto de la compañía no se pondrá a la altura el día del estreno? ¿Quién dice que todo eso, más el vestuario, las luces, los bailaores que no vi, así como la magia propia de los estrenos y el teatro no convertirán la función de estreno en un estupendo espectáculo; espectáculo no sólo digno de los colimenses y los mexicanos, sino uno que haga honor al arte imperecedero de Lorca?

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