APUNTES PARA EL FUTURO
Por: Essaú LOPVI
Hay discursos que no solo entregan premios: entregan advertencias.
El mensaje del presidente del Comité Noruego del Nobel, Jørgen Watne Frydnes, al otorgar el Premio de la Paz a María Corina Machado, no fue un gesto diplomático ni una ceremonia protocolaria. Fue, palabra por palabra, un diagnóstico crudo de cómo mueren las democracias y cómo se instala, casi siempre con sigilo, la maquinaria del autoritarismo.
La historia reciente de Venezuela no requiere mayor dramatismo adicional: está ahí, desnuda y evidente.
Un país que fue referencia democrática en América Latina se convirtió en un laboratorio del desmantelamiento institucional. La represión se volvió política de Estado; las elecciones, ritual vacío; la disidencia, delito. La ‘verdad oficial’ sustituyó a la verdad, y el poder dejó de ser un mandato ciudadano para transformarse en propiedad privada del régimen.
Por eso el Nobel a María Corina Machado no solo reconoce a una opositora perseguida. Reconoce la necesidad global de defender la democracia antes de que desaparezca. Y en ese espíritu, el discurso noruego lanza un mensaje que rebasa fronteras: las democracias no colapsan de la noche a la mañana. Colapsan cuando la ciudadanía deja de observar las señales.
Y aquí es donde México no puede darse el lujo de mirar hacia otro lado.
La defensa de la democracia no se reduce a emitir un voto el día de las elecciones. Tampoco es una cuestión abstracta ni un ejercicio académico; tiene consecuencias prácticas, Watne Frydnes puntualizó: las democracias se mantienen en paz no porque sean perfectas, sino porque sus mecanismos —prensa libre, contrapesos, justicia independiente, elecciones competitivas— evitan que el poder caiga en una sola mano.
Cuando esas válvulas se cierran, la presión sube, los disidentes se convierten en enemigos y la narrativa oficial empieza a reemplazar a la realidad.
Eso fue exactamente lo que ocurrió en Venezuela: el poder sustituyó a los hechos; la lealtad, a la competencia; la intimidación, a la justicia. El régimen se aferró a la idea de que el país podía dividirse entre patriotas y enemigos, derecha e izquierda, progresistas o conservadores. Y cuando esa simplificación se instala, la violencia del Estado siempre encuentra justificación.
México lleva años escuchando discursos que buscan exactamente eso: dividir al país en bandos morales, descalificar a instituciones enteras, desacreditar a la prensa crítica, debilitar árbitros, personalizar decisiones que deberían ser institucionales. Y ahora, con un relevo presidencial que prometió continuidad total, las viejas alarmas que antes parecían advertencias lejanas de países hermanos como Venezuela, Cuba y Nicaragua, empiezan a transformarse en señales inmediatas.
No se trata de afirmar que México es Venezuela ni que va camino inevitable hacia allá. Sería irresponsable. Pero sería igualmente irresponsable negar que ciertos patrones se repiten: la presión sobre organismos autónomos; la narrativa de que jueces, periodistas y opositores son enemigos de la transformación; el uso político de la justicia; los intentos por controlar o debilitar los contrapesos. Y lo más delicado: la creciente normalización de la idea de que el poder puede estar por encima de la Ley, sí, porque supuestamente actúa ‘en nombre del pueblo’.
Esa es exactamente la grieta por la que se cuela el autoritarismo.
El mensaje del Nobel enfatiza algo obvio pero olvidado: las democracias no son inmunes al deterioro. La paz es una consecuencia de la pluralidad, no del silencio. Y la pluralidad se sostiene cuando las voces críticas no son perseguidas ni estigmatizadas, sino escuchadas.
En México, mientras se multiplican los episodios de militarización, se investiga a opositores con un celo selectivo pero se protege a aliados o correligionarios de la 4T con sospechosa indulgencia o memoria selectiva, mientras el poder se concentra y se niega la gravedad de la violencia criminal, debemos preguntarnos si estamos cuidando nuestras válvulas democráticas o si estamos dejando que se cierren una a una.
En el mensaje de Maria Corina Machado que pronunció su hija en la ceremonia del Premio Nobel de la Paz, enfatizó: «Cuando comprendimos lo frágiles que se habían vuelto nuestras instituciones ya era tarde», una frase contundente dedicada a los países de la región.
Venezuela no colapsó porque un día llegó un tirano. Colapsó porque la sociedad, poco a poco, permitió que las señales se hicieran costumbre.
Hoy, México está a tiempo de aprender la lección ajena en lugar de vivirla en carne propia. La democracia no es inmortal. Se cuida o se pierde. Y cuando se pierde, como lo recordó el Nobel con absoluta firmeza, casi nunca vuelve sin un altísimo costo humano.


















