Colima.- En las casas hechas talleres hay pedazos de cuero en el suelo, unos trenzados, otros sin trenzar, también se corta hule a la medida, hay retazos de tela para los modelos más modernos y bases con forma de pies.
Las huaracherías en Colima son espacios llenos de tradición, pues en la mayoría de los casos, el oficio pasa de generación en generación, es la herencia que se deja a los hijos, aunque ya no salga más que para comer.
“Mi hijo ya no quiere ser huarachero, dice que él quiere estudiar, porque yo trabajó todo el día y gano muy poquito”, es uno de los comentarios que se escuchan de una mujer a la que, junto con sus nueve hermanos, su padre hizo artesanos del calzado.
Y es que, para los huaracheros, el oficio está en peligro de extinción: cada vez hacen menos porque les compran menos, las materias primas suben de precio, y los que ganan son los intermediarios.
“Esto cada vez viene a menos, nos subieron el costo de los materiales y como subimos (el precio) los huaraches, nos encargan menos (…) los de las tiendas son los que se quedan con las ganancias”, explica otro de los artesanos.
Otro de los problemas que enfrentan es la nueva regulación fiscal, que desapareció el régimen de pequeños contribuyentes, obligándolos a llevar una contabilidad más puntual que casi los asfixia, es todo un reto ser formales.
“Pasé de pagar 125 pesos cada mes a 570 (pesos), y quieren que hagamos un comprobante fiscal por cada par de huaraches que vendamos y por cada cosa que compramos, mejor me voy a dar de baja de Hacienda”.
Pero aun así, los huaracheros dicen que la actividad “es muy bonita”, disfrutan elaborar calzado e innovar con nuevos diseños, que las sandalias mexicanas no sean solo usadas para trabajar en el campo, sino para la vida cotidiana, más aun en lugares calurosos como Colima.
Antonio Enciso Núñez, director del Museo Universitario de Artes Populares (MUAP), considera que en Colima el uso del huarache se asocia con la cotidianeidad.
“El origen de muchos diseños se adjudica a la influencia social y cultural de las comunidades de Tuxpan y Pihuamo, en Jalisco, así como de Sahuayo, en Michoacán, centros productores talabarteros que, por necesidades de consumo, difundieron el oficio e influenciaron a Colima para producir sus propios diseños de acuerdo con necesidades muy particulares, como el clima y, principalmente, los quehaceres relacionados con actividades agrícolas y ceremoniales”.
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