ESTACIÓN SUFRAGIO

Por: Adalberto Carvajal

SEPARACIÓN, EXPROPIACIÓN, CANCELACIÓN

¿Cancelar el Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (NAICM) es un hecho histórico tan importante como separar la Iglesia del Estado o expropiar la industria petrolera?

En buena medida sí. Se canceló el NAICM pero se está buscando compensar a los contratistas originales con nuevas concesiones para realizar, esta vez, las obras de modernización del binomio aeroportuario Toluca-Benito Juárez, así como la construcción de dos pistas y una terminal de pasajeros en la actual base aérea militar de Santa Lucía.

Si ello redunda en la sumisión de los grandes capitales al gobierno entrante de Andrés Manuel López Obrador, estaremos ante un episodio histórico equivalente a las Leyes de Reforma con las que Benito Juárez y otros liberales consiguieron separar a la Iglesia del Estado, al arranque de la segunda mitad del siglo XIX.

Se ha ofrecido a los contratistas del NAICM pagarles solamente los gastos erogados. Si ellos no reclaman una indemnización por las utilidades que pensaban obtener, pero sobre todo si los mercados financieros no pierden la confianza para invertir en México por la cancelación de esta obra, ni se dispara el dólar (más allá de lo que ya se devaluó) ni huyen los capitales golondrinos ni la calificación crediticia de nuestro país colapsa, estaremos entonces ante un suceso histórico equivalente a la expropiación petrolera.

En 1938, el presidente Lázaro Cárdenas supo leer las condiciones internacionales que le permitieron echar del país a las empresas petroleras, sin arriesgarse a una invasión norteamericana. México pudo seguir vendiendo hidrocarburos al extranjero, y con esas utilidades (no tanto con las alhajas, las gallinas y los puerquitos de la gente) pagó las indemnizaciones.

FUE PROMESA DE CAMPAÑA

Es difícil anticipar si la legitimidad y la gobernabilidad de López Obrador saldrá indemne después de este manotazo en la mesa para mostrarle al poder económico que no están sobre el poder político, es decir, que él como titular del Ejecutivo no está pintado.

La propaganda neoliberal ha estado dibujando un escenario catastrófico, seguramente exagerado porque buscaban, en un primer momento, preservar el proyecto del NAICM y, ya después, encarecer las negociaciones con el presidente electo para la asignación de las nuevas obras en la red aeroportuaria Toluca-Benito Juárez-Santa Lucía.

Sin embargo, a unos cuantos días de que se anunciara la decisión de Andrés Manuel de cancelar el proyecto en Texcoco, no cayeron los mercados ni colapsó la economía ni se incendió el país.

Y eso que el desafío no fue menor. Ese “poder económico” al que alude López Obrador en su acostumbrada simplificación simbólica de los actores políticos y las fuerzas sociales a las que representan, asumía tener tanta capacidad de decisión como para someter a la institución presidencial.

Ese grupo, al que hace algunos años un grupo de periodistas denominó “los amos de México”, también conocido como las “300 familias” y, antes de eso, simplemente “la oligarquía”, es el que impuso la candidatura oficialista de José Antonio Meade… por ejemplo.

Postularon al ex secretario de Hacienda pese a que el sentido común, las encuestas de intención del voto, la lógica del péndulo sexenal y los escándalos de corrupción que involucraban al gabinete de Enrique Peña Nieto, indicaban que el perfil del candidato tenía que ser uno muy distinto al del tecnócrata puro, sin carisma, que encarnaba Meade.
Yo mismo fui de los que creí que López Obrador no se atrevería a contrariar los fuertes intereses que se escondían detrás del NAICM.

Pensé que, en aras de una transición pacífica y como parte de los acuerdos que llevaron a la administración Peña Nieto a no intentar un fraude electoral para frenar al Peje (a cambio de conseguir una amnistía general para los delitos de cuello blanco), Andrés Manuel usaría la consulta para justificar la decisión de… ¡continuar las obras de Texcoco!

Más que en las razones políticas (una concertación con el gobierno priista de Peña) o en las técnicas (que aseguraban que construir un aeropuerto tipo hub o concentrador, era mejor solución para los problemas de saturación de vuelos en el valle de México que la habilitación de una red aeroportuaria), mi convicción se basaba en la presunción de que saldría más caro cancelar el proyecto debido al grado de avance en las obras y al dinero público erogado.

Olvidé que detener la obra en Texcoco fue una promesa de campaña, y que en la narrativa electoral de AMLO el NAICM representaba la obra cumbre del peculado en el que sistemáticamente incurrió la administración de Peña Nieto.

También olvidé que el aeropuerto de Toluca convertido en un elefante blanco y la terminal 2 del Benito Juárez como una inversión que no ha sido amortizada, representaban una pérdida tan cuantiosa como lo que se ha gastado en Texcoco.

VIABILIDAD DE SANTA LUCÍA

Como ciudadano que coincide con la urgencia de emprender una (cuarta) transformación de la vida nacional, me desconcertaba la manera un poco deshilvanada con la que el presidente electo defendió su postura contra el NAICM, frente a la bien orquestada campaña publicitaria a favor del nuevo aeropuerto.

Andrés Manuel no insistió demasiado en el tema de la corrupción inherente a las obras en Texcoco. De hecho, fue hasta después de que se dio a conocer el resultado de la consulta que López Obrador reveló el plan maestro de los impulsores del NAICM para costear la obra con base en vender los terrenos y activos del Benito Juárez, que ellos mismos comprarían, al tiempo que se preparaban para comercializar los terrenos aledaños al nuevo aeropuerto que ya también habían acaparado.

Fue hasta que ya se había librado el riesgo de una consulta que apuntara a Texcoco, que AMLO reveló la existencia de estudios serios sobre la viabilidad de Santa Lucía, dejando en claro además que la obra podría estar terminada en menos de lo que se hubieran tardado en poner en marcha el NAICM.

Doblegados por la legitimidad de un presidente que llegará al poder precisamente para evitar que sigan mandando los mismos, todos los sectores de la industria aeroportuaria terminaron por reconocer que la red aeroportuaria es una alternativa viable a la idea de un aeropuerto hub. ¿No que no?

Hasta las líneas aéreas que alertaban sobre un incremento en los costos operativos y enfatizaban las molestias de los pasajeros que tendrían que moverse entre Toluca, el Benito Juárez y eventualmente a Santa Lucía para hacer una conexión, ahora aceptan que las transportación aérea está organizada a través de alianzas internacionales.

De este modo, las líneas alimentadoras de una gran aerolínea, tendrán que aterrizar en el mismo aeropuerto de donde despegan los vuelos en conexión. El que tenga que cambiar de avión en Toluca, volará a Toluca; el que tenga su conexión en el Benito Juárez, aterrizará ahí; el que tenga que transbordar en Santa Lucía, le convendrá tomar vuelo que baje en esa terminal.

Eso lo vemos incluso en los grandes aeropuertos concentradores: si usted vuela por Continental, American Airlines o Delta, y sus líneas alimentadoras, hará respectivamente la conexión en Dallas-Forth Worth, en Houston o en Atlanta. Ningún agente de viajes le pediría a un pasajero moverse por tierra entre Dallas y Houston.

La situación aérea de la Ciudad de México se parece más a la de Nueva York, Los Ángeles o el área de la Bahía de San Francisco. En cada uno de esos destinos hay cuatro o cinco aeropuertos en servicio. La gente despega o aterriza en el que esté más cerca del lugar a donde va.

Si llegado el caso necesitamos un hub aeroportuario en la república mexicana, éste tendría que construirse en un lugar a menos altura sobre el nivel del mar y menos complicaciones urbanas que la capital del país.

IDEOLOGÍA EMPRESARIAL

Organizaciones como el Consejo Coordinador Empresarial o la Confederación Patronal de la República Mexicana (Coparmex) defendieron la continuidad de Texcoco en parte por intereses creados y, en parte, porque esas cúpulas son los baluartes ideológicos de la libre empresa. Algo que quizá entienden como supremacía de la gran empresa.

Otros organismos como el Consejo Mexicano de Negocios que preside Miguel Alemán Velasco, fueron menos dramáticos y hasta acabaron emitiendo un voto de confianza a López Obrador.

Por lo demás, en el debate sobre el NAICM han hecho falta escuchar argumentos distintos a los económicos (el monto de la inversión) y a los logísticos (relativos al transporte aéreo).

Por ejemplo, los ecológicos. Acabar con el lago Nabor Carrillo y con las funciones de vaso regulador que cumple la antigua cuenca lacustre de Texcoco, habría generado un impacto ambiental cuyos costos económicos nadie ha calculado.

El daño al entorno natural habría generado externalidades que terminarían pagando los habitantes de la zona metropolitana, nunca los inversionistas del proyecto.

Mi correo electrónico: carvajalberber@gmail.com. Esta columna también se puede leer en: www.carvajalberber.com y sus redes sociales.