En Volandas

Etimología de las pasiones

Por: Rubén Carrillo Ruiz

La contaminación audiovisual de las campañas políticas es el mejor pretexto para analizar el alcance y profundidad de la palabra, desnivelada para convencer a una ciudadanía escéptica de promesas aéreas y mensajes anodinos. El desafío mayúsculo consistirá en usar sencilla, pulcramente el idioma y devolverle los sentidos precisos, perdidos antaño como hogaño por abusos e impropiedades.

Escogí como título de esta colaboración el que tiene un libro de Ivonne Bordelois, lingüista argentina, que vivió tres décadas fuera de su país y con su regreso aportó perfiles sobre el uso, historia y pertinencia de los vocablos.  Etimología de las pasiones es un volumen que escudriña el origen y actualidad de significados.  Justo: si sabemos la procedencia de los términos profundizamos sus sentidos, buscamos la precisión conceptual, tan necesaria como ausente en los mensajes multitudinarios de la información, las redes supuestamente sociales y los medios.

¿Cuáles son las pasiones? La cólera, el amor, deseo, concupiscencia, voluptuosidad. Las hay oscuras: avaricia, celos, tristeza; claras, alegría, felicidad y al esperanza.

Dice Bordelois: “En el mundo de la palabra existen leyes y magias ineludibles. Una de ellas es el poder de enhebrarnos, a través del estudio etimológico, en esas genealogías que brillan en las cavernas del pasado como gotas deslizándose en las paredes de una gruta inacabable.”

La etimología serpentea épocas, modifica usos e ilustra los periplos de las palabras. Como dijo Coetzee: “para poder remontar éticamente las aguas hasta el presente y hallar qué viejos sentidos continúan reverberando en el lenguaje actual, antes se debería aprender a escribir en aquellas palabras supuestamente perimidas”. Esa propuesta sigue Bordelois en el contenido, de apenas 200 páginas, impreso por Libros del Zorzal en 2006.

El método es muy sencillo y emocionado: una fuente de deslumbramiento y de permanente asombro. “Asombro ante una enseñanza milenaria y desatendida, fresca y misteriosa, accesible y remota al mismo tiempo”.  Es un rescate, “una exploración que se orienta a encontrar joyas escondidas entre ruinas”.

Bordelois se sincera cuando dice que el estudio etimológico no es camino hacia el pasado, retroceso. “No se trata de recuperación sino de reinterpretación. Es el descubrimiento del sentido de las raíces que persisten transformadas en las palabras de ahora. Es el descubrimiento de lo que está oculto, de lo que somos y no sabíamos. Las raíces de las palabras no están atrás, en pasado: están en lo profundo del aquí y ahora. Si las palabras hubieran dejado sus raíces en el pasado, se habrían secado, habrían muerto”.

Próximamente abriré un observatorio léxico, donde un grupo entusiasta del lenguaje diseccionará su uso apropiado en las campañas de todos los aspirantes. El rasero mínimo exigible a un político es de Confucio: alguna vez, cuando sus discípulos le preguntaron por dónde comenzaría, si de gobernar un país se tratara, les respondió: “Yo quisiera mejorar el lenguaje». Asombrados, sus discípulos le dijeron que esa respuesta nada tenía que ver con su pregunta. ¿Qué significaba mejorar el lenguaje? Y entonces Confucio aclaró: «Si el lenguaje carece de precisión, lo que se dice no es lo que se piensa. Si lo que se dice no es lo que se piensa, entonces no hay obras verdaderas. Y si no hay obras verdaderas, entonces no florecen el arte ni la moral. Si no florecen el arte y la moral, entonces no existe la justicia. Si no existe la justicia, entonces la nación no sabrá cuál es la ruta: será una nave en llamas y a la deriva. Por esto, no se permitan la arbitrariedad con las palabras. Si se tratara de gobernar una nación, lo más importante es la precisión del lenguaje».

VÍCTOR DE SANTIAGO

Hace días, varios amigos nos reunimos con Víctor de Santiago. Reconocemos en él a un profesor en toda la línea: sugerente, abierto, irónico. Nos entusiasmó el encuentro e intercambiamos opiniones sobre muchos aspectos: el periodismo, la literatura, la actualidad. Está recuperado plenamente de unas intervenciones quirúrgicas que lo alejaron de su vitalidad acostumbrada.

Hace tiempo escribí un perfil, en ocasión de un reconocimiento que le entregó el Club Primera Plana por medio siglo en el periodismo. Está vigente: Víctor de Santiago practica una doble y noble idea que Julio Torri asignó siempre a Pedro Henríquez Ureña: el inmediato magisterio de su presencia y no puede vivir sin ser maestro. Soy uno de tantos discípulos que a lo largo de su trayectoria periodística ha formado en Colima, y deudor entusiasmado de su amistad y consejo.

El reconocimiento del Club Primera Plana por su larga dedicación al oficio periodístico fue de gran mérito porque Víctor (que admite mi tuteo insolente e inquisidor desde hace 30 años) tiene otra divisa: su gran contribución para profesionalizar los medios en Colima en las últimas tres décadas.

Lo expreso con admiración sin fronteras, Víctor tiene el ingrediente vital para ejercer su apostolado periodístico: es, ante todo, buena persona, como establece Kapuscinski en su librito Il cinico non é adato a questo mestiere. Converzacioni sul buon giornalismo, para quien “es un error escribir sobre alguien con quien no se ha compartido al menos un tramo de la vida”. Y yo, al menos, me he guarecido durante más de un cuarto de siglo en su ejemplo

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