El virus a la imaginación

Crónica sedentaria

Avelino Gómez

En mi apocalipsis ya morimos todos, pero resucitamos hoy por la mañana. Luego, después del desayuno, fuimos condenados a un purgatorio del tamaño de nuestra casa.

Atribulados, algunos pasan (pasamos) el día asomándose (asomándonos) por las ventanas para mirar que, en la calle, el virus crece de manera desproporcionada. “Al virus lo alimentan las noticias falsas”, dice uno. “No, el virus crece con el miedo”, responde el otro.

En apenas una semana de cuarentena, nos dimos cuenta que la humanidad nunca perdió su capacidad de fabular, de imagina historias tenebrosas, de recrear en su imaginario guerras bacteriológicas que devienen guerras comerciales. El virus, el coronavirus, nos puso los pies en el suelo, pero echó a volar nuestra imaginación. Una muy fatalista, por cierto.

Pero imaginar salva, sobre todo si uno está encerrado en casa, esperando el fin del mundo. Imaginar libera, sobre todo si esto de la pandemia nos parece un invento absurdo.

Hija bastarda del pensamiento racional, pero hermana siamesa de la locura, la imaginación está ahí cuando nuestra cabeza necesita un punto de escape ante los datos duros, ante el estrés cotidiano de lo incierto. ¿Cuándo terminará todo esto? ¿Qué pasará mientras tanto? ¿Qué habrá cambiado en nosotros y en el mundo después de la pandemia? No lo sabemos, pero lo imaginamos.

Y mientras imaginamos futuros postpandémicos, la cuarentena nos muestra que el tiempo y el espacio se miden de otro modo. A nuestro gusto, a nuestro entender y a nuestra conveniencia. Hay quienes creen, o imaginan, que la pandemia del coronavirus es un invento, que lo único real es el miedo propalado mediáticamente y que eso de guardar distancia es una tontería. En contraparte, hay quienes ven el virus en todas partes y están dispuestos a “padecer” la cuarentena, voluntaria u obligatoria, y por el tiempo que sea necesario.

Pero para los misántropos sin redención, la cuarentena es una oportunidad para imaginar que vivimos en una sociedad perfecta. El Cobid-19 nos vino a confirmar lo que decía Sartre: el infierno son los otros. Y hay que alejarse de ese otro, de ese infierno virulento que tose y estornuda sin recato alguno. No lo niego, hay días que disfruto las restricciones colectivas que nos impuso la pandemia. En mi imaginación, Jean-Paul Sartre, sentado en la nube de su pensamiento racional, aplaude jubilosamente cada medida de distanciamiento social.

Mañana, en mi apocalipsis cotidiano, imaginaré que el mundo acaba con un estornudo colectivo.