El deporte como la otra familia que edifica y nutre

Devenir Humana

Por: Psic. Rubi Graciano Hernández

Seré breve: los clubes deportivos deberían ser lugares seguros para el desarrollo de niñas, niños y adolescentes. Las prácticas de entrenamiento agresivas son simplemente un tipo de conducta antideportiva que debería ser erradicada.

Pero ¿eso qué implicaciones tiene? De entrada, tres muy poderosas, la primera sería reconocer que los tiempos han traído cambios que se reflejan en la cotidianidad de cada deporte, cada equipo y cada club. Uno de ellos es la conciencia de que existen prácticas agresivas que minan la autoconfianza y limitan el desarrollo pleno dentro y fuera del entorno de entrenamiento.

La segunda sería aceptar que el fenómeno de las agresiones a deportistas no es nuevo y que eso tampoco significa que sea sano. Y finalmente, reconocer y aceptar que la competitividad si bien puede ser un valor bien visto y hasta perseguido dentro de nuestra cultura, eso no significa que sea precisamente un valor que construye y edifica a las personas.

Sin embargo, pese a las agresiones, la normalización y la competitividad, también es posible afirmar que el deporte, todavía puede ser una vía de desarrollo importante siempre y cuando edifique a los deportistas, promueva un desarrollo íntegro y sea terreno fértil para el florecimiento de las personas.

Desgraciadamente no siempre pasa así, pues cada vez es más común escuchar a deportistas en edad escolar que han expresado cuando no se han sentido respetados en contexto deportivo y darles el acompañamiento adecuado, tampoco es un trabajo sencillo pues debido a la complejidad del fenómeno y el entramado de violencias estructurales que envuelven al deporte, los deportistas y sus familias se enfrentan a una red que protege los intereses de todos y todas menos de quienes debieran ser la razón de ser del deporte contemporáneo: los deportistas.

Desde hace casi una década, la psicología del deporte ha centrado sus estudios en identificar las variables que influyen en el comportamiento agresivo en el deporte, y en específico, la Sociedad Internacional de la Psicología del Deporte (ISSP), define la agresión deportiva como “la aplicación de un estímulo aversivo físico, verbal o gestual de una persona hacia otra” (Tenenbaum, Stewart, Singer, y Duda, 1997, p. 229).

En cuanto a los hallazgos y conclusiones asumidas, la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria de España llevó a cabo en el 2017 una revisión sistemática de la literatura científica publicada entre los años 1955 y 2015 usando palabras clave como “agresión y deporte”, “sport aggression”, “aggressive behavior in sport”, “aggression”, dio como resultado la identificación de 70 trabajos, mismos que sistematizando sus resultados, las conclusiones fueron que las variables identificadas como predictores de la conducta agresiva deportiva fueron en cuanto a rasgos de las personas: la inestabilidad emocional, la falta de habilidades sociales y la baja autoconfianza. Como elementos externos al deportista: que el deporte sea colectivo, que la familia ejerza presión por el logro de metas y que el entrenador carezca de maestría en la formación del carácter y el desarrollo humano.

En cuanto al género y los tipos de violencia, al parecer los hombres ejercen mayoritariamente agresiones físicas en tanto que las mujeres, psicológicas y verbales. Bajo el reconocimiento de esta realidad, entonces si un deportista escolar asegurara haber sido blanco de agresiones, quizá lo más sensato como formadores, sería atender su sentir, escuchar su vivencia y acompañar para proteger a través de la identificación de las violencias y la erradicación de estas. Negar la existencia de la violencia deportiva es negarse al desarrollo del deporte mismo, ese deporte que busca ser la vía de crecimiento para las personas. Negarse ante el fenómeno es normalizar las implicaciones psicológicas en nuestros niños, niñas y adolescentes que día a día ven mermada su autoconfianza y con ello normalizada como estilo de vida deportivo. No es posible que se protejan los intereses económicos, personales, institucionales y políticos a costa de la salud mental de los más vulnerables en las canchas, los deportistas.

Por tal motivo, para lograr que los clubes deportivos sean lugares seguros para el desarrollo de niñas, niños y adolescentes, primero que nada, habrá que dejar de normalizar las prácticas de entrenamiento agresivas y permitirnos escuchar a las personas involucradas, no importa que solo sean deportistas escolares, finalmente para todas esas personitas, el equipo se vuelve su otra familia. Promovamos familias deportivas que edifican a las personas.