Aunque en México se carece de una estadística certera de cuántas personas adolecen la enfermedad de Parkinson, en naciones de primer mundo se estima que después de los 60 años de edad, al menos seis por ciento de la población la padece, considera el especialista del Instituto de Fisiología Celular (IFC) de la UNAM, José Bargas Díaz.

Se trata de un trastorno crónico con el cual se puede vivir hasta 30 años, y se origina antes de que se presenten los primeros indicios motores, razón por la cual requiere diagnóstico temprano, pues en ocasiones las personas tardan de dos a cuatro años en acudir al médico.

Por lo anterior, sugiere que cuando se tenga un síntoma sospechoso: temblores involuntarios en un pie o una mano, problemas para pronunciar las palabras, de escritura o de sueño, no hay que descuidarse, es el momento de ir con el especialista en desórdenes del movimiento.

Se ha documentado que el paciente puede presentar complicaciones como no dormir bien, tener pesadillas, hablar mientras está dormido, las cuales pueden acompañarse de ansiedad y depresión, refiere el experto en redes de conectividad neuronal en ocasión del Día Mundial del Parkinson, que se celebra el 11 de abril y coincide con el aniversario del nacimiento del neurólogo británico James Parkinson, quien en 1817 describió este problema como Parálisis Agitante. En México, la Comisión Nacional de los Derechos Humanos promueve el Día Nacional de la Lucha contra el Parkinson.

Bargas Díaz puntualiza que al diagnóstico tardío se suma el hecho de que cuando la persona tiene los primeros síntomas los trata de esconder de otros, y tarda en admitir que requiere tratamiento. Es un problema porque los nuevos, posibles e hipotéticos fármacos neuroprotectores no se administran a tiempo.

El investigador del IFC explica que existen dos variantes del también llamado mal de Parkinson: la juvenil y la idiopática. La primera aparece antes de los 30 o 40 años y sus causas son genéticas; mientras que la segunda, es aquella en la cual la mayoría de los casos provienen principalmente por consumo de tóxicos, infecciones bacterianas o accidentes, aunque también por cuestiones genéticas.

Un ejemplo es el caso del actor canadiense-estadounidense Michael J. Fox quien lo contrajo debido a la droga sintética MPTP. Actualmente, este tipo de tóxicos se utilizan para replicar los síntomas de la enfermedad en animales de laboratorio y buscar fármacos o tratamientos más eficientes en su contra.

Respecto a las causas genéticas, el investigador detalla que se han detectado fallas en un organelo -estructura subcelular- llamado peroxisoma, que se encarga de desechar o eliminar proteínas que terminaron su ciclo de vida; la mayoría de los genes relacionados con el Parkinson se vinculan con las proteínas que ayudan a expeler lo que ya no sirve.

“La investigación básica ha revelado que los primeros depósitos de alfa-sinucleina patológica se ven en las células intestinales y luego suben por los nervios que inervan el intestino y llegan hasta el cerebro. Esos depósitos no son una infección propiamente dicha, sino el producto de bacterias patógenas que empiezan a contaminar nuestro sistema, pues se propaga como un agente infeccioso. La alfa-sinucleina se comporta como un prión, es decir, no es un virus, no es una bacteria, pero se comporta como si fuera ambos”, precisa.

El universitario añade que otros de los síntomas de la enfermedad de Parkinson son: lentitud en los movimientos, rigidez muscular, alteración en la postura y equilibrio, pérdida de movimientos automáticos, problemas urinarios o de estreñimiento, así como dificultad para tragar y masticar.

Es un problema grave de la vejez y de salud pública en todos los países; es inconcebible que los hospitales de especialidad, ubicados en las zonas más alejadas, no cuenten con un tratamiento adecuado del padecimiento, porque debe ser visto por especialistas de tercer nivel, incluso puede requerir cirugía estereotáxica cerebral por cirujanos bien entrenados.