Despeinados por la vida

APUNTES PARA EL FUTURO
Por: Essaú LOPVI

Hace un par de semanas en una reunión platicaba sobre los comentarios que mi madre ha hecho por muchos años sobre el estilo de usar mi cabello. Pero éste me causó particular alegría.

Debo reconocer que no ha sido un episodio fácil para mi madre -siempre sensata, amorosa, educada, cristiana y una mujer justa y recta- tener un hijo como yo. Con esto no insinúo que he sido un mal hijo. Ella es el artífice de todo lo que soy ahora, y fuera del cabello, hizo un buen trabajo conmigo y la amo.

Desde que recuerdo, siempre que las circunstancias me lo han permitido, me he dejado el cabello largo. No importa si está de moda o no, si se ve bien o mal, si hace calor o si es muy complicado mantenerlo. Esas regularmente son expresiones que surgen de la gente que me rodea o conoce, pero no de mí.

Pero a qué voy con esto. Hace tiempo mientras comía con ella en un restaurante junto a la playa un 10 de mayo me volvió a preguntar:  ¿y cuando te vas a cortar el cabello y la barba? ya no tocas en un grupo de rock, ya no surfeas, ya eres un profesional y tienes una empresa. Yo le respondí – te prometo que lo haré, ya lo verás -.

Entonces me dijo; ¿te acuerdas que cuando eras adolescente me dijiste que algún día tendrías tu empresa para que nadie te obligara a cortarte el cabello? – no, no lo recordaba, pero gracias por decírmelo- respondí con una sonrisa disimulada. Entonces le dije, mamá todas las cosas buenas de la vida nos despeinan, para mi no tiene sentido preocuparse por el cabello.

Y es que desde que tengo memoria, el cabello largo ha sido mi estilo, una manifestación externa de mi individualidad y mi conexión con los demás independientemente de las tendencias pasajeras de la moda. ¡Afortunadamente aún tengo cabello!.

Pero más allá de la estética superficial, mi apego al cabello largo ha sido un símbolo de algo más profundo: que todo lo bueno y placentero en la vida tiende a despeinarnos.

Correr un trail o por un parque al atardecer, pasear por calles desconocidas en una ciudad extranjera, viajar a lugares remotos, disfrutar del sexo con pasión desenfrenada, bailar al ritmo de la música, tocar en un concierto, sumergirse en el agua de un mar o río, entregarse al sueño reparador, limpiar mi casa o simplemente gozar de los pequeños placeres cotidianos, todos estos actos tienen algo en común: nos dejan despeinados.

Este fenómeno no se limita únicamente al aspecto físico del cabello, sino que se extiende a nuestra mente, corazón y alma.

Las experiencias que nos conmueven, nos inspiran y nos hacen sentir vivos también nos despeinan emocionalmente. Nos sacuden de nuestra rutina, nos desacomodan de nuestra zona de confort y nos hacen experimentar la plenitud de la vida en toda su complejidad y diversidad.

Así que aquí estoy, con mi cabello largo, como un recordatorio personal de que la vida está llena de momentos que nos despeinan, y que son precisamente esos momentos los que hacen que valga la pena vivir.