#CrónicasMaternas: desde la resaca del miedo

Escribo desde la resaca del miedo. Uno que jamás tuve, porque (claro), nunca antes fui madre.

El sábado pasado me desmayé y se apoderó de mí un miedo, que no pánico, profundo.

Por un momento el miedo no fue hacia el daño o los posibles peligros que correría bebé, sino a no estar ahí, dejar de existir, dejar de ser y estar.

La idea de la muerte la tengo bien asimilada. Entiendo perfectamente que es una etapa y que el momento llegará, pero pareciera que la maternidad insiste en que me siente a replantear todas y cada una de las ideas que he gestado a lo largo de estos 30 años (sí, tengo treinta, bien acomodaditos).

Vamos, que hasta a los nopales les estoy dando una segunda oportunidad, infructífera, por cierto.

Ya desde el embarazo había notado lo fácil que es morirse, pero el sábado que lo tuve de frente, todo cambió. (En mi exageración marciana) estoy casi segura que, si no morí clínicamente unos segundos, al menos llegué al lobby del asunto.

Fue una tontería, me bajó la presión de golpe porque al canalizarme se trozó el catéter en mi mano y tuvieron que sacarlo así, roto. Cuando me estaban pinchando la otra mano me perdí, me borré, no supe.

Solo recuerdo haber estado en una mesa de madera grande con más personas, que había charla, vasos de cristal, pero sin música. Pensé: «ah, claro, pues es que se acaba de morir José José, por eso el ambiente».

Después me enfadaba porque estaba muy cómoda, me querían despertar y yo quería seguir dormidita. Cuando abrí los ojos y reaccioné que estaba en la clínica, me asusté. De putazo me asusté.

¿Morí?, ¿qué pasó?, ¿me volverá a pasar? Estoy sola, no traigo a nadie. Estoy sola. So-la. *Lágrimas a borbotones*

Me pasaron a una camilla, intenté coordinar, hablar, chistar pero nada. No podía parar de llorar. “Y mi bebé, y si ya no le vuelvo a ver, y si le pasa algo”. Me di una bofetada mental y me dije «está con su abuelita, relájate».

¿Ubican estás ventanas de sol en los huracanes?, pues así más o menos. Todo fue paz por un momento, tranquilidad de pensar que bebé estaba en buenas manos y permitirme llorar por mí, por mi soledad, por mi propio malestar, por la estúpida contractura que me llevó ahí.

Me inyectaron diazepam y me pidieron que durmiera. Hice un par de llamadas y me fui.

El asunto es que, de nuevo, la maternidad me tiene toda paranoica pensando las cosas de manera distinta. Sí, a veces todo es súper lindo, divertidísimo y aventurero; pero otras, como el sábado, me pone toda existencial.

He tenido tres cirugías de cuidado, un aborto y un parto, creo tener una buena tolerancia al dolor físico, me he tatuado y perforado, me he puesto en situaciones de riesgo, bien pude haber muerto y aquí sigo.

Esto pasó el sábado, ya es viernes, y sigo pensando en este nuevo miedo. Todo ha cambiado. La manera en que hablo, pienso, me organizo, todo. No sé por qué pensé que sería diferente con el miedo.

Izamar, una amiga de la Compañía, me dijo que quizá era una cosa intrínseca de la maternidad, el “miedo a no poder atender a bebé”.

No sé. A veces no sé muchas cosas, pero bebé crece y tiene muchas preguntas.

Hoy no tengo una respuesta. Hoy soy yo quién necesita detenerse y repensar (o dejar de pensar).

La naturaleza tiene una manera muy rara de hacer llegar sus mensajes. En este caso creo que es: “we, aguanta, todavía no te toca, pero bájale tres cambios a tu estrés”.

Thanks, mother nature. Mira, que la naturaleza también es madre.

Acompáñenme la siguiente semana con más historias de “cómo ser una mamá #chillonaperochingona con una cara de que todo va ‘very fine’ aunque por dentro sientas que te carga el payaso”.

Hasta luego, amigues.