#CrónicasMaternas: de la primera enfermada

Hoy me llegó un recuerdo de Facebook que decía: Mi cerebro de madre me tiene funcionando con dos horas de sueño. Envídienme.

Oh si, lo recuerdo perfectamente… (léase con voz de infomercial barato)

Esa vez fue la primera que corrimos al hospital. Recuerdo haber salido a las 6 de la mañana, aferrada a mi bebé, sintiéndome como la única sobreviviente de una película de terror (ya saben, la escena donde se ve a la chava ensangrentada en crisis nerviosa entre gente que actúa con normalidad, pero con bebé en brazos).

Aquella vez, la primera- que curiosamente fue hace un año exactamente-, fue la primera que se enfermó bebé y vaya que la sufrimos.

Porque han de saber que bebé tiene un tino de enfermarse el día que descansa su papá y por ende nos tocó a los dos la faramalla de papás primerizos de correr al hospital por un moco verde.

Esa fue la primera vez que le di medicina, recuerdo intentar controlar la fiebre, vigilarla, sentir impotencia al no poder ayudarla y pensar que eso de los súper poderes maternos para estar en vigilia era una mamada, porque yo me caía de sueño.

Llegamos al hospital a las 23:00 horas con fiebre de 39 grados, recibí un regaño de la doctora en turno y nos pasó a vigilancia para reducir la temperatura. Estuvimos ahí dos horas entre trapos mojados con agua fría, bebé llorando de dolor y mamá sin saber qué hacer. Lloraba en silencio y me calmaba sola.

Después de controlar la fiebre nos pasaron a urgencias pediátricas donde la canalizaron, tomaron muestras de sangre y popó, y esperamos horas por un diagnóstico.

Yo no llevaba calcetines, tampoco llevaba suéter, agua o nada. Pedí unas toallas de papel y me cubrí los pies con ellas. Una mamá desconocida se apiadó de mí cuando vio que no podía más y vigiló a bebé por mí mientras iba al baño a hacer pis.

Cerca de las cinco de la mañana, regresó la doctora en turno para decirnos que lo de bebé era gripe (vil gripe común y corriente), pero como era la primera que le daba en la historia de su corta vida, probablemente sería muy escandalosa porque no había defensas que apoyasen. Que me calmara, que las cosas eran así, pero que la vigilara.

“Ya se puede ir, pase a farmacia por su medicamento (paracetamol) y regrese si no mejora”.

Fue entonces que sentí paz, como cuando vez a la morra de esa misma peli de terror que por fin encuentra la salida y piensas “aaahhhh (suspiro) ya terminó todo”.

Tomé a bebé, pasamos por su medicina, salimos de ahí y caminamos hacia el amanecer. Literal, porque la orientación de la banqueta del Hospital General de Zona 1 del IMSS, del lado de urgencias, apunta al oriente, por donde sale el sol.

A papá lo mandamos a casa desde que nos pasaron a pediatría, así que tomamos un taxi a casa. Eran casi las seis de la mañana.

Recuerdo haber llegado a casa en silencio y colocado a bebé junto a papá. Los dos dormían plácidamente. Me preparé un café, subí a la azotea y lloré amargamente, en silencio, todo mi susto.

Llamé a mis jefes para contarles lo ocurrido y pedir permiso de llegar un par de horas más tarde y poder descansar un poco.

Dormí dos horas, llamé a mi suegra para que me cuidara a bebé y me fui a trabajar. “Mi cerebro de madre me tiene funcionando con dos horas de sueño. Envídienme.” Pamplinas.

Hoy a un año de distancia y pasada la crisis del primer invierno de bebé con gripas cada tres semanas, todo va mejor.

Justo el miércoles pasado tuvimos que llevar a bebé al doctor porque notamos que el pecho se le movía diferente al respirar. Terminamos con tres nebulizaciones, medicamento para descongestionar y una desvelada leve.

Pero ese día bebé andaba corriendo en la sala de espera entre nebulización y nebulización. Saludaba a los doctores en turno, preguntaba por los otros niños en tratamiento y corría persiguiendo su reflejo en los cristales.

“Estamos en urgencias, mínimo pon cara de que te sientes mal”, me miró con cara de “tú qué sabes de la vida”, me abrazó, pidió chichita y siguió jugando.

Sobrevivimos, nos amamos y es lo que importa.