#CrónicasMaternas: de la culpa

Empecemos con la culpa de haber dejado pasar tanto tiempo sin escribir está columna. Intento organizar mi tiempo para todo, pero ya descubrí que si malabareo tareas me pongo loca, así que voy un paso a la vez.

Continuemos con lo otro: la culpa materna.

El otro día La Infanta se cayó. Y sí, ya le ha pasado muchas veces, es algo que pasa, pero en está ocasión, las circunstancias me hicieron sentir todo el peso de la responsabilidad del hecho.

Estaba ejercitando. Es algo que hago con ella cerca. A veces, incluso, se sube a mis piernas o la espalda, pero siempre procuro decirle que se mueva, se baje o tome distancia para evitar accidentes. Sin embargo, pasó.

Era algo sencillo, hacía como si nadara: tumbada en el suelo, con el pecho sobre el piso, levantando brazos y piernas simulando nadar. Ella estaba sobre mi espalda y de pronto se fue de lado. Intenté tomarla por el pecho pero su frente se estrelló en el piso. Llanto. Culpa.

Inmediatamente paré, revisé, puse loción para golpes, abrace, lloramos, sobamos, volvimos a abrazar y dimos chichita. Se calmó, seguimos la tarde, bañamos y dormimos, pero el golpe fue tal que hizo un chichón. Aún dormida, con la luz de la calle que entraba por la ventana, podía ver el bulto en su frente recordándome el golpe. Culpa y llanto de madre irresponsable.

Entonces pensé: ¿es que esa pinche sensación nunca se va?

En días anteriores, la culpa giró en torno a trabajar muchas horas, en pensar que debería estar más tiempo con ella, en pensar que eso del ejercicio era pura vanidad. Otros días fue la culpa por darle una mala alimentación pues comimos hamburguesa esa vez o por olvidar cepillarle los dientes un día que quiso dormir después de un berrinchote.

Otra más fue el recurrir a ponerle una caricatura en la tableta, mientras atendía un debate en línea al que me invitaron. Culpa, en diferentes presentaciones, pero culpabilidad de no ser la madre perfecta.

Han de saber que mi suegra se fue a Cancún con otro de sus hijos a echarles la mano en el regreso a la Nueva Normalidad, por lo tanto, Polonio y yo hemos estado al cuidado de La Infanta al cien por ciento.

De alguna manera esto ayudó a cambiar los papeles y ponerme en el lado de él: el del proveedor que debe salir a trabajar y, además, cubrir las tareas cotidianas del cuidado de La Infanta.

Hubo un día que salí temprano de casa, llegué muy tarde a recogerla y la agarré dormida. Al despertar no hizo otra cosa que decirme: hazte para allá, déjame solita, ¡mi papá, mi papá!.

Entonces comprendí la impotencia que sintió Polo tantas veces que ella le dijo «dame a mi mamá». Un agujero negro se apoderó de mi estómago y me aguanté las ganas de llorar porque estábamos en público.

Entendí el sentimiento de rechazo, la tristeza de no saberme su cuidadora predilecta. Por otro lado sentí empatía con Polo y me nacieron una ganas bárbaras por construir una figura de protección doble, mamá y papá, ambos en el mismo nivel de importancia.

¿Ya les había dicho que tengo una playera que dice «quítate, tu no sabes»? Pues el universo me dio cachetada con guante blanco.

He de pedir una disculpa pública (muy de moda en estos días) por todas las veces que, sin intención, hice a Polo sentir que no sabía manejar la situación, por las veces que no le permití elegir una muda de ropa, calmar un berrinche o sobar un golpe.

Creo que las cosas que han ocurrido en esta pandemia, en este encierro prolongado, nos han ayudado a construirnos como mejores padres, compartiendo las tareas y permitiendo al otro encontrar sus propios caminos.

La culpa de ser imperfecta está. Llega a ratos, la dejo estar un tiempo y luego me despido. Sé que volverá. Pero traerá consigo algún aprendizaje. De eso estoy segura.

No hay maternidad perfecta. Hay planes y estrategias para cada familia, para cada situación y con cada uno de nosotros son diferentes. Ya depende de nosotros tomar de ella lo que nos sirva y soltar lo que nos haga daño.

Ya pasaron cinco días del golpe y aún queda una mancha verdeamarilla en la frente de La Infanta. Tortura pura.

Con todo y el golpe, son tiempos mejores, puedo sentirlo.

Un abrazo a todos los papás y mamás que pasan por lo mismo. Sepan que no son los únicos, por acá también somos bien chillones.