Colima, entre la fiesta y la muerte

APUNTES PARA EL FUTURO
Por: Essaú LOPVI

Hace poco más de dos años que quiero escribir sobre esto. Pero la inmediatez de los sucesos que hay que narrar en esta profesión me hizo postergarlo hasta este viernes 9 de febrero del 2024.

Lo que sucede en Colima es surrealista. Vivimos entre la fiesta y la muerte. Es como si los habitantes de este estado hubiéramos firmado un contrato en el que este contraste fuera indisoluble, perenne y aterrador.

A veces pareciera que la fiesta y alegría no pueden ser por sí solas sin la compañía de las balas, muertos, sirenas, ambulancias y dolor. Una especie de karma inexplicable para esta entidad.

Hace dos años por la noche mientras esperaba el paso de la cabalgata nocturna de las fiestas de La Villa en la esquina de la Av. Madero y el andador Constitución en el corazón de Colima, le hablé de esto a un amigo. – Sabes, tengo muchas ganas de escribir sobre esto – le dije; él me respondió – ¿de las fiestas de La Villa? pues siempre pasa lo mismo -, le contesté – no, ¿de verdad no lo ves? vivimos entre la muerte y la fiesta. Pareciera que el nivel de muertos es proporcional al número de festividades en la actualidad.

Y es que no es un dato menor por decirlo menos, pero es aterrador que en una entidad con poco más de 700 mil habitantes, el número de homicidios dolosos sea el mayor del país y del mundo, por cada 100 mil habitantes. Literal es el punto más violento del planeta.

Aquí un día cualquiera de verano donde las tormentas de temporada aumentan el cause de los ríos que atraviesan la ciudad, la corriente arroja a la calle los cuerpos de personas ejecutadas días antes, en este lugar, literalmente los muertos flotan en la calle.

De Colima, – me lo han expresado otros colegas nacionales y amigos – o dices que es el paraíso por su belleza o el infierno por el número de muertos.

En este rincón pintoresco de la nación, la realidad se retuerce en una danza mortal entre la fiesta y la tragedia, y los habitantes han aprendido a convivir con la muerte como si fuera una invitada permanente en sus hogares. ¿Acaso han olvidado cómo llorar, o es que la desesperación ha sido ahogada por la sangre que fluye por sus calles?

Nos hallamos en un estado donde el eco de las sirenas de emergencia se ha vuelto el soundtrack de nuestras vidas. ¿Es este el precio que se paga por vivir en la ciudad y estado más violenta del país y del mundo? ¡Qué distinción tan macabra!.

Pero lo más sorprendente de todo es la habilidad de los colimenses para transformar la tragedia en un espectáculo festivo. ¿Un asesinato más? No hay problema, la fiesta debe continuar. ¿Quién necesita recordatorios de la fragilidad de la vida cuando se puede bailar juntos a la sombra de los muertos?

Es una realidad que roza lo absurdo, donde el luto se desvanece ante el destello de las luces festivas, el alcohol y la música embriagadora. La noche se convierte en un escenario grotesco, donde la violencia y el jolgorio se funden en una danza de muerte y desesperanza. ¡Qué conmovedor espectáculo!

¿Qué más se necesita para afligirnos a estas alturas?, ¿Se ha perdido el respeto por el dolor y la indignación? ¿Acaso los habitantes de Colima se han resignado a vivir en un mundo donde la muerte y la fiesta son dos caras de la misma moneda?

Quizás sería tiempo de mirarnos en el espejo, y ver que en lugar de protestar contra la violencia, bailamos al ritmo de los disparos, celebrando nuestra propia destrucción con una sonrisa vacía y ojos sin lágrimas.

La mañana de este viernes asesinaron en el parque de su colonia al secretario general del ayuntamiento de Villa de Álvarez, (uno más de los miles ejecutados) y está noche, en un par de horas, iniciarán las fiestas de La Villa, sí, vaya paradoja, en medio de los miles de muertos en los últimos 3 años, la fiesta debe continuar.

¿Qué futuro nos espera si seguimos encadenados a este ciclo vicioso de desesperación y cinismo? Solo el tiempo lo dirá, mientras tanto, la fiesta continúa y la muerte espera a su próxima víctima.

 

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