Hablemos de La Tribu y de cómo extrañé a mi suegra esta semana.
Antes de ser mamá desconocía muchos términos de la vida materna, “La Tribu” era uno de ellos. La primera vez que lo escuché fue de una a amiga que me agregó a un grupo de lactancia en Facebook y después en una reunión de la Liga de La Leche.
El término hace referencia a un dicho africano que explica (palabras más palabras menos) que para criar a un bebé se necesita una tribu entera.
En mi caso hemos requerido el apoyo de papá, la guardería (con todo su ejército), colegas de la redacción, compañeros de la compañía, amigos, familia y, por supuesto, mi suegra.
Yo no fui niña de guardería, así que pensar en dejar a bebé en una cosa de esas me parecía imposible de considerar, peeero dadas las circunstancias laborales me vi en la necesidad de tomarlo como opción.
Mi suegra ha desempeñado un papel principal en el desarrollo de bebé, pero también en mi evolución como madre. Fue ella quien me ayudó a introducirle el biberón, quien le ajustó el horario de comida, quien le enseñó a dormir en portabebé, quien se la rifa cada vez que mamá se debe quedar en el trabajo otro rato o debe dar función.
La neta es que no sé qué haría sin mi suegra.
Todo era un paraíso en el Caribe, hasta que me dijo “vamos a tener que viajar tres semanas”. ¡Kaaaaahhhh!, pensé. ¡Qué voy a hacer! Toda la dinámica funciona porque está ella, porque ella recoge a bebé de la escuela, le pasea, le da de comer, le apapacha y le da besitos mientras mamá sale de trabajar.
Por suerte las tres semanas se redujeron a una, pero uno de esos días a mamá le tocaba dar función (hoy viernes 30 de agosto, Teatro Hidalgo, “Saltar sin red” de Nando López, entradagratuitanofalten).
Me dormí estresada desde el domingo entre el nervio de la función, el cambio en la dinámica, los ensayos, el trabajo, las sesiones caóticas del Congreso, el proceso de independencia de bebé, las tareas y la vida misma.
Para no hacerles el cuento largote, todo salió bien: papá se la rajó machín para levantarse temprano y recoger a bebé de la escuela, mamá se obligó a ordenar sus ideas para salir a tiempo de la oficina y comimos frijoles toda la semana para pagar los taxis que nos llevarán al ensayo. Pero lo mero chido será hoy que se junta todo con el montaje y la función. Fingers crossed.
¿Qué pasó? Nada. Y a eso quería llegar, justamente.
Con esta maternidad he aprendido que “no pasa nada” si algo cambia. No pasa nada si dejo que se acumulen los trastes o no barro en una semana u olvido destender la ropa.
No pasa absolutamente nada si dejo a bebé al cuidado de personal capacitado en el desarrollo temprano o en manos de mi suegra (que acá entre nos es maestra jubilada y se sabe todas las canciones, los trucos y las mañas).
No pasa nada si bebé se tiene que quedar a cargo de otra persona que no sea mamá, porque mamá necesita trabajar o buscar ganar la Muestra Estatal de Teatro.
No pasa nada si bebé come poquita tierra o se moja en la lluvia o se tropieza y se rompe el labio (dos veces en una misma semana).
Y no es que “no pase nada” en sí , sino que decidimos vivir los mismos hechos pero con menos drama y menos estrés.
Entonces, qué sí pasó: que extrañé mucho a mi suegra, revaloré el trabajo que desempeñan los abuelos en las nuevas dinámicas familiares y demostramos que, a pesar de tener horarios súper diferentes, si nos organizamos, papá y mamá saben hacer buen equipo.
Ésta es mi tribu: papá, suegra, tiosuegros, mi madre, mi hermana, los chicos de la Compañía, los de AF, David, Brenda y todos los amigos que están, escuchan y leen estas crónicas maternas (o mi diario personal sobre cómo ser mamá sin sentir vergüenza por regarla).
Hasta pronto, amigues.