ARCA
Por: Juan Carlos RECINOS
Medio siglo sin Saint-John Perse no significa ausencia. Su voz, vasta y solemne, permanece flotando como un aliento de océano sobre la memoria de la poesía del siglo XX.
Alexis Léger, nacido bajo la luz ecuatorial del Caribe, llevó desde la infancia el peso de una geografía marcada por el mestizaje y la violencia colonial: un paraíso de colonos, un infierno de colonizados.
Esa condición de raíz fragmentada, de exilio original, lo acompañó toda la vida y se volvió sustancia de su poesía: hablar siempre desde la intemperie, desde la pérdida, desde el horizonte. Bajo el nombre que eligió, Saint-John Perse, su palabra se desplegó como un mapa, un horizonte, una voz que no se conformó con el instante ni con la emoción contingente.
Poeta y diplomático, hombre de Estado y hombre errante, vivió la tensión de dos mundos que parecían excluirse. La diplomacia lo obligó a callar: la política exigía cálculo, negociación, silencio. Pero cuando el poder se cerraba, la poesía abría su cauce. En el exilio, despojado de su nacionalidad, con sus libros quemados por los invasores, encontró su voz más fecunda. No fue un poeta de sobremesa: escribió desde la intemperie de la historia, desde la ruina y la errancia, y al mismo tiempo desde la fidelidad a una esperanza que no renuncia.
El propio Perse dejó inscrito en su poema “Exilio” la conciencia de esa condición fundante, hecha a la vez de despojo y de grandeza:
“¡Mi gloria está en las arenas! ¡Mi gloria está en las arenas!… Y no es errar, oh Peregrino, Codiciar el ara más desnuda para ensamblar en las sirtes del exilio un gran poema nacido de nada, un gran poema hecho de nada…”
Este fragmento ilumina la clave de su obra: en el vacío, en la pérdida, en el territorio inestable de la errancia, Perse encuentra no la derrota, sino la posibilidad de un canto mayor. Lo que para otros sería la condena del destierro, para él se convierte en origen de una palabra nueva. La arena, metáfora de lo inestable, se vuelve su templo y su gloria.
La magnitud de Perse fue reconocida por poetas y escritores que vieron en su obra un testimonio profundo del siglo XX. T. S. Eliot, cuya densidad simbólica y rigor formal compartía con Perse en la búsqueda de lo absoluto, admiró la amplitud de su visión y su capacidad de abarcar historia y tiempo.
Octavio Paz valoró su poder para sostener memoria y conciencia frente a la fragmentación del mundo moderno, señalando que Perse “no cuenta historias; establece un cosmos donde el hombre y la historia son fuerzas vivas que se encuentran y se pierden en el espacio del lenguaje”. Otros escritores y poetas, como Ezra Pound y Paul Valéry, también reconocieron en Perse una voz que atravesaba la historia y la modernidad. Pound, con su mirada sobre la arquitectura del lenguaje y su interés por la historia universal, encontraba afinidad con los desplazamientos y vastedades de Perse.
Valéry, por su parte, percibió en él la conciencia del tiempo profundo, la tensión entre lo efímero y lo eterno, el cuidado por la forma como instrumento de claridad y resistencia. Entre los autores franceses contemporáneos de Perse, como Paul Claudel, se reconocía la misma ambición de trascender el instante y nombrar lo absoluto.
La poesía de Perse no se sostiene en el verso breve ni en el poema de instante. Eligió el poema en prosa y el versículo: formas que respiran como el oleaje, que recuerdan tanto a las tablillas primitivas como a la modernidad que descubrió la velocidad de la escritura. Cada poema es un flujo ininterrumpido donde lo humano se funde con lo cósmico, donde el mar, el viento, la lluvia, las nieves y las ciudades se nombran no como paisajes, sino como fuerzas vivas de la historia.
En sus obras —Anábasis, Exilio, Amers, Crónica— no encontramos la anécdota, sino el despliegue de lo absoluto. El exilio, entonces, no es solo un accidente biográfico: es la condición metafísica de su poesía, como él mismo lo dice:
“¡No es de ayer el exilio! ¡no es de ayer el exilio…!
‘Oh vestigios, oh premisas’,
Dice el Extranjero en las arenas, ‘¡toda cosa en el mundo me es nueva!’”
La vigencia de Perse no se mide en influencias directas ni en escuelas poéticas, sino en la capacidad de su lenguaje para sostener preguntas y abrir abismos de pensamiento. Su obra nos convoca a contemplar el mundo como un organismo vasto y complejo, a habitarlo con respeto y conciencia, a reconocer que la poesía no es un lujo, sino una forma de resistencia y de presencia.
Al final, cuando toda ciudad sea ruina y toda memoria se haya disuelto, quedará la visión de que el hombre se descubrió a sí mismo no cuando aprendió a hablar ni cuando edificó su primera ciudad, sino cuando supo para qué servía el fuego: para iluminar la noche, para resistir el frío, para prolongar el viaje. La poesía —como ese fuego— nos recuerda quiénes somos en medio de la oscuridad y nos mantiene a flote en los océanos de la historia.
Hoy, cuando el mundo se enfrenta a migraciones masivas, crisis climática, fragmentación cultural y saturación de información, la poesía de Saint-John Perse sigue siendo un faro. Nos recuerda que la palabra puede sostener memoria, abrir abismos de pensamiento y ofrecernos un horizonte desde el cual habitar la incertidumbre.
Leerlo es aprender a mirar la historia con amplitud, a percibir la belleza y la violencia del mundo con la misma atención, y a reconocer que el exilio, la pérdida y la errancia no son solo destinos individuales, sino experiencias universales que configuran nuestra condición humana. En un siglo XXI marcado por la velocidad y la dispersión, Perse nos enseña que la poesía es un acto de resistencia, de reflexión y de presencia: un fuego que ilumina la noche.