Una Poca de Gracia
Por: Carlos Alberto PÉREZ AGUILAR
Hay días en los que uno se detiene a observar lo que sucede a su alrededor y no puede sino sentirse profundamente conmovido por lo afortunados que somos, por todo lo que tenemos y que muchas veces no valoramos por darnos más tiempo a pensar en tantas y tantas cosas que no están en nuestras manos y tampoco a nuestro alcance resolver.
Aunque no pierdo el instinto periodístico que elegí como formación y carrera de vida, confieso que soy de los que prefiere ver un atardecer, platicar con algún abuelo, atender a familiares o estudiantes, invitar a más personas a que nos ayuden, que prestarle mucha atención a la gran cantidad de notas policiacas que inundan los distintos medios y canales de comunicación.
Creo en Dios y también en los milagros, de hecho, llegar a la Casa del Adulto Mayor La Armonía ha sido una bendición de Dios y con la confianza de todo un Patronato que me ha permitido confirmar que, justamente, los milagros existen en manos de tantas y tantas personas que actuan de buena voluntad.
Las cosas pasan no por una casualidad ni por un truco del destino, sino por la generosidad humana, porque cuando el corazón toma las decisiones los milagros suceden, yo lo veo aquí con tantas personas que nos apoyan con labores de cuidado, atención, juegos, mantenimiento, enfemería y trayendo medicinas, alimentos e insumos que ayudan a cumplir nuestra misión.
Soy testigo de que la participación de la sociedad en labores voluntarias transforma vidas y restaura a las personas quienes están dispuestas a compartir, sin esperar algo a cambio, pero que se convierte, al final, en un intercambio silencioso, un tanto mágico, que no siempre puede explicarse con palabras, pero sí con una mirada agradecida, una sonrisa de complicidad, una lágrima de ilusión y esperanza compartida.
Muchos de los que se acercan con el deseo de ayudar vienen con la idea de que ellos darán algo. A veces es compañía, apoyo, servicios, donativos, pero al final, son ellas o ellos quienes salen tocados, con el regalo más grande que sólo nuestros abuelos y residentes pueden darnos: una enseñanza que se queda para siempre.
He visto estudiantes que llegan renegando porque tienen que hacer servicio social y se van motivados de encontrar una vocación, que llegaron tímidos y salen abrazando con fuerza. Me he encontrado con familias que nos comparten alimentos o algún postre y se marchan con la dulcura del reencuntro, el perdón y el compromiso de hacer más cosas juntos.
Hace unos días, una persona adulta mayor, en plenitud de sus facultades, con posibilidad económica llegó a tocar la campana de La Armonía, quería convertirse en residente, hoy es voluntaria permanente. Ahí logró ver que hay personas que nos necesitan más de lo que nosotros necesitamos. Esos momentos, créanme, son los verdaderos milagros.
Existen teorías científicas, psicológicas, espirituales que sostienen que el ser humano se vuelve más feliz cuando comparte con los demás. Lo hemos comprobado. Causas como la que gestionamos en “La Armonía” no sólo mejoran la vida de nuestros abuelos, también ayudan a quienes participan a encontrar sentido, dirección, una brújula interior.
En un mundo donde muchas veces nos sentimos perdidos o desconectados, servir al otro puede ser ese faro que nos recuerda quiénes somos y por qué estamos aquí. Le invito a visitarnos, a compartir lo que esté en nuestras vidas; a veces puede ser alimento, ropa, insumos, otras veces sólo la compañía y un abrazo. Es más que suficiente.
Yo creo firmemente que el secreto de una acción voluntaria auténtica es escuchar al corazón. Ese que muchas veces, en medio del ruido cotidiano, nos susurra: haz algo por los demás. Cuando hacemos caso a ese llamado, dejamos de vivir sólo para nosotros y comenzamos a formar parte de una red invisible de amor, solidaridad y esperanza.
Hay quienes me preguntan qué es lo que hemos hecho para tener tantas visitas; lo único que hicimos es abrir las puertas, confiar en que quien llega con nosotros tiene buen corazón, o quien llega indeciso puede recibir una tarea.
También hemos mostrado que no tenemos nada que ocultar, que las enfermedades como la demencia, el alzheimer la esquizofrenia existen, pero que cuando se atiende con paciencia y seguimos la guía de un tratamiento, cuando trabajamos en equipo con familias, cuando nuestros abuelos reciben visitan, cantan, bailan, oran, juegan, encuentran sentido a cada uno de sus días.
Algo muy importante, que el hecho que seamos instituciones de asistencia no quiere decir que nuestras instalaciones deban estar descuidadas, sucias o que siempren tengamos que causar tristeza para recibir, sino al contrario, ser escenarios de alegría, transparencia, rendición de cuentas y que sea un lugar digno para nuestros residentes, pero también para quienes nos visitan.
Gracias a quienes han confiado en nosotros, a quienes llegan con las manos llenas de voluntad y el corazón dispuesto. Gracias por creer que el amor no es sólo un sentimiento, sino una forma de actuar. Aquí, en esta casa, ustedes nos enseñan cada día que cuando el corazón guía, los milagros sí son posibles.