UNA POCA DE GRACIA
Por: Carlos Alberto PÉREZ AGUILAR
Hubo un tiempo no tan remoto, aunque hoy parezca arqueología, en que la agenda cultural de Colima no cabía en una sola tarde.
Hace quince o veinte años, salir de casa implicaba una decisión compleja: ¿vino blanco en una inauguración?, ¿café gratuito en la Casa de la Cultura?, ¿bocadillos discretos pero constantes en la pinacoteca universitaria? El dilema no era si había algo que hacer, sino a qué renunciar.
Vivimos, sin saberlo del todo, una época muy atractiva. Una generación con convicciones, y con ambiciones, que entendió la música, la poesía, la danza, el teatro y la pintura no solo como expresiones artísticas, sino como trincheras de opinión, de transmisión del sentir social y también de la alegría del ser artista, frente a un público que lo apreciaba.
Lo veía como joven, pero se competía por un espacio, por una beca, por un foro; a veces se perdía, a veces se ganaba, pero por lo menos había algo que disputar. Y cuando no había, se abría porque la convicción del hacer era más grande, más inquietante que los límites institucionales pudieran imponer.
En esos días, siendo periodista y comodín de guardias en el extinto Milenio Colima, me tocaba brincar de gala en la Pinacoteca de la Universidad de Colima a las “Noches de café” en Casa de la Cultura; de exposiciones en el Museo que estaba a las afueras del Parque Regional a las funciones de cine o monólogos en el Teatro Hidalgo; del Archivo Histórico del Municipio de Colima al Museo de Artes Populares María Teresa Pomar; luego vendría el Fernando del Paso y, más tarde, funciones teatrales de muy buen nivel en el Foro Pablo Silva, aunque fueran para que los estudiantes acreditaran una materia. Si era viernes, además era ir a la Trova o el Imagen Museo (IMU) del buen Héctor Boix que cerraba en la noche.
La cultura se competía. Había menos plazas comerciales, pero más conversación. No existían las redes sociales, pero sí un sólido sentido de comunidad. La convocatoria era obligada para muchos estudiantes y placentera para quienes encontrábamos ahí una excusa legítima para socializar y hablar de algo distinto a la rutina. Nos era grato coincidir en un lobby con maestras y maestros, artistas ya de renombre, para brindar por alguna cátedra en estas tertulias improvisadas.
Recuerdo incluso las calcomanías con frases literarias muy bonitas, pegadas en los autos, repartidas en jornadas culturales que hoy sonarían ingenuas, pero que funcionaban. Hoy se extraña todo eso. La cultura pasó de ser rutina familiar a un interés aislado, promovido por unas cuantas voluntades que pueden pagar las escuelas particulares. La Casa de la Cultura, formadora de generaciones enteras, hoy parece un espacio apartado, desdeñado, incluso oscuro.
En su momento, cuestioné el título de Capital Americana de la Cultura. Me pareció más un eslogan mercadológico que una realidad. Lo hice desde un grado de exigencia natural, pero sin comprender que lo que existía, en ese entonces, era mucho, pero nos parecía poco. Hoy, en retrospectiva, reconozco el impacto de aquellas políticas: cultivaron una generación creativa y propositiva que, con o sin apoyo, se movía.
Hablando del presente. Del ex subsecretario de cultura, Emiliano Zizumbo poco trascendió más allá de acciones personales. Pocas luces para un encargo que exige presencia diaria, constancia y tacto fino. La cultura no descansa.
Juan José Arias Orozco, en cambio, es un rostro conocido en el ámbito cultural colimense. Lo recuerdo en foros, programas, entrevistas. Le percibí, por mucho tiempo, lejano de la cotidianidad, tocando más los círculos altos de la cultura, que buscando diálogo del barrio y los nuevos talentos.
Confío del nuevo subsecretario de Cultura el interés, energía, carácter y, sobre todo, que logre el respaldo. Porque reactivar un sector derruido desde una subsecretaría, degradada en jerarquía, pero no en importancia, exigirá protagonismo, diálogo y valentía.
La comunidad cultural de Colima siempre ha dado más de lo que recibe, si Juan José logra encender las luces de la comunidad, si lo hace con humildad, estoy seguro que se logrará esbozar una mejor pintura de lo que son los colimenses, donde la creatividad, la inteligencia, la sapiencia son una de las fortalezas que no se han sabido reconocer o atender, quizás, porque también, es una comunidad sumamente exigente.


















