Stefan Zweig o de cómo el mundo de ayer es hoy

DISLATES 
Por: Salvador SILVA PADILLA

I

En El mundo de ayer (Memorias de un europeo), Stefan Zweig retrata su época con detalle, conjugándola en tonos sepia, como quien describe un paraíso perdido.
Él mismo lo expresa así: «Tres veces me han arrebatado la casa y la existencia, me han separado de mi vida anterior y de mi pasado, y, con dramática vehemencia, me han arrojado al vacío, en ese «no sé adónde ir» que ya me resulta tan familiar. Pero no me quejo: es precisamente el apátrida el que se convierte en un hombre libre, libre en un sentido nuevo; sólo aquel que a nada está ligado, a nada debe reverencia. Por eso mismo, espero poder cumplir la condición sine qua non de toda descripción fehaciente de una época: la sinceridad y la imparcialidad.»

Así, describe que el tiempo de sus padres y abuelos transcurría gota a gota. Como si la vida ocurriera en otra parte: «Cada cual había vivido su vida singular. Una sola, desde la cuna hasta la sepultura, desde el principio hasta el final, sin grandes altibajos, sin sacudidas ni peligros…, con un ritmo acompasado, lento y tranquilo… Vivieron en el mismo país, en la misma ciudad, incluso, casi siempre, en la misma casa; todo lo que pasaba en el mundo exterior ocurría, en realidad, en los periódicos: nunca llamaba a su puerta.»

II

Lo que Ortega y Gasset llamó la rebelión de las masas, hizo estallar como una burbuja ese mundo inmóvil, sólido y seguro que se creía perpetuo, mostrando la fragilidad de la cultura y la civilización frente a los totalitarismos. Así lo narra Zweig: «Nosotros… lo hemos vivido todo sin la vuelta atrás; del antes no ha quedado nada…; se nos ha reservado a nosotros el «privilegio» de participar de lleno en todo aquello que, por lo general, la historia asigna a un solo país y a un solo siglo. Una misma generación era testigo, como máximo, de una revolución; otra, de un golpe de Estado; una tercera, de una guerra; una cuarta, de una hambruna; una quinta, de una bancarrota nacional… y muchos países privilegiados ni tan siquiera habían tenido que vivir nada de esto. Nosotros, en cambio, los que hoy rondamos los sesenta años y de iure aún nos toca vivir algún tiempo más ¿qué no hemos visto, no hemos sufrido, no hemos vivido?»

Ayer -como hoy, porque el pasado se conjuga en presente- el odio, el racismo y la polarización dinamitaron cualquier posibilidad de construcción de acuerdos sociales a través del diálogo. Por ello, Zweig, quien se autodefinió como: “un austriaco, judío, escritor, humanista y pacifista, y quien nació en 1881 en un imperio grande y poderoso,(el imperio austrohúngaro),…  ha sido borrado sin dejar rastro” . Le tocó presenciar el fascismo, el nacionalsocialismo y el bolchevismo. «Me he visto obligado a ser testigo indefenso e impotente de la inconcebible caída de la humanidad en una barbarie como no se había visto en tiempos y que esgrimía su dogma deliberado y programático de la antihumanidad…. Después de siglos, nos estaban reservadas de nuevas guerras sin declaración de guerra, campos de concentración, torturas, saqueos indiscriminados y bombardeos de ciudades indefensas; bestialidades que las últimas cincuenta generaciones no habían conocido y que ojalá no conozcan las futuras». Lo ocurrido en Bosnia Herzegovina, Ucrania, Gaza…, muestra que los seres humanos no cambiamos.

III

A pesar de todo,  Zweig agrega con una honestidad inquebrantable: “Sin embargo, por una extraña paradoja, en el mismo lapso de tiempo en que nuestro mundo retrocedía un milenio en lo moral, también he visto a la misma humanidad elevarse hasta alturas insospechadas en lo que a la técnica y el intelecto se refiere; cuando de un aletazo se han superado todas las conquistas de millones de años: la del éter gracias al avión, la transmisión de la palabra por todo el planeta en un segundo y, con ella, la conquista del universo, la desintegración del átomo, el triunfo sobre las enfermedades… haciendo cotidianas muchas cosas que tan solo en la víspera eran imposibles”.

IV

El autor de Momentos estelares de la Humanidad huyó de la Alemania nazi a Francia y luego a Inglaterra. Quiso casarse el 1 de septiembre de 1939 con Charlotte Altman, pero precisamente ese día estalló la Segunda Guerra Mundial. Debido a su origen austriaco (país convertido por obra y gracia de Hitler en una especie de provincia alemana), supo que si permanecía en Inglaterra, a pesar de haber enfrentado al nazismo sería considerado enemigo. Emigra de Gran Bretaña y después de visitar varios países, decide radicar en Brasil, donde escribió sus últimas obras. En 1942, al ver a su Europa hecha añicos, y justo cuando el eje Berlín-Roma-Tokio parecía incontenible, triunfando en todos los frentes, decide suicidarse junto con su esposa. Su carta de despedida es profundamente conmovedora. Un grito contra la barbarie y la violencia:

Cada día he aprendido a amar más este país (Brasil), y no habría reconstruido mi vida en ningún otro lugar después de que el mundo de mi propia lengua se hundiese y se perdiese para mí, y mi patria espiritual, Europa, se destruyese a sí misma.

Pero comenzar todo de nuevo cuando uno ha cumplido sesenta años requiere fuerzas especiales, y mi propia fuerza se ha gastado al cabo de años de andanzas sin hogar. Prefiero, pues, poner fin a mi vida en el momento apropiado, erguido, como un hombre cuyo trabajo cultural siempre ha sido su felicidad más pura y su libertad personal, su más preciada posesión en esta tierra.

 

Mando saludos a todos mis amigos. Ojalá vivan para ver el amanecer tras esta larga noche. Yo que soy muy impaciente, me voy antes que ellos.