Sobre tumbas

Para saciar mi sed
Por: Ivonne Barajas

No esperaré a que el remolino pase.No quiero que se asienten las ideas ni disponer de tiempo para rescatar, organizar y jerarquizar lo que he de contar, ese tamizaje.

Hoy quiero escribir revuelta y confundida. Sin pensarlo. Quiero escribir desde la valiosa imprudencia. Muy alegre, desde ahora, de quizá arrepentirme mañana o la próxima semana.

Pienso en el pasado. No con nostalgia; con curiosidad. Reviso las encrucijadas (o guiños) que pudieron hacer que mi destino fuera otro y no este; cosas puntuales: abandonar mi joven carrera deportiva por montarme en rebeldía contra mi padre, dejar que un volado –cara, letras hispanoamericanas; cruz, periodismo—eligiera qué carrera habría de estudiar, no animarme a intercambiar palabra con mi vecino de asiento en un trayecto carretero, pese a la señal: ambos llevábamos en el regazo el mismo libro para ese viaje; Delirio, de Laura Restrepo. Claro que son tonterías, tonterías en las que aún pienso.

Crecer fue tan complicado. Encontrar los gustos genuinos fue un largo viaje que requirió el desencanto de gustos adquiridos o copiados; el mundo cambiada y yo junto con él. De pronto no me permitían salir a jugar pichado con los niños de la cuadra porque “ya no estaba en edad”; de pronto tenía que cambiar la manera de sentarme porque mis bragas podían interesarle a alguien, de pronto vigilaban mi ingesta de calorías ante la gran preocupación de aumentar la talla. Una gran voz dictando instrucciones.

Evoco mi graduación de primaria como un hallazgo parteaguas: se nos organizó una cena y éramos libres de ir vestidas como deseáramos; aquello parecía una definición precisa de la pre-pubertad y anticipaba la confusión de los años por venir; mientras unas llevaban delicados vestidos infantiles con crinolinas y estampados florales, otras iban con modernos ensambles de colores vibrantes y maquillajes metálicos. Yo me quedé en el camino del medio; resolví el ajuar con la precariedad de un guardarropa que ya no le gustaba a la niña pero que tampoco convencía a la adolescente que acechaba.

Esa noche comencé mi carrera como observadora; quería extraer todos los secretos: los gestos, las expresiones, las maneras; quería evaluar y observar con qué me iba a quedar y con qué no ¡intuía el cataclismo, quería estar preparada! He dedicado tanto tiempo a eso, a observar, que en una época –ya en los veintitantos– instauré, con un grupo de amistades, una sección titulada “Vidas ajenas”, que consistía en comentar qué sucedía en mesas de la periferia del bar donde esa noche nos reuníamos a tomar dos o tres cervezas. Era divertido, pero dejó de serlo.

Entre tanto ruido, tanta maña, tanto dicho y tanta historia, el reto ha sido reconocerme en mi propia voz. Despedirme, deshacerme, saludarme, reencontrarme. Resueno con estas palabras de Ernesto Sabato en Sobre héroes y tumbas: “Y aunque nosotros vamos cambiando con los años, y también nuestra piel y nuestras arrugas van convirtiéndose en prueba y testimonio de ese tránsito, hay algo en nosotros, allá muy dentro, allá en regiones muy oscuras, aferrado con uñas y dientes a la infancia y al pasado, a la raza y a la tierra, a la tradición y a los sueños, que parece resistir a ese trágico proceso”.

Camino sobre tumbas del pasado. Visito mis etapas ofreciéndome un ramito de flores, y la promesa de recordarme cada vez que quiera.