Dislates
Por: Salvador SILVA PADILLA
«Dios ha muerto. Y nosotros lo hemos matado. ¿Cómo podríamos reconfortarnos, los asesinos de todos los asesinos? Lo más sagrado y lo más poderoso que había en este mundo se ha desangrado bajo nuestros cuchillos: ¿quién limpiará esta sangre de nosotros? ¿Qué agua nos limpiará?…» Friedrich Nietzsche
Peter Watson en el libro «La Edad de la Nada. El mundo después de la muerte de Dios» nos ofrece una profunda y detallada reflexión filosófica en torno a la búsqueda de sentido -esto es, de algún sentido- , a través de la ciencia, el arte, la cultura, los movimientos sociales, a lo largo del Siglo XX después del acta de defunción de Dios, extendida por Nietzsche en 1882.
Así, el autor explora los múltiples (y vanos, hay que decirlo) intentos de la cultura occidental por saciar esa «sed de infinito»: una búsqueda frenética que intentaba llenar ese vacío existencial producido por la ausencia de significado. Este viaje al centro del laberinto nos muestra, por ejemplo, los intentos por saber, a través del esoterismo, qué hay más allá de la muerte. Después, mediante el arte, se aspiró a la trascendencia, tal y como lo plasma Wallace Stevens (citado por Watson): «Cuando se deja de creer en Dios, la esencia que ocupa su lugar como elemento capaz de redimir la vida es la poesía«. Esta frase, -contundente sin duda-, no hace sino enfatizar que esta creencia es un acto de fe que se sostiene exclusiva y poéticamente por la fuerza de las palabras.
Peter Watson, en su obra, realiza un pormenorizado recorrido a través de las diversas corrientes artísticas: (el expresionismo, el cubismo, el surrealismo…); y de las ciencias que, como la física cuántica o el psicoanálisis hicieron saltar por los aires las certezas de un orden estático y eterno.
Asimismo, nos explica cómo el enfermo Siglo XX hurgó entre las corrientes filosóficas que pretendieron explicar el absurdo, tales como el nihilismo y el existencialismo. O a través del estallido de los movimientos sociales como el comunismo, el fascismo y el nazismo, que irrumpieron en Europa y rompieron el decrépito contrato social, hasta llegar a los hippies, la contracultura y la psicodelia. Después de esta impresionante aventura intelectual, nuestra cultura -la occidental- se encuentra en medio de un laberinto: exhausta, inerme y a merced del minotauro.
II
De las ventajas -o no- de practicar la religión.
Peter Watson en la obra citada, menciona el libro God Is Back, de John Micklethwait y Adrian Wooldridge quienes explican una serie de “ventajas practicas” de ser devoto creyente, pues sostienen que existe «un considerable número de pruebas de que, con independencia de las riquezas que posean, los cristianos tienen una mejor salud y una mayor felicidad que sus prójimos laicos». Incluso, señalan que según estudios en Estados Unidos, el participar en la vida religiosa se asocia de manera importante con una reducción de los índices de delincuencia y consumo de estupefacientes”.
Pero las conclusiones de los casi impronunciables Micklethwait y Wooldridge van mucho más allá: resaltan que según los estudios del Foro de Investigaciones Pew, los estadounidenses que asisten a los servicios religiosos una o más veces por semana son mucho más felices (un sólido 43%) que supera ampliamente a quienes acuden a la iglesia ocasionalmente, -una vez al mes o menos-; pues el promedio de «felices» baja a un modesto 31%; mientras que quienes sólo van a misa muy rara vez, o nunca, apenas alcanzan lastimosamente el 26%. Esto es, apenas uno de cada cuatro no practicantes son felices. O para decirlo con mayor contundencia: tres de cada cuatro que NO van a misa son infelices. (triste, ¿verdad?).
Sin embargo, los devotos no deben cantar victoria, el mismo Peter Watson nos previene, primero, al afirmar que todos los ejemplos mencionados proceden tan sólo de Estados Unidos y, pues, sabemos que muchas cosas en los EU se cuecen aparte respecto al resto del mundo.
Y lo más importante, según afirma Watson, “aun en el supuesto de que los resultados… que muestran que los beneficios de la fe fueran ciertos, la pregunta a responder es la siguiente: ¿qué es exactamente lo que se pretende argumentar con ello? ¿Que Dios recompensa a la gente que acude regularmente a la iglesia, accediendo con frecuencia a que sean más felices, a que tengan una mejor salud y a que incrementen, hasta cierto punto, sus riquezas? De ser ése el caso, y teniendo en cuenta que Dios es omnipotente y bondadoso, ¿qué ocurre con el 57% de las personas que escuchan misa habitualmente y sin embargo no son felices? Visitan el templo, así que, ¿por qué Dios (siendo todopoderoso y benigno) les ha discriminado negativamente? Y en este mismo sentido, ¿cómo es que hay algunos individuos felices entre quienes no acuden a la iglesia? El 26% de los no practicantes afirma serlo, pese a que sólo muy rara vez, o nunca, se anime a pisar una iglesia…”. Así que no sabemos si ello se deba a otros hábitos culturales y no a su devoción, Pero, como sea, “estas cifras lo único que muestran es que las personas desgraciadas superan en número, y por una significativa mayoría, a los individuos felices — incluso entre los creyentes que asisten con regularidad a los ritos religiosos—. Podríamos preguntar por tanto: ¿qué juego se trae Dios entre manos?”