Mucho gusto
Por: Alberto LLANES
Después un periodo de vacaciones «no sé si merecido o no», regreso a escribir esta columna donde, poco a poco, me he ido revelando como persona, más allá de escritor, lector, profesor, eterno estudiante, trabajador, universitario, maestro rockero, chelero, apasionado al futbol americano y muchas otras cosas más… lo que he hecho es revelarme como persona, con mis oficios, gustos, pasiones e historias.
El periodo vacacional es para levantarse tarde «cosa imposible para mí que tengo la costumbre de madrugar para casi todo», de descansar «y con ello me refiero a descansar de todo, de la labor del diario, de ir al mismo sitio todos los días, de ver a las mismas personas todos los días o, por lo menos, en días y horario hábil, de hacer las mismas cosas de diario, descansar del maldito checador, de la rutina, del futbol y, si es posible y la economía da, el periodo vacacional podría servir también para salir, viajar, conocer el mundo con la mejor compañía que podemos tener, la familia». Las vacaciones también nos sirven para tener tiempo libre, dedicarnos a lo que, generalmente, no hacemos o hacemos poco o, simplemente, hacer esto que hacemos a diario, pero con calma, tranquilos; porque hay actividades que, amén de las vacaciones tenemos que hacer del diario: comer, beber agua, hacer ejercicio, dormir, bañarse, entre otras actividades propias del cuerpo.
En vacaciones hay tiempo para leer, releer, ver televisión «con esto me refiero a películas o series, no propiamente televisión que, dicho sea de paso, en estos días que corren, quizá haya muy pocas personas que, actualmente, sean adictos o adictas a la programación televisiva como quizá sí lo fuimos la gente de mi generación, en fin»; en vacaciones hay tiempo para jugar, dormir, visitar el museo, el bar, el restaurante, al amigo o la amiga con que hace tiempo no vamos y tomarnos el café, la cerveza, en compañía de risas, charla el debate de ideas, porque hay que festejar la vida y que estamos vivos.
Y ahí voy a festejar la vida y que estamos vivos. Obviamente me llevé a la familia con aquella otra familia que formamos los amigos. El día era inmejorable, el amigo que casi no sale, ese día salió, él mismo reservó el lugar para festejar al otro amigo que recién había cumplido años, padrino de mi hijo «cómo no llevar entonces a mi propia familia para pasar un momento agradable en ese restaurante de mariscos y aguachiles». El otro amigo, más funcionario que uno mismo y que no siempre tiene el tiempo que quisiera para andar con uno de antro en antro, también fue y, para cerrar con broche de oro, en la televisión se proyectaba el partido entre el Arsenal de Inglaterra contra el Real Madrid de España, el partido de vuelta en el Santiago Bernabéu, que, años atrás, vio las glorias de un gran mexicano: Hugo Sánchez, quien, luchando contra cuestiones de racismo y demás, cayó la boca de todos los españoles y españolas que lo criticaban, para levantarse con el trofeo Pichichi al mejor goleador de la liga española en cinco ocasiones. No cualquiera, Hugo Sánchez dejó una huella grande en el llamado equipo del rey y yo por eso le voy al Real Madrid.
Nos hacemos llamar las Cobras locas, no podríamos llamarnos Cobros locos, o sí, pero cobro ya tiene otro significado, y nosotros, en nuestros años todavía más mozos, queríamos ese nombre y el veneno, la fuerza, el miedo de la palabra cobra, con algo más que se saliera de lo establecido, que hiciera reír y fuera locochón: Cobras locas. Así se llamó nuestro equipo de futbol en la facultad, con el que ganamos contra los profesores que iban invictos y contra los demás equipos, pero, con este mismo equipo llegamos a perder feamente con niños más pequeños que nosotros y por goliza. Así es el futbol.
Todo esto es para llegar a la conclusión de que a mi grupo de amigos y a mí nos mama el exceso. Sí, en 1999 cuando coincidimos en la facultad de letras, quizá esto no lo sabíamos, pero ahora, que ha pasado el tiempo, he llegado a la conclusión y les he comentado a ellos mismos, incluso brindamos ese día por este motivo: que «nos mama el exceso». Y en todos los sentidos.
No voy a poner el nombre de mis amigos, ya con los datos que estoy dando es más que suficiente. No quiero que al leer estas burdas líneas y nos vean por la calle, se cambien de acera y digan o nos señalen: «mira, ahí va el personaje al que le mama el exceso». Aunque, por otro lado, para lograr esto, la columna tiene que ser leída y con esos cinco o seis personas que me lean están bien. No quiero exponer a nadie.
Cuando mis amigos dicen que hay que ir a jugar futbol o básquet, no somos de esos amigos que juegan una hora o dos, nosotros nos chutamos cuatro o cinco horas y terminamos diciendo que el que gana el último partido gana todo; entonces ese cabrón que no ganó ningún partido o ninguna reta le mete ganas porque quiere ganarlo todo; entonces los partidos son a muerte y se extienden, se extienden, se extienden…
Si decimos entonces que vamos al bar por algo «tranqui», nos mama el exceso y terminamos pagando cuentas exorbitantes luego de rondas, rondas, rondas y de decir, ahora sí la última y esa última ronda parece no llegar jamás.
El día que nos ponemos a tallerear nuestros trabajos, duramos horas, hablando, discutiendo «la palabra anterior puede tomarse como algo agresivo, pero no» sobre el tema o los temas y, fácilmente, se nos va el tiempo. Llegamos en la mañana y salimos de noche, aunado a esto, agregamos al desfile de poemas, cuentos, fragmentos, piezas qué sé yo, algunos otros excesos de esos que tanto nos gustan.
Para terminar pronto, mis amigos y yo somos fanáticos de deportes que duran mucho tiempo: béisbol, futbol americano, tenis, deportes que nos hacen pedir una cerveza de cada una que el bar tiene en su carta, empezando de la más ligera a la más fuerte. Aunque seamos cuatro o cinco los que nos juntamos, siempre pedimos dos platos de alitas y dos de boneles de todos los sabores, dos platos de vegetales, dos de nachos y, si nos queda hambre y tiempo, a veces volvemos a empezar.
No podemos leer un solo libro a la vez porque nos mama el exceso, así que estamos leyendo tres, cuatro o cinco a la vez y estamos escribiendo diferentes proyectos, actividades, géneros literarios porque nos mama el exceso y, aunque ya vamos para viejitos y los excesos sabemos que son malos, nos sigue mamando el exceso y no queda más que continuar siendo cobras y, mejor aún, más locas o locos, pues, que nunca. Cobras locas o Cobras locos aunque no suene muy bien una palabra en femenino y la otra en masculino…