Ser Honoris Causa

Mucho gusto
Por: Alberto LLANES

En el marco de los ochenta y cinco años de la creación de la Universidad de Colima; la semana pasada se le entregó el premio Honoris Causa por nuestra alma máter a mi querido amigo y escritor: Juan Villoro.
Se siente uno bien, cuando a una persona que conoces, que es un afamado autor y con el cual has compartido algunos instantes, incluso talleres literarios, charlas, cenas y demás, sea premiado por el gremio o la universidad a la cual perteneces.

Era la década del 2000, no recuerdo exactamente el año, cuando el poeta Avelino Gómez Guzmán, en aquel tiempo director de cultura del Ayuntamiento de Manzanillo, organizó un encuentro de narradores jóvenes «en aquel año éramos jóvenes, pero seguimos siendo narradores». Esta tierra es primordialmente de poetas o lo era «ya se ha diversificado la escritura un poco o un mucho, según se quiera ver», en aquellos ayeres un narrador era extraño «creo que lo seguimos siendo», pero en aquellos ayeres la mayoría de los autores/escritores del terruño eran mayoritariamente, poetas; o escribían poesía y también narrativa… repito, un narrador, narrador, que sólo se dedicara a ello era raro, y nosotros lo éramos, éramos narradores y raros…

…Y allá vamos; entre los invitados estábamos David Chávez, Gabriela Alegría y yo, que siempre hemos sido narradores y jamás hemos tenido desliz alguno con la poesía; e iban también Melquiades Durán, Guillermina Cuevas, Jorge Vega, Olmo Moreno «que han brincado de un género a otro» y creo que ya, bueno, iba también, aunque él no fue de Colima, sino que allá vivía Lazlo, el morro, también un narrador incipiente y gran lector.

El encuentro de narradores incluía un taller de escritura a cargo de Juan Villoro. Yo, lo he comentado en otras columnas, entré a la Falcom en 1999. En el 2000 «y no, es canción de Natalia Lafourcade», pero en el dos mil y en medio del terror del cambio de siglo llegó a mí el primer título que leí del autor mexicano: La noche navegable, una colección de once cuentos «quizá acá Villoro ya pensaba en una alienación futbolera» publicado por vez primera en 1980, donde el autor rescata el habla, el ambiente y el perfil de los jóvenes seguidores de Henry Miller, José Agustín, The Beatles o Pink Floyd «mis meros moles ya que en el Cedart leí Trópico de cáncer y después en la facultad Trópico de Capricornio y antes de leer a Villoro me aventé La Tumba y De perfil, claro, del jefazo de jefazos, José Agustín, el autor de los dos nombres»; así que con esas referencias y junto con aquellas escapadas al salón Califas y el hotel La Maga, de las que hace referencia Villoro en su libro, La noche navegable es el retrato de toda una época no desconocida para mí, ni tan alejada de las nuevas generaciones de aquellos años; porque las de ahora están más cerca de Maluma, Bad Bunny, Karol G y Becky G., que de las ya citadas. Por cierto, esa idea de navegar por la noche, la retoma un poco más tarde dentro de El libro salvaje, uno de sus más grandes éxitos comerciales.

Entonces, el libro hizo clic totalmente conmigo por las referencias musicales y literarias, tanto hizo clic que me dediqué a analizarlo y fue mi tema de tesis: Tópicos contraculturales en el libro La noche navegable… Durante este periplo, también en Manzanillo y gracias a Avelino Gómez y a Guillermina Cuevas, conocí y estuve en un taller literario con Carmen Villoro, ajá, hermana de Juan. Al finalizar la charla y todo alrededor del taller, y de hablar unas cuántas cosas con Carmen, le pregunté y le aclaré que no era para nada falta de respeto lo que iba a hacer, pero le conté grosso modo lo que estaba haciendo con la obra de su hermano Juan y le pregunté si tendría algún correo para poder comunicarme con él. No quería que Carmen se sintiera mal de que me acerqué a ella solo para esto, esa era mi razón.

Carmen se me quedó viendo, Guille Cuevas avaló lo que estaba diciendo y me dijo: “Has sido muy honesto y me emociona mucho que estés trabajando con algo que ha escrito mi hermano Juan, al cual quiero y aprecio mucho. Esto no lo hago seguido, pero le tenemos mucho cariño a Colima y sé que usarás ese correo para comunicarte con él y aclararás las dudas que tengas respecto a tu investigación, espero que te sirva” y me anotó, en mi libreta, el correo de su hermano Juan.

Me fui feliz a mi casa o al bar, al cabo estaba en Manzanillo y estábamos en el festival internacional de poesía y yo andaba de metido ahí. Dejé pasar unos días y, con toda la pena, «quizá mucho menos con la que me acerqué a Carmen a pedirle el correo de Juan, porque la computadora hace buen paro y te da cierto anonimato», me senté en mi escritorio, abrí mi correo y me puse a redactar… consciente de que, quizá, no recibiera respuesta de este mensaje que estaba lanzando como una botella al mar, era el 2003, estaba en mi último año de carrera y Juan Villoro ya tenía bastante fama, para ese entonces yo ya había leído: Albercas (de 1985), Materia dispuesta (de 1997), y la saga del profesor zíper que, en ese momento contaba con: El profesor Zíper y la fabulosa guitarra eléctrica (de 1992), El té de tornillo del profesor Zíper (del año 2000), leí también el libro infantil Autopista sanguijuela (de 1998), así como sus libros de crónicas Tiempo transcurrido, crónicas imaginarias (de 1986, que luego sería una canción de Café Tacuba), Palmeras de la brisa rápida, un viaje a Yucatán (de 1989) y el guion y la película Vivir mata (de 2002).

Pensé trabajar, para mi tesis el tema de la literatura infantil y juvenil, pero en esos ayeres en Colima, el tema de la literatura infantil y juvenil no estaban tan en boga como hoy. Así que me incliné por la primera opción y ese libro de cuentos. Después leería los ensayos, las demás novelas, sus obras de teatro, muchos más libros de literatura infantil y juvenil y algunas rarezas más. Debo decir que el propio Juan Villoro, hace unos cinco años cuando Puertabierta, mi casa editora lo trajo en par de ocasiones al teatro Hidalgo y de ahí nos fuimos a una cena, fue testigo de las rarezas de sus libros que cargué esa noche. Ni él mismo pensó que hubiera algunas de esas ediciones que yo tenía en mi poder, circulando por ahí…

Al cabo de algunos días Juan Villoro respondió mi correo, lo tengo guardado por ahí, en una carpeta, en él me decía que se sentía emocionado de que una persona en Colima lo leyera, no sabía que lo leíamos muchas personas más. Luego vi a Villoro como enviado especial a ene cantidad de mundiales, dando algunos comentarios sobre tal o cual jugador, equipo o selección… Vinieron entonces sus libros de deporte: Los once la tribu y Dios es redondo.

Recuerdo que, en 2003, Juan me escribió un correo diciendo que estaba muy afectado por la muerte de un gran amigo suyo, me mandó algunos artículos para estudiar, que me podrían ayudar a analizar su obra y me comentó que estaría en Barcelona, un poco despegado de esto y que no iba a responder ningún tipo de correo por varias semanas; entendí eso y lo dejé en paz, el amigo que había fallecido era Roberto Bolaño, hasta yo sentí ese duro golpe. Pensé que la relación por correo con Villoro había concluido, hasta que, un mes después, se volvió a comunicar conmigo, esta vez él me envió correo, preguntando por el avance de mi tesis.

Villoro voló a las alturas de la fama internacional, yo terminé mi tesis, me titulé, empecé a trabajar en la Universidad de Colima, espacio al que adoro porque me ha dado de todo; lo he visto viajar, ir y venir, jamás hemos vuelto a escribirnos correo alguno. Esta ocasión, me vio, me saludó con afecto, me preguntó si seguía escribiendo y sí, sigo escribiendo, lo necesito para vivir porque, en efecto, Vivir, mata.