El pez sin el agua
Por: Rubén PÉREZ ANGUINO *
Somos ríos que arrastran sedimentos —pequeñas historias, imágenes, vivencias, anécdotas y enseñanzas— que se acumulan en nuestro ser hasta desembocar en el mar, es decir, hasta el final del camino. Si se busca la sabiduría, los sedimentos se vuelven enseñanza y a veces hasta ejemplo a seguir. Cada pequeña acumulación se vuelve objeto de reflexión. Pero, como todo, se debe tener disposición de aprender.
Estuve pensando en eso cuando me enteré de la muerte del ingeniero Alfredo Elías Ayub, quien fue director, en una gestión que comprendió tres gobiernos (Zedillo, Fox y Calderón), de una de las empresas vitales para el desarrollo nacional: la Comisión Federal de Electricidad (CFE). Los niveles de eficiencia durante su gestión le dieron fortaleza al país y claridad a la inversión. Las fallas que se registran hoy son resultado de una visión deficiente, que lastima todo afán de progreso y desalienta el establecimiento de empresas que generen riqueza y empleo.
Yo estaba muy joven cuando colaboré en una importante gerencia de la CFE. El gerente a cargo era un funcionario muy eficiente y muy cercano al director general, el citado Alfredo Elías Ayub. En esa calidad pude tratar con él de forma indirecta en algunas ocasiones. Siempre me impresionó su saludo, que era cálido, amable y cuidadoso al mismo tiempo. Nada de la falsa cordialidad con la que a veces nos saludan los altos funcionarios.
En una ocasión pude estar presente en una reunión en la que cierto legislador federal, muy influyente en esos momentos, intentaba influir de alguna forma en un potencial negocio vinculado con la CFE (algunas personas ven negocios en todos lados). En la reunión también participaban algunos aparentes inversionistas. La reunión fue muy larga, pero el director se mostró amable y educadamente firme en todo momento. Todas las propuestas para intervenir en el potencial negocio se tramitaron con el marco legal como fondo, sin una sola fisura. Al final, después de muchos apretones de manos, los interesados se despidieron con la clara conciencia de que si querían hacer negocios tendrían que transitar por el camino normativo, sin necesidad de establecer vínculos y sin posibilidad de contubernio alguno con la alta dirección de la empresa.
Cuando salimos de la reunión me atreví a comentarle a mi superior jerárquico, el gerente con el que trabajaba, que desde mi perspectiva los potenciales inversionistas se habían retirado con las manos vacías. Me respondió algo que conservo:
—Sí, así son todas esas reuniones. El director siempre se va por la norma. Quizás por eso es muy respetado por todos los partidos. Cuando alguien le sugiere algo indebido hace como que no escucha y sigue caminando por la norma.
Cierto.
Se suele arrojar una negra humareda de corrupción hacia el pasado (como si el presente fuera impoluto), pero se olvida que en todas las épocas existen los grandes funcionarios, los honrados, los eficientes y los dignos de admiración. De igual forma, siempre existirán los funcionarios pequeños, deshonestos, ineficientes e indignos, más allá de la retórica del momento.
Nunca tuve un trato directo importante, más allá del saludo cordial circunstancial, con Alfredo Elías Ayub, pero algo de su estilo y su valor como funcionario me siguen acompañando.
Gracias.
*Rubén Pérez Anguiano, colimense de 57 años, fue secretario de Cultura, Desarrollo Social y General de Gobierno en cuatro administraciones estatales. Ganó certámenes nacionales de oratoria, artículo de fondo y ensayo. Fue Mención Honorífica del Premio Nacional de la Juventud en 1987. Tiene publicaciones antológicas de literatura policíaca y letras colimenses, así como un libro de aforismos.



















