APUNTES PARA EL FUTURO
Por: Essaú LOPVI
En medio de la ola de cuestionamientos sociales que empieza a acorralar al gobierno de Claudia Sheinbaum —protestas, reclamos, escándalos, cambio en la Fiscalía General y dudas crecientes sobre el rumbo del país— reapareció el personaje que mejor entiende el arte de la cortina de humo: Andrés Manuel López Obrador.
Desde su rancho La Chingada, fiel a su estilo, no volvió para aclarar nada, sino para repetir el mismo discurso que durante años funcionó como un narcótico político para su base: la conquista, los neoliberales, la transformación, los fifís, el eterno complot.
Uno esperaría que, tras tantos meses de silencio, el expresidente reapareciera para enfrentar los temas que realmente marcaron su sexenio y que hoy pesan como costales sobre la administración de Sheinbaum.
El huachicol fiscal, ese agujero multimillonario que su gobierno nunca logró explicar; los lujos inexplicables de sus hijos, que contradicen de manera grotesca el relato de austeridad republicana; o la relación con el crimen organizado que alcanzó a personajes tan cercanos como su secretario de Gobernación y su jefe de oficina.
Pero no. El hombre que gobernó con la palabra, gobernó otra vez con la palabra. Y volvió a usarla como arma distractora.
Su mensaje, vestido de reflexión histórica y de defensa del legado propio, es en realidad una jugada política quirúrgicamente calculada. Reapareció justo cuando el gobierno de Sheinbaum enfrenta su primer temblor serio de legitimidad social. Y lo hizo para reforzar un guion que ya conocemos: él es el origen moral, ella la continuidad. Él es la brújula, ella la ejecutora.
Nada es fortuito. Nada es casual. López Obrador no mueve un dedo sin medir el efecto en su movimiento y en su obsesión por controlar el relato público.
En su mensaje, volvió a presumir que sacó a millones de mexicanos de la pobreza, que redujo la desigualdad, que su transformación fue “profunda y pacífica”. Habló incluso de un libro que, según él, desmonta “las mentiras de los conquistadores” y reivindica a los pueblos originarios. Interesante selección de prioridades para alguien cuya administración dejó pendiente lo más importante: justicia, seguridad y verdad.
Su reaparición dice mucho más por lo que evita que por lo que pronuncia. No mencionó la violencia que se disparó en su sexenio. No mencionó la militarización. No mencionó los contratos opacos, los casos de corrupción de su círculo íntimo, ni la vergonzosa sumisión del Estado ante los grupos criminales. No mencionó la realidad.
López Obrador domina como nadie el arte de mover la conversación pública a donde le conviene. Lo hizo durante seis años y lo hace ahora desde su retiro voluntario. Su video no tiene contenido de Estado, pero sí tiene propósito político: blindar a Sheinbaum en un momento de turbulencia, recordarle a su base quién sigue mandando en el imaginario del movimiento, y mandar un mensaje interno a los suyos: la línea se mantiene, la narrativa también.
Sheinbaum lo acepta porque lo necesita. Él reaparece porque no sabe —ni quiere— dejar de incidir. Ambos se retroalimentan, pero sólo uno se beneficia realmente: el que controla el relato.
Por más que insista en su versión edulcorada de la transformación, la historia —la verdadera— será más severa. López Obrador pasará como el presidente que prometió erradicar la corrupción y terminó encabezando el gobierno más opaco, más indulgente con la ilegalidad y más contradictorio en su moral pública.
La historia no miente. Y el lugar que le corresponde no está en los altares del patriotismo que él mismo se construyó, sino con los falsos redentores que ofreció terminar en lo que años después se convirtió.
Hoy reaparece para distraer, para proteger a Sheinbaum, para reafirmar su control simbólico. Pero el país ya no es el mismo. La sociedad que comienza a cuestionar también comienza a despertar. La pregunta es si, esta vez, la cortina de humo le alcanzará.

















