UNA POCA DE GRACIA
Por: Carlos Alberto PÉREZ AGUILAR
Me alegra que el tema de la Sociedad de Cuidados esté en la agenda pública. Quien diga que ser cuidador es fácil… que lo haga, pero que lo haga como lo han hecho tantas mamás o papás que cuidan a sus hijas o hijos con discapacidad, o como quienes atienden día y noche a enfermos renales, a pacientes con cáncer terminal o con alguna enfermedad congénita… pasando horas enteras en el hospital, de cita en cita.
Quien diga que ser cuidador es fácil, que lo haga, pero que lo haga como quienes han entregado parte de su vida atendiendo a personas adultas mayores, a pacientes con demencia o Alzheimer, o como se hace cuando se debe acompañar a alguien con depresión, alcoholismo o cualquier otra condición. Que lo hagan como las tantas personas que pasan las noches durmiendo en el piso frío de un hospital, acompañando a un paciente y esperando una alta médica.
Si creen que cuidar es fácil, que lo hagan, pero además que lo hagan “de a gratis”, “porque es una responsabilidad”, “porque el cuidado es amor” y, como se dice, “el amor deja otras satisfacciones”. En realidad, no les deseo eso, porque cuidar es difícil. Hacerlo dejando todo por el todo no es alentador, y, créame, actualmente la gran mayoría de las y los cuidadores lo hacen sin recibir nada a cambio… y muchos ya han dejado de esperarlo.
Lo vivo todos los días en La Armonía, y agradezco la confianza que tantas personas nos han brindado. Atiendo familias enteras que viven momentos de crisis, no sólo por no saber cómo cuidar a una persona adulta mayor, sino porque, en casa, toda la responsabilidad del cuidado recae en una sola persona. Y cuando eso ocurre, el peso se vuelve insoportable.
Pensar en una sociedad de cuidados es indispensable para proteger a las familias. Muchas se fracturan cuando el cuidador pide ayuda o sugiere compartir responsabilidades. Es entonces cuando surge la crítica: el cuidador es señalado, juzgado, humillado, cuestionado por su propia familia. A él se le cuentan los pesos, se le regatea el apoyo, porque el dinero —dicen— es para el paciente, no para quien cuida.
Parece, en general, que las y los cuidadores pierden el derecho de soñar, de aspirar, de trabajar, de tener amistades o siquiera de salir una tarde al cine o tomarse una cerveza el fin de semana… porque “tienen que cuidar”. En su caso, el amor se convierte en condena.
He atendido casos de personas que se acercan pidiendo ayuda a escondidas de sus hermanos o familiares, como si huyeran de una prisión. Viven con culpa, porque todos los demás están ocupados haciendo sus vidas, mientras que a ellas o ellos —por ser mujeres, por ser homosexuales, por ser el menor o el menos ocupado— les tocó la “obligación” de cuidar.
Cuidar es, sí, un acto de amor, pero debe ser justo, equitativo, acompañado emocionalmente y, sobre todo, dignificado y reconocido. Es una labor indispensable para el funcionamiento de una sociedad que ha impuesto múltiples cargas familiares y económicas, donde hombres y mujeres deben trabajar, producir, alcanzar metas… sin que hasta ahora se haya considerado que cada vez hay más personas que requieren atención permanente.
Quiero dejar clara la gravedad del tema: hay abuelas y abuelos que dejan su vida para cuidar nietos; mujeres que cargan solas con la responsabilidad de atender a hijos con discapacidad o padres enfermos; hombres que renuncian a sí mismos por cuidar a otros; y personas homosexuales que, además de cargar con prejuicios, asumen el rol de cuidadores como una forma silenciosa de redención familiar.
Hace unos días participé en las mesas de trabajo convocadas por el Congreso del Estado para discutir las iniciativas sobre la Sociedad de Cuidados. Hay propuestas del Partido del Trabajo y de Movimiento Ciudadano que buscan colocar el tema en el centro de la agenda pública. La participación fue importante, el debate más aún.
Sin embargo, el reto va más allá de debatir: se trata de legislar con visión y valentía. México necesita una Ley de Cuidados de vanguardia, que reconozca legalmente el trabajo de quienes sostienen, silenciosamente, la vida de otros. Una ley que garantice derechos, recursos, descanso y formación a quienes cuidan. Porque cuidar no debe ser una condena ni una carga invisible: debe ser una responsabilidad compartida por el Estado, las instituciones y la sociedad.
Solo así podremos hablar, con justicia, de una verdadera Sociedad de Cuidados.




















