APUNTES PARA EL FUTURO
Por: Essau LOPVI
La frase “quien no es socialista a los 20 no tiene corazón; y quien sigue siéndolo a los 40, no tiene cabeza.” no tiene un autor claro, pero es completamente vigente y didáctica para lo que hoy quiero hablarles.
Aunque es frecuentemente atribuida a Winston Churchill, no hay evidencia documentada de que él la haya dicho. Tampoco aparece en sus discursos, escritos o memorias. La expresión parece ser una evolución de un dicho francés del siglo XIX, que decía algo como: “Si a los 20 años no eres republicano, no tienes corazón. Si a los 30 sigues siéndolo, no tienes cabeza.”
En América Latina, desde el inicio del siglo XXI renació el romanticismo por adoptar posturas que se autodenominan “progresistas”, aunque poco tienen de nuevas y mucho menos de coherentes.
Las calles, las universidades y las redes sociales están repletas de jóvenes —y no tan jóvenes— que pregonan o marchan con el puño en alto, exigiendo derechos y cambios que, paradójicamente, son incompatibles con los símbolos que ellos mismos veneran.
Uno de los casos más evidentes es en torno a la figura del Che Guevara. Su rostro estampado en camisetas y pancartas aparece una y otra vez en marchas feministas o de la comunidad LGBT. Lo usan como ícono de resistencia, sin saber —o sin querer saber— que el Che no sólo no representaba los valores que hoy defienden, sino que fue parte activa de su represión.
En los años 60, Guevara avaló la creación de campos de concentración en Cuba, conocidos como UMAPs, donde se encarcelaba a homosexuales, religiosos y otros “desviados ideológicos”. El mismo Che escribió que el joven revolucionario debía ser “refractario a la homosexualidad”. Difícil justificarlo como símbolo de inclusión o diversidad ideológica.
Este ejemplo, toma relevancia justo ahora en México, luego de que desde la presidencia de México, miembros del partido progresista en el poder y líderes connotados pro izquierdistas pusieron el grito en el cielo, cuando se retirara una estatua que representaba a Fidel Castro y al Che Guevara.
La estatua, titulada «Encuentro», mostraba a ambos líderes cubanos juntos y había sido instalada en la Plaza San Carlos, pero la alcaldesa de Cuauhtémoc, Ciudad de México, Alessandra Rojo de la Vega, de la oposición pidió retirarlas del espacio público.
Otra contradicción que flota con descaro es la de ciertos sectores feministas que aplauden a regímenes como el cubano o el venezolano. En teoría luchan contra el machismo estructural, pero no parecen inmutarse ante la represión violenta de mujeres disidentes, como ocurrió con las Damas de Blanco en Cuba o con activistas perseguidas en Caracas por el simple hecho de no alinearse con la narrativa oficialista. No hay sororidad cuando el agresor se disfraza de revolucionario, progresista o socialista.
También está el uso indiscriminado del término “fascista” como insulto automático. Cualquiera que cuestione cuotas de género, políticas identitarias o subsidios sin control es tildado de fascista, como si el concepto no tuviera una historia clara y definida.
El fascismo, recordemos, no es liberalismo de derecha. Es un estatismo autoritario, anticapitalista y colectivista. Mussolini lo dejó claro: “Nada fuera del Estado”. Por cierto, más parecido a lo que predican los regímenes autoritarios de izquierda que a quienes promueven la libertad de expresión o la economía de mercado.
Los autoproclamados anticapitalistas que tuitean desde su iPhone y editan videos en MacBooks también merecen mención aparte. Denuncian al “sistema” usando todas las herramientas creadas por ese mismo sistema. Hacen activismo desde redes sociales cuya existencia es gracias al libre mercado, la inversión privada y la competencia empresarial. Es como maldecir la electricidad mientras se transmite en vivo con WiFi.
Y lo más peligroso: desde esas trincheras se promueve ahora una censura disfrazada de corrección política. En nombre del respeto, se pide silenciar al que piensa distinto.
En nombre del progreso, se condena al que opina distinto. Pero la libertad de expresión no puede ser selectiva. No puede ser un derecho exclusivo para quien grita más fuerte en redes sociales. Defenderla implica tolerar también aquello con lo que no estamos de acuerdo.
Es hora de exigirle más seriedad al debate público. La memoria histórica no puede ser opcional. Si vas a cargar la imagen del Che, por lo menos conoce lo que hizo. Si vas a aplaudir a Maduro, ten el valor de mirar a los ojos a los millones de venezolanos que huyeron de su país. Si vas a acusar de fascismo, primero aprende qué significa.
No se trata de despreciar las causas sociales, muchas de ellas justas y necesarias. Se trata de combatir la superficialidad con pensamiento crítico, y la propaganda con hechos. Porque sin memoria ni coherencia, el progresismo deja de ser una idea de futuro y se convierte en un eco torpe del pasado.