DISLATES
Por: Salvador Silva Padilla
A Armando Castañeda y a Rigoberto Baltazar. Con admiración y afecto
Quienes me han tratado superficialmente, pueden quedarse con la falsa impresión de que soy un tanto cuanto distraído u olvidadizo. En cambio, quienes en verdad me conocen, tienen la plena certeza de que soy ambas cosas en grado superlativo.
I
Una vez, cuando éramos novios, Sandy y yo fuimos al cine. En el intermedio suena el beeper. Sandy pensó que iba a comprar palomitas. En ese tiempo (80’s) había beepers pero no celulares. Tenía que comunicarme con la oficina para atender un imprevisto que debía resolverse con cierta urgencia, así que salí corriendo al departamento donde vivíamos Manuel Delgado y yo, que estaba a dos cuadras de las salas Jorge Stahl. Los temas pendientes los resolví con dos o tres llamadas breves y asunto arreglado, En ese momento me percaté que ese tema lo podía aprovechar para exponerlo en clase al día siguiente. Y como soy olvidadizo pero prudente, decidí que lo mejor era escribirlo y así lo iba a recordar. Ese ejemplo me remitió, a su vez, a otro que ya habíamos abordado en una clase pasada. Se trataba de una película que….. ¡Película!. Como un flashazo me acordé de Sandy y regresé corriendo a la sala. Llegué sin palomitas ni refresco y solo alcancé a ver el final del film. Como Sandy es muy respetuosa, no hizo comentario alguno. Este lamentable pero intrascendente episodio hubiera quedado en el olvido si no es por la malevolencia de un amigo que me malquiere en demasía: mi prudencia y discreción evita que pronuncie su nefando nombre: (Juan Diego Suárez Dávila). Él, sin conmiseración alguna le comentó a Sandy y a varios amigos más este ligero olvido. Desde entonces, siempre que vamos al cine, Sandy pide refrescos y palomitas antes de entrar a la sala. Así se asegura. Por mi parte, solo salgo de la película, cuando voy al baño.
II
Algunos años después (ya casados Sandy y yo) a ella le llamaron de la Dirección de Bibliotecas de CONACULTA para que asistiera a un curso de capacitación en el DF (actual CDMX). Como Sandy peca de responsable, fue al curso y nos dejó huérfanos a Tardanza, a Cuchufleta y a un servidor (*) Pues bien, al tercer día de su partida (ya mencioné hace 30 años lo que me ocurrió en los dos primeros días) me levanté, y fui a dar clase.
Después, salí del salón y me dirigí al Paraninfo Universitario porque el gobernador, Carlos de la Madrid y el rector, Fernando Moreno Peña iban a inaugurar un evento internacional del SIABUC. El salón estaba a reventar; yo, fiel a mi costumbre, estaba de pie en uno de los pasillos viendo la ceremonia. Entonces Rigoberto Baltazar -un discreto y excelente fotógrafo, ya fallecido por desgracia- después de tomar algunas fotos, enfoca la cámara hacia mí, la baja, y me indica que me acerque. A sabiendas que Rigo solo podía transmitirme malas noticias, no sin reservas me fui aproximando con un signo de interrogación en la frente. Antes de que pudiera preguntarle que qué pasaba, me soltó un: «Traes un zapato de un color y otro de otro». Y efectivamente, uno era café y el otro negro. Me fui al fondo del pasillo e hice lo que las garzas: levantaba una pata, y me sostenía en la otra… hasta que me cansaba y entonces cambiaba de extremidad. Este recurso lo recomiendo ampliamente por si al lector le llega a ocurrir un percance semejante/ (Y pensar que todavía hay gente que considera que mis dislates son intrascendentes e inútiles).
Al terminar la ceremonia, el rector me pide que lo espere en su oficina porque había que atender algunos pendientes. De acuerdo a la Ley de Murphy yo sabía que en cuanto saliera a mi casa a cambiarme de calzado (en singular, porque si cambio de zapatos en plural, sigo quedando con zapatos bicolores), en ese preciso momento me llamarían de rectoría así que esperé.
Una vez atendido el tema, salgo de la oficina de la rectoría. Enfrente estaba la Dirección de Relaciones Públicas, iban saliendo la subdirectora Vicky Santana y Armando Castañeda Morfín (director entonces de la Escuela de Letras y Comunicación) Al verlos les platico el ligero incidente que me acababa de ocurrir, Armando con la perfidez que caracteriza a los nacidos en Pihuamo afirma: «Eso no es nada Vicky, seguramente también trae un calcetín de un color y otro, de otro. Lo fulmino con la mirada por su chiste de tan mal gusto. Resuelto, me levanto los pantalones y… efectivamente eran de dos colores distintos. En mi descargo, debo afirmar que cada calcetín hacía juego con su respectivo zapato.
III
Por rutina, yo era quien llevaba a Tardanza a la Estancia Infantil de la UdeC por las mañanas, mientras que Sandy la recogía alrededor de las 2 de la tarde. Pues bien, en el cuarto día de esa misma y nefanda semana en que Sandy fue al DF, estábamos en la oficina redactando contra el tiempo los boletines que debíamos enviar a los noticieros radiofónicos, sobre el evento del SIABUC. Miro el reloj y veo que ya son cerca de las 2 y media. Salgo disparado por mi hija. Llego derrapando, me bajo del carro recriminándome por llegar tan tarde a recoger a mi chilpayata. Cuando volteo a ver a la señorita que recibía y entregaba a los niños me dice aterrorizada: «!Pero si no la trajo!». Entonces me cayó el veinte. Es común que los papás olviden a sus hijos en las puertas del templo (María y José, sólo por mencionar un ejemplo); en tianguis, supermercados, e incluso en aeropuertos… pero olvidar que uno NO llevó a su hija a la escuela e ir por ella, eso sí resulta, creo, un grado aún más refinado de olvido.
¿Cómo y por qué me acordé de estos lamentables episodios? bueno por lo que me ocurrió los pasados días 2 y 3 de octubre. Pero quizá espere otros 30 años para contarlo.
(*) Sandy es escrupulosamente responsable en su trabajo, pero profundamente insensata e inconsciente en su casa: ¿a quién se le ocurre dejar encargadas a sus dos preciadas hijas con alguien taaan irresponsable como yo? A ver. ¿A quién?
(**) Cfr. Los artículos «Cuando las madres se van» y «El martes ni te cases ni te embarques», publicados originalmente en Cartapacios, y posteriormente en el libro Dislates.