CDMX.- El pan de muerto, uno de los símbolos más entrañables de las ofrendas del Día de Muertos, es mucho más que un postre: representa una fusión entre las raíces prehispánicas y las costumbres religiosas que conforman la identidad gastronómica de México. Así lo recordó el Gobierno Federal a través de la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural (SADER), al destacar la importancia cultural y simbólica de este alimento que, año con año, se prepara en hogares y panaderías de todo el país.

“El pan de muerto es uno de los elementos centrales de las ofrendas de las y los fieles difuntos”, señaló la dependencia. Explicó que, en estas fechas, es común que los altares se adornen con alimentos, bebidas y objetos personales que fueron del gusto de los seres queridos que se recuerdan.

De acuerdo con la información difundida por SADER, el origen del pan de muerto se remonta a la época de la Conquista, cuando los españoles buscaron sustituir las prácticas rituales prehispánicas que implicaban sacrificios humanos.

“El pan de muerto fue creado como respuesta a la práctica prehispánica en la que se elaboraba un pan de amaranto mezclado con sangre para ofrecerlo a los dioses”, detalló la Secretaría. Con la llegada de los colonizadores, el amaranto fue reemplazado por harina de trigo y azúcar, y el pan comenzó a adornarse con azúcar pintada de rojo, simbolizando el corazón de la persona ofrendada.

Otros antecedentes, añadió, están vinculados a los rituales dedicados a la diosa Cihuapipiltin, en los que se colocaban panes hechos de amaranto o maíz tostado con forma de mariposas o rayos, en honor a las mujeres que morían en el parto.

El pan clásico y su simbolismo

Actualmente, el pan de muerto se elabora con ingredientes como harina de trigo, azúcar, mantequilla, huevo, té de azahar, anís, levadura y ralladura de naranja. Su forma redonda representa el ciclo de la vida y la muerte; las “canillas” o tiras que lo coronan evocan los huesos de quienes ya partieron, mientras que el aroma a azahar simboliza el recuerdo y la esencia de los difuntos.

Variedad y creatividad en cada región

México se distingue por la enorme diversidad de panes de muerto que existen a lo largo de su territorio. En la Ciudad de México y el Estado de México predomina el pan clásico, redondo y espolvoreado con azúcar blanca o rosa. Sin embargo, cada región ha aportado su propio sello y tradiciones.

En Mixquic, emblemático pueblo de la alcaldía Tláhuac, se elaboran “despeinadas” —rosquillas cubiertas con azúcar colorada—, panes con ajonjolí, granillo o en forma de mariposa. En el Estado de México también son comunes los panes antropomorfos o zoomorfos, hechos a base de yema de huevo, como conejos o borregos.

En Guerrero, la variedad incluye panes llamados “camarones”, “amargosas”, “burros con azúcar rosa” o “pan bordado”, mientras que en Guanajuato, particularmente en Acámbaro, destacan los panes en forma de mulas, borregos y figuras humanas.

El estado de Hidalgo aporta creaciones como las “moriscas”, los “bodoques”, las “gorditas de maíz”, las “cuelgas” y los “cocolitos”. En Michoacán, se prepara el tradicional “pan de ofrenda”, con figuras de vírgenes, campesinos, flores y calaveras personalizadas con nombres o frases.

En Oaxaca, las “regañadas” representan las ánimas de las personas o animales, elaboradas con pan de yema y decoradas con ajonjolí. En Puebla, por su parte, se cocinan los “golletes”, roscas coloridas que adornan los altares.

“Estos son solo algunos ejemplos de la gran variedad de pan de muerto que hay a lo largo del país, que capturan la creatividad y habilidades de quienes los preparan, así como la fe y devoción de quienes los consumen”, subrayó la SADER.

Una tradición que une generaciones

El Gobierno Federal destacó que el pan de muerto no solo es un producto gastronómico, sino un símbolo de unidad y memoria colectiva. Cada pieza representa la conexión entre quienes ya partieron y quienes los recuerdan, una expresión tangible de amor y respeto que atraviesa generaciones.

De esta forma, mientras las panaderías del país comienzan a inundar las calles con el aroma del pan recién horneado, las familias mexicanas se preparan para rendir homenaje a sus seres queridos con una tradición que —como el propio pan— sigue viva, esponjosa y dulce, como el recuerdo que celebra.

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