APUNTES PARA EL FUTURO
Por: Essaú LOPVI
Para sorpresa de nadie, México volvió a caer en el escenario mundial. El Índice de Estado de Derecho 2025 del World Justice Project nos coloca en el lugar 121 de 143 países. Dicho de otra forma: estamos entre las naciones donde la Ley pesa menos, y el poder pesa más.
El informe 2025 —publicado este martes— muestra que México se mantiene entre las naciones con peor desempeño en América Latina, superando únicamente a Bolivia, Nicaragua, Haití y Venezuela. A nivel global, el país forma parte del grupo de mayores retrocesos junto con Estados Unidos, El Salvador y Rusia, todos con descensos superiores al 2.5%.
Pero lo más grave no es el número, sino la dirección: una década completa de deterioro institucional, paso a paso, sexenio tras sexenio, hasta llegar a este punto donde el Estado de Derecho ya parece una ruina que comenzamos a ver con nostalgia.
Los datos son demoledores: México se hunde en materia de justicia civil, seguridad, combate a la corrupción y límites al poder gubernamental. Este último rubro —quizá el más simbólico— retrocedió de forma significativa. Porque cuando el poder deja de tener límites, lo demás se derrumba inevitablemente.
Y eso es justamente lo que vivimos. Un régimen que ha aprendido a reproducir los vicios del viejo PRI, pero con herramientas mucho más sofisticadas: el control de la narrativa, la manipulación emocional de las masas y el uso de los medios públicos como maquinaria propagandística permanente. Si el PRI del siglo XX dominaba desde el aparato del Estado, el régimen actual domina también las conciencias. López Obrador lo perfecionó y heredó.
El discurso del ‘pueblo bueno’ y la ‘transformación moral’ ha servido para justificar el sometimiento de toda crítica. La polarización se volvió estrategia de gobierno: dividir para controlar, etiquetar para desacreditar, repetir hasta convertir la mentira en verdad. La 4T se hizo experta en mentir y defender la moralidad a la vez.
La 4T no gobierna solo con instituciones, gobierna también con lealtades; ahora con leyes, y narrativas. Las consecuencias están a la vista: un Congreso sometido, órganos autónomos debilitados o desaparecidos, un Poder Judicial recientemente tomado por perfiles afines al partido en el poder, y una sociedad civil cada vez más ciega, asfixiada por la presión, el descrédito y la persecución digital.
El informe del World Justice Project sólo confirma lo que cualquier periodista, juez independiente o ciudadano crítico percibe cada día: en México ya no existe un verdadero equilibrio de poderes. Lo que existe es una estructura piramidal donde todas las decisiones, los recursos y las verdades emanan desde un mismo punto.
Y ese punto se llama Palacio Nacional.
Resulta casi irónico: el gobierno que prometió erradicar la corrupción es el mismo que hoy ha normalizado la opacidad; el movimiento que se dijo ‘del pueblo’ es el que más ha concentrado poder y ahora es de cúpulas; el régimen que presumió independencia de lo económico se convirtieron en los nuevos ricos. Y ahora toda la estabilidad del país depende una sola voz.
Nunca, desde los tiempos del PRI hegemónico, habíamos tenido un control tan profundo sobre la población. Pero a diferencia de aquel viejo régimen que gobernaba a través del control vertical o la dádiva, el nuevo autoritarismo controla a través de la convicción, del adoctrinamiento constante y la narrativa de redención.
El régimen actual ha perfeccionado la narrativa a tal grado que los ciudadanos se sienten mal si no están dentro, incluso sienten vergüenza de quedar fuera del color guinda.
El Estado de Derecho se debilita no sólo cuando se violan las leyes, sino cuando se desacredita la idea misma de la ley, – recuerdo el “no me vengan con que la Ley es la Ley” de AMLO-.
Cuando se repite hasta el cansancio que ‘el pueblo está por encima de la ley’, se abre la puerta al autoritarismo con rostro democrático.
Y eso es lo que estamos viviendo: una democracia vaciada de contenido, una República convertida en espectáculo, una legalidad que se dobla ante los intereses del poder.
El deterioro no se mide sólo en índices, sino en silencios. En los periodistas asesinados o amenazados, en los jueces desprestigiados, en los ciudadanos que prefieren callar por miedo a ser atacados.
La libertad en México no muere de golpe: se erosiona lentamente entre aplausos y mantras de moralidad política.
No hay que olvidar que el PRI dominó durante siete décadas, pero nunca logró el nivel de control emocional y simbólico que el régimen actual ejerce sobre millones. La 4T no sólo gobierna un país: administra una fe. Y eso, históricamente, es mucho más peligroso.
El World Justice Project advierte lo que muchos prefieren ignorar: estamos cruzando la frontera que separa la democracia imperfecta del autoritarismo legitimado.
Y si algo enseña la historia mexicana es que ningún poder jamás se contiene a sí mismo; si la sociedad no pone límites, el poder los borra.
Parece que ya estamos viviendo donde el poder no tiene freno y gobierna por sumisión colectiva. Y si hoy la Ley vale menos, es porque la obediencia vale más.





















