Lucia Berlin, «el huracán de ojos azules»
Por: Ihovan PINEDA
La neta, se los confieso, no había leído yo nada de Lucia Berlin, cuando digo nada me refiero a su obra, y pues llegué a ella, a sus textos, a sus cuentos, como en muchas ocasiones sucede: por otras lecturas, por otros autores y autoras que la citan y la recomiendan; incluso por las mismas plataformas de las distintas librerías que uno frecuenta cuando uno no tiene nada que hacer o cuando te sobra un dinerito.
Y pues sí, vaya sorpresa, vaya fregadazo literario, vaya descubrimiento, vaya encuentro, como cuando el vagamundo se encuentra un billete en plena calle y dice ya chingué, o como cuando descubres que todavía te queda una cervecita en el refri cuando pensabas que ya no tenías. Así mero me pasó, ese tipo de felicidad, en este caso al descubrir la belleza aterradora de Berlin, porque cada uno de sus cuentos es un vértigo, un golpe. Cada uno de sus cuentos están hechos de imaginería concreta y con un fino sentido del humor; es una escritora muy inteligente y cruel.
Como lo señala Lydia Davis en el prólogo del libro Manual para mujeres de la limpieza, publicado por Alfaguara en el 2023, y que es la chulada de edición que conseguí, “las historias de Lucia Berlin son eléctricas, vibran y chisporrotean como unos cables pelados al tocarse”. Su prosa, la chispa de su prosa, como también lo comenta Davis, está en el ritmo y la fluidez de sus textos; a veces tranquilos y equilibrados, y en otras ocasiones entrecortados y veloces, pero siempre intencionales, y a veces hasta con giros imprevistos, giros de espacio tiempo.
Los cuentos de Berlin, como lo señalan en el texto introductorio al libro, se leen con el intelecto, con el corazón y con los sentidos. Los detalles, o más bien dicho, el realismo flaubertiano en sus textos, demuestra esa mirada que abarca lo cotidiano junto a lo extraordinario, y es a su vez esa corriente francesa literaria denominada “autoficción”, la narración de la propia vida, que va de lo personal para elevarse en lo universal, porque al final es el tema de todos: la brutalidad de la vida, la fragilidad humana.
Pero en sus cuentos también hay humor, ingenio e ironía. Nada es predecible ni previsible. Es implacable, aguda y mordaz. Los finales de sus cuentos en ocasiones son de golpe, de knock out como decía Cortazar, desenlaces inesperados, de golpe. La escritura de Berlin, como lo resalta Stephen Emerson, tiene nervio. Y como debe de ser en toda escritura: algo tiene que suceder, y la escritora también hace que sucedan.
Sincera, cruel y profunda, algunos, no sé si sea correcto, la han llamada la Bukowski, por la ebriedad de sus textos y por la ebriedad en que vivió.
Pero de qué tratan sus cuentos, bueno, eso no lo voy a comentar del todo, solo voy a decirles que los personajes principales son mujeres: una mujer que conoce, en una lavandería, a un indio que se dice jefe de una tribu, que siempre se le queda viendo a las manos porque dice que ella es de piel roja; una mujer que trabaja con un dentista viejito, borracho y loco que se saca las muelas; una mujer protestante que quiere hacerse monja o santa y que para ello se inventa pecados; una mujer que quiere abortar, pero que al final no lo hace al ver cómo se realiza esto en una clina clandestina; una enfermera que trabaja en una sala de urgencias, donde conoce a todo tipo de personas y que aprende a identificar cuando algo realmente está mal.
Pero el cuento más cabrón, es el que da título al libro, donde una mujer que limpia casas, es decir, una trabajadora doméstica, tiene la costumbre de robarse las pastillas de los inquilinos, al tiempo da concejos a otras mujeres de lo que sí se pueden robar y lo que no en las casas que van a limpiar, y a quienes también aconseja no hacerse amigas de los gatos de los patrones. Todo esto sucede mientras va recordando, a bordo de un camión, a su reciente marido fallecido, con quien platica y le dice que ella no tiene ganas de morir. Todo este cuento es un pinche triste viaje del duelo, tristísimo. Como bien lo señala en su reseña Israel Holtzeimer, con este cuento “te saca el corazón, lo tira al piso, lo escupe y lo patea”. Y para dejarlos picados, aquí les trascribo el final de este hermoso terrible cuento.
No quise identificar tu cadáver, Ter, aunque eso trajo muchas complicaciones. Temía empezar a pegarte por lo que habías hecho. Morir.
Ter, en realidad no tengo ningunas ganas de morir.