Los herederos

Portavoz 
Por: Alondra López

Habría de tener unos 14 años cuando, un mal día, me topé por la calle con la imagen de dos de mis ex compañeros de primaria. Sus rostros yacían colgados en una lona ya roída. Habían desaparecido y, como es común en nuestro país, sus cuerpos habían sido encontrados dentro de bolsas negras. Fue la primera vez que me reventó en la cara la realidad violenta en la que los jóvenes mexicanos estamos inmersos.

Sí, mis compañeros eran, ya desde chiquillos, vagos. Pero también, habían crecido rodeados de violencia y de falta de oportunidades de toda clase. Habían formado parte de un segmento poblacional vulnerable a todo tipo de calamidades. Y es que en México, como en muchos otros países de Latinoamérica, la desigualdad no solamente nos deja vulnerables ante la pobreza, la falta de acceso a la educación, la salud o  la cultura, sino que también, nos deja expuestos e indefensos ante la inseguridad.

La sociedad es responsable de la sombra que produce, escribía Víctor Hugo, en Los Miserables.  Pero, ¿acaso somos todos responsables por igual? ¿O deberíamos distinguir el grado y la forma en que cada sector de nuestra sociedad abonó a la acumulación de esta penumbra?  Creo que muchos coincidiremos en que gran parte de la responsabilidad recae en los políticos, en los del presente en algunos casos y, sobre todo, en una basta lista de los del pasado.

Sin duda, la gravedad de nuestras problemáticas actuales no se originaron de la noche a la mañana. La corrupción, la impunidad y las malas prácticas políticas que se han perpetuado por tantos años en nuestro país, han traído consigo dolorosas consecuencias para muchos mexicanos, en especial para la juventud, cuya herencia es un país con falta de oportunidades de progreso y una encarnizada violencia.

Esta herencia, que la mayoría de los mexicanos compartimos, socava en lo más profundo nuestro porvenir, pues ha atrofiado severamente a la juventud del país. La juventud es la etapa en la cual comienzan a formarse las convicciones, de manera que nos expone a una gran vulnerabilidad. En esta etapa, las personas encuentran sentido colectivo sujetándose a determinadas narrativas y arquetipos, los cuales determinan su estilo de vida, su forma de vestir, su profesión, sus círculos de amigos, los lugares que frecuentan, etc.

Usualmente, en nuestro país, los jóvenes atrapados en el basto arsenal de narrativas basadas en la violencia, son aquellos que han sido excluidos de las oportunidades. Esta realidad se sintetiza en el documento emitido por la CEPAL, “Juventud, población y desarrollo: problemas, oportunidades y desafíos”, el cual con urgencia y alarma nos dice:

“Los jóvenes latinoamericanos tienen por delante un enorme desafío: ser conductores de un proceso de desarrollo económico y social que permita, a la vez, reducir la pobreza y los abismales índices de desigualdad socioeconómica, que atentan contra la estabilidad y la convivencia… Se mantienen o elevan las probabilidades de que practiquen conductas riesgosas, ilícitas, violentas, escapistas o anómicas”.

Nos encontramos en un punto crítico en el que los horrores de la violencia parecen no tener retorno. Por ello, cuando buscamos soluciones inmediatas a dicha problemática, nos perdemos en un poso oscuro que parece no tener fondo. Hoy, muchos nos preguntamos ¿si llegará en el futuro cercano el fiat lux tan anhelado? O tal vez, la generación heredera de los malos frutos que otros sembraron, tendrá que poner un empeño extra de su parte para llevar la luz a las profundidades. Al fin y al cabo, parece que cada generación humana se encuentra frente a la responsabilidad de forjar una herencia contraria a la que, con conciencia o no, otros le legaron.