POLIS, Más Allá de la Seguridad Por Alejandro GONZÁLEZ CUSSI X @agCussi
En México estamos acostumbrados a pensar la seguridad desde arriba: desde los planes nacionales, las estrategias de gabinete, los anuncios que prometen “recuperar el territorio”. Pero lo que verdaderamente sostiene —o derrumba— la seguridad de un país ocurre desde abajo, en la escala más pequeña y más cercana al ciudadano: el municipio.
Por eso, al revisar el llamado Plan Michoacán, sorprende descubrir que los municipios son los grandes ausentes.
Ni una línea dedicada a fortalecerlos, ni una estrategia para dotarlos de recursos, ni un plan para profesionalizar a sus policías, ni una propuesta clara de coordinación con la Federación.
Y sin embargo, es ahí, en el nivel municipal, donde se juega la verdadera gobernabilidad del territorio.
Si algo recordó el caso de Uruapan es que las policías municipales son la primera línea de contacto entre el Estado y el ciudadano.
Son quienes reciben las denuncias, quienes patrullan las calles, quienes responden ante el conflicto cotidiano. Son el rostro más visible de la autoridad y, paradójicamente, las más débiles, las más olvidadas y las menos respaldadas.
El Plan Michoacán vuelve a apostar por el viejo modelo de presencia federal como sinónimo de acción estatal.
Más Guardia Nacional, más Ejército, más oficinas federales, más uniformes nacionales. Pero ninguna palabra sobre capacidades locales, sobre cómo garantizar que, cuando esas fuerzas se retiren, exista algo sólido que quede en pie.
Michoacán ya vivió esto: los despliegues federales llegan, se anuncian, se marchan… y el vacío lo vuelve a llenar la fragilidad municipal.
La historia se repite porque no hemos construido cimientos duraderos en lo local.
Además de soldados y más policías, México necesita más coordinación.
La palabra aparece en cada discurso, pero rara vez en los hechos.
Hoy las líneas entre Federación, estado y municipios están difuminadas: todos hacen de todo y, por tanto, nadie responde por nada.
El municipio, que constitucionalmente debería encargarse de la prevención y la convivencia, termina improvisando tareas de combate.
El Ejército y la Guardia Nacional, concebidos para otras funciones, asumen labores de proximidad que les son ajenas.
Y el Estado, que debería articular los esfuerzos, se convierte en intermediario de emergencia, sin claridad ni continuidad.
Esa descoordinación no es anecdótica: es estructural. Y es justamente ahí donde el Plan Michoacán tiene la oportunidad de ser distinto, de aprender de las lecciones del pasado. Evitar que el enfoque vuelva a ser vertical, reactivo y centralista.
No se trata de restarle importancia al papel federal, sino de entender que la seguridad se construye desde lo local.
Cada municipio requiere diagnósticos propios, sistemas de justicia cívica, esquemas de prevención comunitaria, indicadores de desempeño, mejores sueldos, reclutamiento profesional, liderazgo civil y legitimidad ciudadana. Ahí están los casos de éxito y las evidencias documentadas.
No hay plan estatal o nacional que funcione si el municipio no tiene con qué sostenerlo.
Por eso el reto no es ocupar el territorio, sino gobernarlo de manera coordinada.
No es solo abrir oficinas, sino formar instituciones.
No es aparecer, sino permanecer.
El estado no necesita un “plan” que anuncie su presencia; requiere una política que ordene el sistema de seguridad y le devuelva sentido común.
Y eso pasa, inevitablemente, por dos rutas:
1. Fortalecer las capacidades locales.
Pagar mejor, capacitar más, depurar con seriedad, modernizar las policías municipales, dotarlas de herramientas tecnológicas, de mando civil y de justicia cívica efectiva.
2. Construir una verdadera coordinación.
Con reglas claras, responsabilidades definidas y mecanismos de evaluación que eviten que cada orden de gobierno actúe como si fuera un archipiélago aislado.
Michoacán vuelve a ser laboratorio.
Pero esta vez puede —y debe— serlo para algo distinto: para demostrar que es posible hacer seguridad pública desde abajo, con orden, con coherencia y con vocación institucional.
Si el Plan Michoacán se limita a repetir los viejos reflejos de ocupación y despliegue, volveremos al mismo punto dentro de diez años.
Pero si decide mirar hacia los municipios—, entonces sí podría convertirse en el comienzo de algo distinto.
Porque sin municipios fuertes no hay Estado fuerte.
Y sin coordinación, no hay plan que sobreviva más allá de la narrativa de buenas intenciones…y hoy los municipios son los grandes ausentes.


















