Los caminos largos

PARA SACIAR MI SED
Por: Ivonne BARAJAS 

Diría que soy práctica: trazo mi ruta de quehaceres para evitar rodeos o vueltas en vano, hago una precisa lista de supermercado para traer lo requerido y no batallar después con que falta una cebolla o un chile pasilla para tal preparación, si voy a andar por tal rumbo hasta me invento qué otra cosa tenía que hacer por allá para aprovechar la ida…de todo hago síntesis, empeñada en el diseño de los caminos más cortos. Ser lógica y ser práctica son mis virtudes, aunque no siempre: también me distingue la necedad irracional.

La dificultad de seguir instrucciones, por capricho, me ha salido cara: no llevar un documento en arial, doble espacio, y versión digital, como se me solicitaba, y hacer entrega de un manojo de hojas impresas en la tipografía que se me dio la gana, me valió diez o más confrontaciones con las compañeras con quienes compartía tareas escolares. Todo ese lío tenía que ver con mi resistencia de usar esos artefactos que me inspiraban desconfianza: los disquetes de 3 1/2. Cuando ya estaban cayendo en desuso, yo apenas rumiaba su funcionamiento…tarde.

Lo mismo con los celulares: casi todos mis compañeros de generación, con su Nokia haciendo bulto en la bolsa trasera del pantalón, alababan la inmediatez para comunicarse…a mí no me interesaba. Mientras la mayoría atendía con ansiedad los timbrazos de su primer celular, yo era aquella veleta que gozaba aún no poder ser localizada a la hora del desayuno. Por fin, en un cumpleaños, mis papás me regalaron mi propio Nokia, lo recibí más como imposición de un localizador que como herramienta útil. Sí, lo admito: llego tarde porque lo que no me interesa, se impone; las cosas no me importan hasta que ya es inconcebible que no me importen. Los artefactos toman al mundo y a nosotros, e incluso nos hacen olvidar cómo era todo antes de que nos poseyeran.

Muchas veces elijo los caminos difíciles —que implican tropezón y rodeo—, por el simple gusto de hacerlo a mi manera; otras veces porque me dan algo de vuelta: un goce estético que hallo, por ejemplo, en ver aquel frondoso árbol o mojarme las manos en el cauce de un río. Ese empecinamiento pasa borrador por mi auto proclamado sentido práctico y me sube al podium, primer lugar, como la más berrinchuda de las criaturas.

Por ejemplo, sé que para ir de A a B hay al menos tres caminos evidentes. Elijo el empedrado, aunque sea el más largo, porque me da la oportunidad de guarecerme en la paz extraordinaria y súbita que se me había concedido en un extraviado sueño. Ese paisaje —el hombre, la banca, el árbol, el calor de las 4:00 de la tarde— forma una gota de mar a la comisura de los ojos. Luego me voy, rebotando en la imperfección de los caminos, convencida de que llevamos dentro un mar infinito que quiere volver a unirse al mundo…o que quiere venir a disolvernos.

Así se siente, a veces, transitar los caminos largos.

 

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