Para saciar mi sed
Por: Ivonne BARAJAS
Hay un uso indiscriminado de la sensación de necesitar: un vestido, una manicura, un corte de cabello, un café; incluso cosas ridículamente específicas: un vestido largo de gasa con escote en V, una manicura tono amarillo mantequilla, un corte de pelo con efecto de capas, un flat white con leche de almendras. Aquello que sencillamente queremos o preferimos, ¡sentimos que lo necesitamos! y más vale que nuestra realidad sea la fina representación de un cuento de hadas.
Yo (a veces) no tengo problema con que las cosas salgan mal. Dejo que el mundo sea mundo ¡oh, hermoso! Cuando toca en el supermercado que quien me adelanta en la fila rectifique el precio de varios productos –encargado de panadería, presentarse en caja 11– y quiera hacer retiro de efectivo y aprovechar de una vez para pagar los recibos de agua y luz, sonrío a la situación; me gusta ser retada así. Pienso que alguien (amigo o enemigo) me tiende ese evento para estudiar mi reacción y quizá esa sonrisa que delineo esté dedicada a él, a ella, o incluso a mí; si no fuera por esa espera, quizá mi destino sería peor. Ya entrada en ánimos he cedido el paso a otro en la fila para seguir explorando mi paciencia o el asomo de mi desesperación, cucu-cucu. Tampoco entiendo, no importa.
Encuentro belleza en una de mis pocas certezas: no controlo nada, respiro con mucha más felicidad cuando me hago consciente de ello. A veces, por supuesto, esa certeza se esconde y me atoro en la urdimbre de nuestra realidad –días en los que me he propuesto una lista de cosas por cumplir y me domina el dictamen de las manecillas del reloj; y he ahí a la pequeña humana atorada en el tercer anillo pensando si será buena idea subir los vidrios para engendrar un grito desesperado y luego volver a bajarlos fingiendo que aquí no ha pasado nada– pero basta volver a evocar la sensación de que no puedo controlar el exterior, para ir al encuentro de perspectivas más amables. Me ronda una imagen casi espacial: un minúsculo punto blanco rodeado de ollas, cofres, planetas, piedras, ranas, gritos, monedas, semáforos, colores…todo suspendido, y al mismo tiempo todo elevándose o cayendo.
El malestar es casi un dictamen. En las esperas del banco, por ejemplo, he notado cómo me molesto por pura inercia ¡quién puede estar feliz de perder el tiempo! Entonces resoplo y bufo hasta enterarme de que mi enojo viene del mandato: tales situaciones deben parecerme molestas y respondo como me han indicado. ¿Y si encuentro una manera diferente de vincularme con lo que me han dicho que es ofensivo: una traición, un abandono, un rechazo, una larga espera, un accidente de tráfico? Habiendo tantas emociones en el menú nos quedamos en el impulso primario de la furia.
…soy el minúsculo punto blanco de esa pintura espacial, suspendido y cayendo -o elevándose- en medio de ollas, cofres, planetas, piedras, ranas. En imperceptible movimiento perpetuo.