Dislates
Por: Salvador SILVA PADILLA
I
De adolescente, en Guadalajara, caminaba varias calles para dirigirme desde el barrio de la Capilla de Jesús hasta la «Librería de Cristal», que (según recuerdo) estaba por Avenida Vallarta.
Antes de decidirme a comprar un libro, exploraba detenidamente las obras que me interesaban y sus precios. Luego, durante semanas, regresaba para asegurarme de que aún seguía allí, -para mayor certeza, lo buscaba en el mismo lugar donde lo había escondido para que nadie más lo encontrara-. Finalmente, cuando reunía el dinero, ¡por fin compraba el libro! O al menos, esa era la intención original, pues no pocas veces, de camino a la caja, otro libro captaba -más precisamente, capturaba mi atención-, y entonces la incertidumbre se apoderaba de mí.
En ese entonces, entrar a una librería o a una biblioteca era como sumergirse en un sueño. Seguramente los encargados nos consideraban bichos inofensivos y nos permitían vagar libremente entre los estantes, deteniéndonos a hojear los libros que nos interesaban. Y es que a esa edad, leer era siempre una nueva aventura y la emprendíamos con ojos frescos.
II
Desde entonces, disfruto mucho perderme en las librerías. Y aunque el sentido común aconseje de: «nunca juzgar a un libro por su portada», nada dice del título, así que no pocos he leído por la seducción que me produce el nombre de la obra.
III
Uno de los primeros que leí fue Lectura para analfabetos, de Enrique Jardiel Poncela. Su explicación del título siempre me ha parecido de una lógica incontrovertible: el autor argumentaba que el alto índice de analfabetismo se debía a que nadie se preocupaba por escribir obras dirigidas a quienes no sabían leer ni escribir.
Otro título que, a partir de los 13 años, resulta muy atractivo es Todo lo que usted siempre quiso saber sobre el sexo y nunca se atrevió a preguntar. Aunque jamás pude comprarlo, ya que a esa edad era impensable que lo pidiera y me lo vendieran. Sin embargo, años después, ya en la universidad, vi la película, una especie de parodia dirigida por Woody Allen.
Pero el campeón indiscutible en cuanto a títulos (y obras) deslumbrantes es, sin lugar a dudas, Gabriel García Márquez. Cien años de soledad te engancha desde el título, ya que de manera poética y premonitoria anticipa la esencia del libro y su compleja, abigarrada, impresionante trama.
Y qué decir de Crónica de una muerte anunciada, donde el lector conoce el destino de Santiago Nasar desde el principio.
Sin embargo, hay dos obras de García Márquez cuyos títulos considero especialmente seductores por lo alucinantes: ¿quién puede resistirse a leer La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada? Desde el título, uno ya sabe cómo son nieta y abuela; solo falta descubrir en qué contexto se desenvuelven.
Y el que considero más subyugante es el libro cuyo título completo es: Relato de un náufrago que estuvo diez días a la deriva en una balsa sin comer ni beber, que fue proclamado héroe de la patria, besado por las reinas de la belleza y hecho rico por la publicidad, y luego aborrecido por el gobierno y olvidado para siempre. Este libro tiene en su título no un spoiler, sino el argumento completo. Y lo maravilloso es que eso es precisamente lo que más nos impulsa a leerlo.
Recuerdo perfectamente cómo fue: mi papá llegó a la casa con ese libro, (yo tenía 14 o 15 años) fue cosa de leer el título y no lo solté en toda la noche, hasta que terminé de leerlo. Fue una de mis primeras y más alucinantes desveladas. De hecho, Relatos de un náufrago.., fue el primer libro de García Márquez que leí.