APUNTES PARA EL FUTURO
Por: Essaú LOPVI
Hay escenas que retratan de cuerpo entero a la clase política mexicana.
Lo ocurrido en la última sesión de la Comisión Permanente, con Gerardo Fernández Noroña y Alejandro “Alito” Moreno agarrándose a golpes en plena sede del Senado, es una de ellas. Una fotografía en movimiento de lo que hemos construido —o más bien permitido— como sistema político: una tragicomedia.
Pero lo que más llama la atención no es la trifulca, sino la reacción ciudadana: miles de felicitaciones, memes, videos y hasta corridos en redes sociales a Alito Moreno por golpear a Noroña. Que un político tan cuestionado pueda ser aplaudido solo por la animadversión que despierta su adversario refleja el deterioro del debate público y el vacío de referentes en nuestra clase política.
La hipótesis es sencilla: en México ya no importa de qué partido sean los políticos, son la misma raza, la misma élite que se mueve al compás del poder y del privilegio.
Hoy vemos a Noroña, presidente de la Mesa Directiva del Senado, enredado en escándalos por una casa de 12 millones de pesos en Tepoztlán, cuando durante años predicó la austeridad y acusó a otros de hipócritas, de doble moral, de traicionar al pueblo con lujos y excesos. Ayer gritaba contra los seguros privados, contra los “supersueldos”, contra los impuestos injustos. Hoy, su estilo de vida es indistinguible de aquello que juró combatir.
Del otro lado, aparece “Alito” Moreno, el priista más cuestionado de los últimos tiempos, exhibido en grabaciones por corrupción, señalado por usar el poder para enriquecerse, pero que aún se da el lujo de subir al ring político, reclamando la palabra y cerrando a golpes un episodio más de decadencia.
¿Y qué tenemos? A un Senado reducido a espectáculo, donde las discusiones de fondo —la inseguridad, la economía, el futuro del país— quedan borradas por empujones y gritos. Una presidencia del Senado que se volvió parcial, irrespetuosa, burlona, protagónica. Una oposición encabezada por figuras que también cargan con su propio desprestigio.
La conclusión es amarga: políticos que brincan de partido en partido para salvarse de persecuciones judiciales, que entregan sus votos a cambio de beneficios, que se disfrazan de oposición o de pueblo, pero que en esencia responden igual: buscan el poder para servirse, no para servir.
Noroña es el mejor ejemplo de esta tragicomedia. Ha sido uno de los personajes más estridentes de la política reciente, capaz de insultar, de victimizarse, de colocarse como “voz del pueblo” frente a las élites. Y hoy, ya desde la cúpula, se le ve como lo que criticaba: un político más, con casa millonaria y con desplantes autoritarios desde la presidencia de la Mesa Directiva.
No justifico la violencia, jamás. Pero tampoco podemos ignorar que, en política, se cosecha lo que se siembra. La presidencia de Noroña está cosechando lo que sembró, y pasará como la más lamentable de la historia moderna del Senado. Ojalá la siguiente no repita la tragicomedia actual.
Aunque la experiencia nos dice que, en México, los actores políticos cambian, pero la obra siempre es la misma. A ver hasta cuándo aprendemos los mexicanos a castigar a la clase política.