PARA SACIAR MI SED
Por: Ivonne BARAJAS
Por años fui infaltable usuaria del transporte público. Excepto la sensación de envejecer esperando la ruta 14, debo decir que me gustaba.
Recibir los rostros de los pasajeros que abordaban, imaginar sus ocupaciones y oficios —jardinero, estudiante, empleada doméstica—, enfocarme en la textura de sus uñas, revisar el estado de su calzado; agradecer la presencia de algunas mujeres que, de paso a su asiento, dejaban rastro del body mist de vainilla…luego pasar mi ojo crítico a la estética de de la unidad: los letreros pintados con colorfiel, “Dios existe y vendrá pronto”; el tablero repleto de peluches o el trasero flaco o gordo de la novia del chófer, colocado en la base de una cubeta, acompañando a su amado en las arduas horas de trabajo.
Para mí el transporte público es la síntesis de un precioso muestrario de los peces que nadamos por esta ciudad. Me gusta reconocerme allí, en esa vida que grita aquí estoy y resisto, le hago la lucha, estoy triste pero valgo, hoy me siento bien…o lo que se te ocurra del inagotable caudal de emociones humanas. Allí iba yo: a veces feliz y otras infeliz, optimista o apagada, atrapada en la pecera móvil que ya nos recoge y ya nos lleva.
He hallado alegría y regocijo, también lo opuesto, mortificación y miedo, en las miradas y gestos fugaces que nos compartimos quienes vamos al compás del movimiento que imponen las curvas, los baches, los semáforos…siempre yendo y siempre viniendo de alguna parte. Hay aspiraciones y deseos detrás de esos cuerpos que por ahora padecen calor o sed mientras cumplen con la misión de llegar a donde los esperan. Todos aquí estamos viviendo, pensé un día, y aunque la obviedad de la observación debería quizá avergonzarme, lo “descubrí” con una intensidad emocionada, como si tuviera ganas de ir a decírselo a todos si acaso habían olvidado esa verdad sustancial. A veces pasa: nos distraemos, olvidamos lo importante.
No sólo como usuaria del transporte público, pero sí en parte —abordado la 10, la 22 o la 27—, he practicado ver la dignidad en todos, incluyéndome; es agradable sentir que estamos unidos y para servirnos…por mucho que nos separe lo que sea que nos separa.
Algunos choferes también aman su unidad; había uno, por ejemplo, que al abordar nos decía “pásele”, en lugar de “súbale”, y en esos instantes experimentaba la dicha de penetrar en un espacio privado, cuidado y apreciado, puesto al servicio público.
A mí esas cosas me gustaban y me siguen gustando, pero algo ha cambiado: lo inquietante de esperar la ruta de noche en parajes poco iluminados estando las cosas como están, nos hizo recurrir, a mi esposo y a mí, a unos ahorros añejos que sabíamos que un día se iba a ofrecer usar: así llegó mi primer carro. Ahora soy un pez de ciudad que maneja un pequeñito auto rojo, ofreciendo ride, de vez en cuando, a otros peces que esperan su respectiva ruta…aunque casi nunca aceptan: por qué habrían de confiar en una desconocida que les dice “te llevo”. Y estando las cosas como están.