La otra España

El pez sin el agua
Por: Rubén PÉREZ ANGUIANO*

Al parecer, la señora Beatriz Gutiérrez Müller, esposa del expresidente Andrés Manuel López Obrador, solicitó la nacionalidad española. La noticia no se confirma, pero fue bastante difundida ―siempre con signos de interrogación― por los medios nacionales.

Esa aparente solicitud fue acompañada de algunos recuerdos, como un video en el que acompaña y respalda a su esposo, protestando por las matanzas indígenas durante la conquista y exigiendo disculpas al rey de España.

¿Para qué el empeño en denunciar, sin mucha consistencia histórica, las matanzas de la conquista y exigir disculpas al rey español si se terminará solicitando esa nacionalidad?

Suena absurdo o al menos incongruente, pero ya se sabe que la congruencia no es algo muy al uso en estos días, donde se cambia con desenfado de parecer, de filiación, de ideales, de militancia, de nacionalidad y hasta de sexo.

Por el tono estridente con el se solicitaron las disculpas pareciera que los agravios estuvieran a flor de piel, que hay una justificada indignación y que el último lugar sobre la tierra del que se desearía poseer una nacionalidad sería ése, aquel país, el de esos horrorosos descendientes de los conquistadores que se niegan, por añadidura, a disculparse.

Es todavía un misterio la terca insistencia en solicitar disculpas a una nación y a un personaje que no tienen ninguna obligación de ofrecerlas. Tal empeño en solicitar un desagravio histórico sonó en su momento como una táctica de manipulación de la opinión pública, no como una decisión gubernamental sensata.

Cierto, los mexicanos siguen (seguimos) respirando por la herida de la conquista. La sentimos como un agravio personal, como algo doloroso que nos hubiera sucedido apenas ayer, sin importar los siglos acumulados en nuestras espaldas. Es algo esquizofrénico: una mitad de nosotros se mantiene agraviada por la otra mitad.

Recuerdo a un maestro que tuve. Era alto, de voz bien timbrada y de apariencia incuestionablemente caucásica, A pesar de su apellido, su idioma y sus genes seguía adolorido por la conquista, lamentándose por la suerte de los indígenas y aborreciéndose a los conquistadores hispánicos. Era algo extraño escucharlo. Para comprender ese desatino podríamos imaginar a un afroamericano hablando pestes de sus antepasados africanos o a un inglés doliéndose de sus antepasados sajones.

La verdad es que las conquistas no son gratas, pero lo son, es decir, son un acontecimiento vinculado a momentos específicos de la historia. No suena sensato ni lógico solicitar una disculpa a los descendientes de una nación conquistadora. Es como si los españoles, los franceses, los portugueses y muchos otros le pidieran al jefe del Estado italiano una disculpa por la conquista que sufrieron a manos de los romanos. El líder italiano les diría, con justa razón: “Oigan, tanto ustedes como nosotros somos descendientes de los romanos…”

Algo así podría respondernos el rey de España: “Ustedes, los mexicanos y casi todos los latinoamericanos, junto con nosotros, los españoles actuales, somos descendientes de los españoles antiguos, que eran los castellanos. No puedo pedirles disculpas por lo que hicieron nuestros antepasados comunes”.

En efecto, es algo ridículo y ―con perdón de la señora que inspiró este artículo― es todavía más ridículo solicitar la nacionalidad española después de renegar del pasado español.

Es como denostar al padre ausente y después ir a pedirle vivir en su casa.

Ojalá termine confirmándose la falsedad de esa lamentable noticia.

 

*Rubén Pérez Anguiano, colimense de 56 años, fue secretario de Cultura, Desarrollo Social y General de Gobierno en cuatro administraciones estatales. Ganó certámenes nacionales de oratoria, artículo de fondo, ensayo y fue Mención Honorífica del Premio Nacional de la Juventud en 1987. Tiene publicaciones antológicas de literatura policiaca y letras colimenses, así como un libro de aforismos.