Frases de oro
Por Jorge Arturo OROZCO SANMIGUEL
La política mexicana siempre se ha movido entre paradojas, pero pocas resultan tan elocuentes como la que hoy encarna el PRI. El partido que monopolizó el poder durante gran parte del siglo XX, que se envolvió en los símbolos de la patria mientras la desangraba, pretende ahora erigirse en defensor de la democracia denunciando un supuesto “narco gobierno comunista”. La contradicción no es sólo política: es lingüística. Su discurso, despojado de toda novedad, revela el vacío que habita a una oposición que ya no produce ideas, sino únicamente ruido.
Claudia Sheinbaum Pardo, (la presidenta con A) llega al poder en un momento complejo, heredera de los aciertos, errores y tensiones del obradorismo. Pero no se le percibe acorralada por la campaña de desprestigio que orquesta la oposición. Al contrario: su confianza nace de una certeza elemental. La retórica del PRI se ha vuelto tan predecible que ya no hiere, sino que se consume a sí misma. No es casual que Sheinbaum adelantara la posibilidad de una ruptura entre PAN y PRI: nadie quiere cargar con un aliado cuya palabra ya no tiene valor performativo.
El derrumbe del PRI no sólo es electoral, sino también semántico. Su mina de oro estaba en el poder judicial: amparos que blindaban a políticas, políticos empresarias y empresarios, sentencias hechas a la medida de la corrupción. El caso del buque huachicolero lo evidencia: intentaron culpar al entorno de López Obrador, pero pronto se reveló que más de cien empresas internacionales estaban involucradas y que la verdadera red de protección estaba en los tribunales. La estrategia se disolvió porque el lenguaje que la sostenía, (la acusación al adversario) no podía ocultar los hechos. Como en la tragedia griega, lo que intentaron disimular terminó exponiéndolos.
El gesto de Alejandro “Alito” Moreno, al salir del país para pedir intervención extranjera, es mucho más que un error táctico: es una confesión. En la tradición política mexicana, este acto se nombra de manera clara: traición a la patria. Y no se trata de un insulto, sino de una categoría política. Traicionar la patria no es sólo entregar territorio o recursos, es romper el pacto simbólico de soberanía que da legitimidad a un Estado. Alito, al suplicar apoyo externo, no sólo traiciona a México; sino al propio lenguaje nacionalista que sostuvo al PRI durante décadas.
Pero lo más revelador está en la repetición mecánica de un guion internacional. En cada rincón donde la derecha carece de propuestas, surge la misma letanía: “narco Estado”, “dictadura comunista”, “ya somos Venezuela”. Aquí aparece la dimensión filosófica del fenómeno: el lenguaje político pierde fuerza cuando se repite sin contexto ni contenido. Lo que en el pasado generaba miedo, hoy provoca risa, porque un signo sin referente se convierte en caricatura. Han pronunciado por más de una década la amenaza de “Venezuela”, y al reiterarla sin consecuencia, la palabra dejó de significar.
En esa ironía descansa el efecto perverso: el PRI prestigia al gobierno que pretendía desprestigiar. En su intento por señalar la ineficacia de la 4T, terminó por exhibir logros como la refinería de Dos Bocas, recientemente reconocida en Alemania. Quisieron apagar un proyecto, y lo iluminaron. Quisieron cuestionar la legitimidad del gobierno, y lo reforzaron.
En mi tesis de licenciatura, cité a Foucault donde sostenía que el poder no sólo se ejerce con instituciones, sino con discursos que producen realidades. El PRI ya no produce realidad alguna: su discurso es un eco vacío. Y, por definición, sólo repite lo que otros ya han dicho. Por eso la oposición actual no es adversario, sino, me atrevería a decirlo tajantemente: es el mejor aliado de la izquierda mexicana.
La coalición de Morena, PT y PVE no requiere fabricar nada. Cada declaración de Alito es un recordatorio de que el PRI se ha convertido en la parodia de lo que fue. Hobbes decía que el poder se sostiene en el miedo o en la legitimidad: el PRI ya no genera miedo, ni tiene legitimidad. Lo que queda es un cascarón de siglas sostenido por la inercia de la historia.
El verdadero riesgo, sin embargo, va más allá del partido. Una democracia sin oposición sólida es una democracia incompleta. Cuando la crítica se degrada en repetición vacía, lo que se erosiona no es el gobierno en turno, sino la calidad del debate público. La traición más grave del PRI no es a la patria en sentido territorial, sino a la democracia en sentido profundo: al negarle al país un adversario digno, reduce la política a un monólogo.
Quizá la historia juzgue al PRI con una ironía cruel: que después de haber concentrado el poder absoluto durante décadas, terminó regalando a la izquierda un poder sin contrapesos; que después de traicionar a la nación con saqueos y corrupción, terminó traicionando a la democracia misma al volverse irrelevante. Ese será su epitafio: no el de un partido derrotado por sus rivales, sino el de un partido devorado por su propio líder con un lenguaje vacío.