La calle es de las y los jóvenes; la vergüenza fue de los partidos de siempre

Frases de oro
Por: Jorge Arturo Orozco Sanmiguel

Vuelvo a escribir con un nudo en la garganta, no por nostalgia, (o quizá también) sino por la sensación de ver repetirse, con nuevos rostros, aquella chispa que alguna vez incendió nuestra propia juventud. Hoy marchó la Generación Z, y aunque muchas y muchos intenten minimizarlo, algo profundo ocurrió. Algo que merecía ser dicho, documentado y pensado.

A mí me tocó estar en las calles durante el movimiento #YoSoy132, en ese 2012 que ya parece tan lejano como una patria que no terminamos de recuperar. Muchas y muchos que me conocen, (mis maestras y maestros de preparatoria, especialmente) saben que fui un rebelde, un crítico feroz del poder, y de esa base social que no tolera el abuso mientras unos cuantos se enriquecen con el sudor de la mayoría. México siempre ha sido un país donde la injusticia empuja más fuerte que cualquier discurso institucional, donde la indignación es casi una condición de nacimiento.

Por eso me irrita profundamente cuando alguien comenta desde la comodidad de su sala: “esas no son formas; en otros países lograron el cambio sin violencia.” ¿De verdad? ¿A quién quieren engañar? El cómo se lucha depende de la situación del país que se habita. En aquel 2012, bajo el régimen priista, no había espacios reales de escucha; ni siquiera un partido que nos abriera las puertas. Había miedo, represión y una maquinaria tan aceitada para callar disidencias que muchas veces parecía invencible. Y aun así, contra todo pronóstico, logramos lo imposible: sacar al PRI del poder tras décadas de dictadura capitalista, (aunque les duela el término)

Pero no quiero pecar de ingenuidad: no es que hoy hayamos avanzado mucho más. Lo que ocurre es que ahora, a diferencia de entonces, los medios tienen un nuevo interés: exhibir cada error, por mínimo que sea, del gobierno actual. Y aun así, que mis palabras no se malinterpreten: seguimos igual. Este gobierno que se proclamó como el de la transformación resultó incompetente para la altura de este país tan grande y hermoso.

Durante la campaña de 2024, mientras trabajaba en el área de estrategia de comunicación política, varias personas me preguntaron: “¿crees que gane Claudia?” Yo siempre respondí lo mismo: “Sí, pero será el final de MORENA” Hoy lo sostengo más que nunca.
El panorama es desolador: miles de muertes en las calles, gobernadoras y gobernadores coludidos con el narcotráfico, testimonios que señalan la participación del aparato de seguridad en operaciones del crimen organizado. Somos ya un país tan violentado que incluso fuimos inspiración para un Call of Duty. ¿Qué más señal necesitan de que cruzamos una frontera desde la cual no hay retorno fácil?

Era cuestión de tiempo para que algo estallara, y pasó. La gente, sobre todo la juventud, salió a las calles con ganas de cambiarlo todo. Y eso, lo digo sin reservas, merece un aplauso absoluto. Me llena de orgullo verles marchar, pero también me llena de tristeza. Porque en 2012 gritábamos con convicción: “luchamos hoy para que nuestras hijas e hijos no tengan que luchar mañana.” Qué ironía más dolorosa: fallamos. No porque no hayamos peleado, sino porque las mismas inercias que combatimos regresaron disfrazadas, camufladas y adaptadas al nuevo régimen.

Pero no escribo para lamentarnos, sino para señalar lo que sí cambió hoy. La lucha de la Generación Z no es una réplica de la nuestra; es una nueva gramática de la indignación. Su organización estratégica, sus dictados bien estructurados, su capacidad para generar símbolos y narrativas en cuestión de horas; todo eso demuestra que la conciencia histórica no murió. Solo estaba esperando su turno.

Sin embargo, (y aquí es donde el asco me gana) no tardó ni un día para que el PRI y el PAN intentaran apropiarse de la manifestación. No colarse: apropiarse. Fue una escena grotesca. De un lado, jóvenes con mensajes genuinos, escritos desde el dolor y el deseo de un país distinto. Del otro, personas de cincuenta años o más, (a muchas y muchos les conozco por sus aspiraciones partidistas) cargando pancartas de “fuera el comunismo, fuera MORENA.” Lo digo con claridad: ni siquiera saben qué es el comunismo. Odiar algo que no se comprende es un fracaso moral y político que ya deberíamos haber superado.

No digo que no tengan derecho a manifestarse. Por supuesto que lo tienen. Pero esta lucha no es suya. No pueden apropiarse de un movimiento que no les pertenece ni moral ni históricamente. Y lo peor: sabían que no lograrían conectar. Sabían que no encajaban.

Sabían que serían repudiadas y repudiados, como lo fueron anteriormente. Hoy la propia marcha les respondió con pancartas irrebatibles: “ningún partido tiene el ancho para gobernar México.” Y es verdad. Los tres partidos que han gobernado no han podido con el país. Les queda muy grande el puesto.

Creyeron, desde su arrogancia profesionalizada, que aparecer entre jóvenes, posar con pancartas, fingir empatía, les devolvería algo de capital político. De verdad, qué torpeza. Como estratega, les repito lo que ustedes mismos dijeron durante los años de nuestras manifestaciones: “esas no son formas.” Su tiempo ya pasó. Y lo dejaron ir de la peor manera. Lo que hicieron hoy no fue conectar; fue desconectar, romper y contaminar.
Y esta torpeza, (este impulso casi patológico por apropiarse de todo lo que no construyeron) no es nueva. No olvido el día que acudí a la primera manifestación de “El INE no se toca”.

Yo estaba convencido, y sigo estándolo, de que en México es necesario un árbitro electoral fuerte, autónomo y blindado. Fui con esa convicción y con la inocencia de creer que la causa podía sostenerse desde la ciudadanía. Pero lo que vi me llenó de coraje, casi hasta las lágrimas: las mismas sabandijas electorales de siempre abanderando un movimiento que se decía “apartidista”.

Y lo peor: armando un presidium solemne, elitista, lleno de discursos aburridos y falsos de más de diez minutos. De verdad, ¿pensaron que con esa aberración ganarían más votos? ¡Si casi pierden el registro!

Entiendan, por favor: dejen lucrar con la sociedad. Luchen ustedes donde sí deben hacerlo: dentro de sus partidos, transformando sus filosofías, depurando sus dirigencias podridas. ¿Quieren combatir la corrupción? Empiecen por la casa. Ese sí sería un acto revolucionario.

Ese sería, por primera vez, un motivo real para creerles.
Y aun así, pese a esa intención fallida de apropiación, la marcha de hoy logró lo que debía obtener.

Por eso quiero dirigirme especialmente a las y los jóvenes que organizaron este movimiento: Felicidades, de corazón. Lograron lo que se propusieron. Generaron un precedente, un inicio, un acto de memoria. Porque un país que no conoce su historia está condenado a repetirla, pero un país que la enfrenta puede, aunque cueste, transformarla.

A quienes marcharon hoy les digo lo mismo que nos dijimos entre millennials hace más de una década: sigan. No suelten la calle si la calle les llama. No suelten la palabra si la palabra les quema.

No suelten la esperanza aunque el país parezca derrumbarse.
L

uchen hoy, para que mañana, (ojalá esta vez sí) quienes vengan detrás de ustedes ya no tengan que continuar. Y si un día necesitan gritar con palabras, aquí hay un escritor a sus servicios. No soy lo mejor en literatura, pero que mi humildad se extienda para todas y todos ustedes.