Cuauhtémoc, Colima.- El féretro con el cuerpo de Gabriela Mejía Martínez, exalcaldesa de Cuauhtémoc, llegó puntual a su cita con el pueblo que la vio nacer, crecer, luchar y morir.

Los servicios funerarios entregaron su cuerpo en el Comité Directivo Municipal del PRI, donde sus correligionarios, amigos y familiares la esperaban entre coronas de flores, miradas húmedas de lágrimas y un silencio que dolía.

Ahí, frente a la sede de su partido que la vio formarse, se montó la guardia de honor. El pase de lista quebró las voces y los labios se apretaron. “Presente”, respondieron los suyos, aunque todos sabían que ese presente ya no volvería a ser igual.

La cargaron en hombros —como se despide a los grandes, dice un dicho muy mexicano— y la llevaron, paso a paso, tres cuadras adelante hasta la presidencia municipal, el lugar donde hasta hace poco todo era fiesta: música, banda y bailes por las fiestas patronales.
Hoy, en cambio, sólo hubo silencio.

Los locales aledaños a la alcaldía en silencio, sin música. Los vecinos miraban con respeto. El cuerpo de Gaby fue colocado bajo el balcón principal del edificio público que gobernó.

Flores, rezos y murmullos acompañaron el aire tibio del mediodía.

Uno a uno, los grupos de familiares, amigos, compañeros de partido y de administración fueron pasando para montar guardia. La actual alcaldesa, Guadalupe Solís, hizo lo propio junto a su equipo.

En la primera fila, la madre de Gaby —vestida de negro, con una flor blanca en la mano— resistía el peso del momento hasta que su voz tembló:

“Ella siempre quería que yo me sentara adelante en sus eventos y a mí no me gustaba… siempre me sentaba atrás. Pero hoy me obligó a estar adelante con ella. Gracias por este bonito homenaje.”

El trayecto hacia el templo de San Rafael fue una procesión de lágrimas e indignación.
Entre murmullos se repetían frases que no necesitan consignas para ser verdad:
“Esto ya se les salió de las manos al Estado.”
“No puede ser lo que estamos viviendo.”
“Qué coraje, y nadie hace nada.”

No había gritos, pero sí un dolor colectivo, una mezcla de impotencia y hartazgo. Porque Gaby Mejía no fue sólo una exalcaldesa ni una dirigente partidista. Fue madre —apenas el pasado 29 de septiembre—, fue hija, amiga, y mujer de palabra señalaban los asistentes.

Pero Gaby fue también una víctima más en un país donde el poder ya no garantiza la vida.

Ahí estaban exgobernadores, alcaldes actuales y anteriores, líderes campesinos y priistas. Todos aplaudiendo frente a su féretro, como si los aplausos pudieran devolverle el pulso, como si el eco sirviera de justicia.

Durante la misa, el Obispo de Colima, Gerardo Díaz Vázquez, habló con voz pausada pero contundente crítica a la situación de inseguridad:

“Estos son acontecimientos que tocan las fibras más sensibles del pueblo. Nos hace sentir la vulnerabilidad en la que estamos… Duele porque deja a su familia. Duele y duele mucho.
Y sólo nos queda orar por ella, por este pueblo, por nuestro México tan dañado por la violencia y la muerte.” sus palabras retumbaron entre los muros del templo.

La senadora Mely Romero Celis, su amiga cercana, dijo después entrevista con AFmedios:

“Hoy perdimos a Gaby, pero también a tantas mujeres, a tantas personas en Colima y en todo México. Nos duele que sea una y otra y otra… y sentimos que no pasa nada. Que la situación sigue así, que simplemente nos tenemos que aguantar y esto no es normal, no nos merecemos eso en Colima.”

Cuauhtémoc la despidió con aplausos e indignación. Y en medio del duelo, quedó una pregunta de los deudos, familiares y amigos de Gaby y sociedad: ¿cuántas personas más tendrán que irse así antes de que alguien haga algo?

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