CIENCIA Y SALUD
Por: Dr. Miguel Ángel Olivas Aguirre
Cada 30 de abril celebramos el día de los científicos más naturales: las niñas y los niños. Es una fecha para apapacharlos, jugar con ellos y consentirlos, pero también para reflexionar. ¿Qué estamos haciendo —como sociedad— para construir un mejor futuro para nuestras niñas y niños? ¿Qué herramientas les estamos dando para que no solo se adapten al mundo que les tocará vivir, sino para que lo transformen para bien?
Una de esas herramientas en la cual confío plenamente, y que suele ser poco visibilizada, es el pensamiento científico. No me refiero a que todas y todos tengan que ser científicos, maestras o doctoras… Hablo de algo más valioso: la necesidad de formar personas curiosas, críticas, capaces de hacerse buenas preguntas y de buscar respuestas fundamentadas, sin caer en dogmas, prejuicios ni falsas creencias.
Y es que esto ya viene de fábrica, desde muy pequeños, los niños muestran una capacidad increíble para observar, explorar y entender el mundo. Hacen preguntas constantemente —hasta demás, que nos hacen desesperar—, observan, prueban, se equivocan, vuelven a intentar. Ahí está, en bruto, el corazón del pensamiento científico: la curiosidad activa, el deseo de comprender, la humildad frente a la incógnita…
Además, si ese pensamiento se cultiva desde morros, no solo se mejora el rendimiento escolar, a futuro se moldean ciudadanos más conscientes, creativos y responsables. Personas que, en el futuro, serán capaces de enfrentar desafíos emergentes, como el cambio climático, las enfermedades o los problemas sociales complejos, no desde la resignación, sino desde la acción informada, consciente.
Hoy más que nunca, el mundo necesita a los niños lejos de tantas distracciones efervescentes y necesita mentes sanas, dispuestas a pensar de manera crítica y sistemática, capaces de distinguir entre un dato y una opinión, entre un mito y una evidencia. Y eso empieza no en la universidad ni en un laboratorio, sino en casa, en la escuela, en los museos, en los parques, incluso en las redes y medios si sabemos aprovecharlos.
No se trata de forzar a los niños a estudiar ciencia. Se trata de reconocer que todos, desde pequeños, tenemos el potencial de pensar críticamente. Ese potencial necesita ambientes ricos en preguntas, juegos, retos, explicaciones claras y adultos pacientes, que escuchen con amor y #resuelvan.
La ciencia y el conocimiento no es cosa de ficción, ni de películas de personas con batas blancas salvando el mundo… Es una forma de observar la vida, de hacer preguntas con sentido, de hacer las paces con nuestra ignorancia y humildemente buscar respuestas con honestidad. Y eso, en estos tiempos más que nunca, es un superpoder.
Que este Día del Niño no solo haya dulces y regalos. Que también haya preguntas, experimentos, juegos, libros, museos, charlas. Que haya un poquito más de conocimiento para esas mentecitas hambrientas, porque en esa semilla hay un futuro entero por imaginar.